La melodía de un nuevo amor.

Capítulo 40

Mi vida seguía su curso. Había aprendido a mantenerme firme, incluso cuando el suelo temblaba bajo mis pies.

Durante ese tiempo tuve que operarme la nariz por un problema de salud. Fue una operación sencilla, pero necesaria. Y como en todo momento importante de mi vida, Angelita estuvo allí.

Ella era más que una amiga, era como una segunda madre para mis hijas. Las recogía del colegio cuando yo no podía, las llevaba al parque, las cuidaba con un amor inmenso. Mi hermana Paula trabajaba muchas horas y, sin la ayuda de Angelita y mi madre, no sé cómo habría podido con todo.

Alicia, mi hermana mexicana, y Carmen seguían siendo mis refugios. Me consolaban, me escuchaban, me recordaban que no estaba sola. También Jesús, que siempre supo leerme sin que dijera una palabra. Incluso la sobrina de mi jefa, al ver cómo estaba, me dijo que iba a hablar con su tía para que me dejara salir antes del trabajo y así poder acompañar a mi prima a las sesiones de rehabilitación; nunca pasó eso.

Pero la vida, una vez más, se empeñó en sacudirme. El cáncer de mi prima se había extendido al riñón. Cuando me lo contaron, sentí una rabia inmensa. Sabía que todo había sido por una negligencia médica. A mi prima le dolía el estómago, y aquel médico, con su desdén y su falta de empatía, se negó a atenderla. Hasta llegó a mandarla a su casa diciéndole que no volviera más.

—Si supiera quién es ese médico, iría a partirle la cara —le dije a mi madre con el corazón ardiendo de impotencia.

Toda la familia de mi padre estaba destrozada. Ver sufrir a mi prima de esa manera, sabiendo que se podría haber evitado, me dolía en lo más profundo.

Aun así, la vida continuaba. Llegó septiembre y con él, el inicio del curso escolar y mi último año de Psicología. Tenía que seguir, por mí y por mis hijas.

Angelita y yo seguíamos soñando con irnos a Escocia. Nos reíamos imaginando cómo sería nuestra vida allí, entre acentos que no entenderíamos y paisajes verdes.

—¿Te imaginas, Nuria, tú y yo viviendo en una casita cerca del lago Ness? —me decía entre risas.

—Sí, y nos llevamos a las niñas y abrimos un bar con tapas andaluzas —le respondía bromeando.

—O vivir cerca de tu castillo preferido —me decía.

A veces, en medio de esas risas, me acordaba de los planes que también había hecho con mi prima. Planes que el destino se empeñó en romper.

Llegó el 31 de octubre. Estaba vistiendo a mi pequeña cuando mi madre me llamó para decirme que iba a casa de mi prima. No lo pensé dos veces. Me fui con ella.

Cuando llegamos, me escondí detrás de mi madre. Mi prima, al verme, rompió a llorar.

—¡Ay, mi prima! ¡Mi prima! —dijo con la voz entrecortada y llorando.

Nos abrazamos fuerte, como si ese abrazo pudiera detener el tiempo. Lloramos las dos, sin importar quién nos viera. Hasta su suegra se emocionó.

—Son dos primas que se quieren mucho. —dijo mi madre emocionada, mientras mi prima y yo estábamos cogidas de la mano.

Estuvimos un rato allí, hablando, recordando cosas, intentando que la tristeza no se notara demasiado. Su marido me dijo que la sacara un día a comprar ropa, que le haría bien distraerse.

—Claro que sí, la llevaré con Angelita —le prometí sonriendo.

Mi prima no quería salir; al final, entre todos la convencimos.

—Yo te doy mi tarjeta y gástate doscientos euros; ella se merece todo —me dijo su marido.

Pero esa salida nunca llegó a suceder.




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