La melodía de un nuevo amor.

Capítulo 45

Los meses pasaban en Escocia y poco a poco sentía que mi vida iba tomando forma. Cada mañana, mientras caminaba hacia el trabajo, veía cómo la neblina se posaba sobre las calles de Inverness, envolviendo los edificios de piedra con una delicadeza casi irreal. Ya no me sentía extranjera. El sonido del río, las campanas lejanas y el olor a pan recién hecho de la panadería de la esquina se habían convertido en mi rutina, en mi nueva forma de sentir hogar.

Las niñas estaban felices. Se adaptaron al colegio con una facilidad que me sorprendió. Lidia se había hecho inseparable de una niña llamada Emily, y Jannet, más reservada, compartía pupitre con Sophie, una chica risueña que la ayudaba con el inglés. Verlas llegar a casa cada tarde con sonrisas, contando historias del colegio y enseñándome palabras nuevas, me daba una paz que hacía mucho no sentía.

Aun así, había días en los que la nostalgia golpeaba fuerte. Seguía hablando con mi madre casi a diario y con Angelita, que se había convertido en mi confidente incluso a distancia. Con Marta también había retomado el contacto.

—¿Te das cuenta, Nuria? —Al final lo conseguiste —me decía riendo por teléfono—. Estás en Escocia, lo que siempre soñábamos.

—Sí, aunque todavía me parece un sueño —le respondía sonriendo—. Me falta acostumbrarme a tanto frío.

—Ya me lo imagino, pero tú siempre fuiste fuerte. Vas a salir adelante, como siempre.

También hablaba con Carmen y Alicia, que se alegraban de mi decisión de venirme a Escocia.

Aquellas conversaciones me recordaban quién era antes de todo lo vivido, y de alguna forma, me ayudaban a seguir.

Pero no todo era paz. David, tarde o temprano, tenía que aparecer. Y lo hizo.

Un día, Jannet llegó triste del colegio. La noté rara, distraída, como si algo le pesara. Cuando me senté con ella para cenar, me lo soltó de golpe.

—Mamá, papá me ha escrito. Dice que quiere que me vaya a vivir con él.

Me quedé helada.

—¿Qué? ¿Cuándo te dijo eso? —pregunté intentando mantener la calma.

—Hace unos días. Me manda mensajes. Dice que tú estás muy lejos y que conmigo él estaría mejor.

Respiré hondo para no derrumbarme delante de ella.

—Jannet, tu padre te quiere, pero tú estás bien aquí. Estás estudiando, tienes amigas, y él… bueno, él está muy lejos de esta vida.

Asintió, aunque vi en sus ojos la confusión. David había vuelto a hacer lo que mejor sabía: manipular.

Desde entonces, su actitud cambió. Empezó a centrarse más en Jannet, a llamarla seguido, mientras que con Lidia apenas hablaba. Aquello me dolía. Ver cómo una hija se sentía apartada era un dolor difícil de describir.

—Mamá, ¿por qué papá ya no me llama? —me preguntaba Lidia.

—Cariño, está ocupado, pero te quiere mucho —le decía, aunque por dentro sabía que era mentira.

David también había dejado de pagar la manutención. Cuando le reclamé, respondió con su vieja excusa:

—No tengo dinero, Nuria, estoy pasando un mal momento.

Pero luego, por redes sociales, subía fotos viajando, comiendo fuera, viviendo como si nada.

Me dolía, no por mí, sino por las niñas, porque ellas no merecían su ausencia ni su indiferencia.

Aun con todo, me negué a dejar que la rabia me venciera. Escocia era mi refugio y no iba a dejar que nada lo ensuciara. En mis ratos libres, empecé a ir más seguido a la biblioteca de Inverness, un lugar que me fascinaba desde el primer día. Era un edificio antiguo, con techos altos, madera oscura y ese olor a libros viejos que siempre me había calmado el alma. Allí encontraba paz y, de alguna forma, sentía que me reconectaba con la parte de mí que el tiempo y el dolor habían intentado borrar.

Fue allí donde lo vi por primera vez.

Estaba en la sección de literatura extranjera, buscando un libro en español para practicar con mis clases, cuando noté una mirada. Alcé la vista, y a pocos metros, un hombre alto, de cabello rubio y ojos claros, me observaba con curiosidad. No era una mirada invasiva, más bien tranquila, como quien mira algo que le resulta familiar.

No dijimos nada. Solo una ligera sonrisa, un intercambio de miradas, y seguimos cada uno con lo nuestro.

No le di importancia, aunque confieso que durante toda la tarde su imagen no se me borró de la cabeza.

Volví a la biblioteca una semana después. El mismo pasillo, la misma sección. Y allí estaba él otra vez, hojeando un libro de historia. Cuando me vio, sonrió apenas, como reconociéndome.

—Hola —murmuré casi sin darme cuenta.

Él asintió con una sonrisa educada, pero no respondió. Parecía tímido, o quizás simplemente respetuoso.

Desde entonces, fue como si el destino jugara con nosotros. Cada vez que iba, él también estaba allí. A veces en la mesa de lectura, otras en la sección de novelas clásicas. No hablábamos, solo intercambiábamos miradas, pequeñas sonrisas que decían más que las palabras.

Había algo en él que me transmitía serenidad. No era solo su aspecto —alto, con ese aire tranquilo y una mirada que parecía leer más allá de la superficie—, era su presencia. Cuando estaba cerca, sentía una paz que no recordaba haber sentido desde hacía años.

Una tarde, mientras salía de la biblioteca, lo vi de nuevo, justo en la puerta. Me sostuvo la mirada unos segundos más de lo habitual, y sin decir nada, me abrió la puerta con un gesto amable.

—Thank you —dije, y él asintió con una sonrisa.

Fue solo eso. Una sonrisa. Pero algo dentro de mí se movió.

Esa noche, al contárselo a Angelita por teléfono, ella no paraba de reír.

—Ay, Nuria, que ahí hay algo —me decía entre carcajadas.

—No digas tonterías, Angelita. Solo fue una mirada.

—Las miradas, querida, son el principio de todo.

Colgué riendo, pero mientras miraba por la ventana la lluvia caer sobre el río, no pude evitar pensar en él. En su serenidad, en esa forma pausada de mirarme. Quizás no era nada, quizás nunca pasaría nada. Pero por primera vez en mucho tiempo, alguien me había mirado sin juzgarme, sin exigirme, solo viéndome.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.