El regreso de Eilean Donan fue tranquilo. Las niñas no paraban de hablar en el coche, riendo y recordando cada rincón del castillo.
—¿Y viste cuando James casi se cae en el puente, mamá? —decía Lidia entre carcajadas.
—No se cayó, solo resbaló —respondí riendo.
Jannet suspiró con una sonrisa.
—Es muy divertido, mamá. Ojalá podamos ir otra vez.
Las miré por el retrovisor y sentí una mezcla de emoción y miedo. Por primera vez en mucho tiempo, las veía realmente felices. James, mientras conducía, también sonreía. Parecía disfrutar más con las niñas que con cualquier otra cosa.
Al llegar a casa, nos despedimos con la promesa de vernos el fin de semana siguiente.
—Gracias por todo, James —le dije.
—Gracias a ti… y a tus dos terremotos —contestó guiñando un ojo.
Cerré la puerta y, por un instante, todo se sintió en calma. Pero esa calma duró poco.
A la mañana siguiente, el teléfono sonó con insistencia. Era un número español. Al contestar, la voz de David me hizo tensar todo el cuerpo.
—Nuria, ¿se puede saber qué estás haciendo? —dijo sin saludar siquiera.
—¿De qué hablas?
—Que Jannet me ha dicho que fuisteis de viaje con un hombre. ¡Con un hombre, Nuria! ¿Qué ejemplo le estás dando a mis hijas?
Cerré los ojos y respiré hondo, intentando no explotar.
—Primero, no es “tu hijas”, son nuestras. Segundo, ese “hombre” es un amigo, alguien que te da mil vueltas en respeto y educación.
—No me hables así. Me parece una falta de respeto que las niñas estén con un desconocido.
No lo podía creer.
—¿Un desconocido? ¿Sabes lo que es una falta de respeto, David? Que tus hijas te llamen y no contestes, que prometas llamadas que nunca haces, que digas que no puedes pagar la manutención porque “no te llega el dinero” y, aun así, mantienes a los hijos de tu mujer. Eso sí es una falta de respeto.
Hubo un silencio al otro lado.
—No me compares contigo, Nuria. Yo nunca he metido a una mujer en mi casa delante de ellas.
—¿Ah, no? —contesté con la voz temblando de furia—. ¿Y no querías que mis hijas llamaran mamá a tu mujer? Porque yo me acuerdo perfectamente de eso, y no metías en tu casa a mujeres cada vez que tu segunda mujer se iba a Perú.
David se quedó callado.
—No quiero que mis hijas llamen papá a nadie más —dijo al fin, con tono seco.
—No lo harán —dije con frialdad—, pero si algún día lo hacen, será porque ese hombre se lo ha ganado, no porque yo se lo imponga.
Colgué sin dejarle responder. Sentí un nudo en la garganta. No solo por la rabia, sino porque, una vez más, intentaba manipularme.
Minutos después, sonó el timbre. Era James.
—Pasaba cerca y quise traerte unas flores. —Tenía esa sonrisa suya tan serena que desarmaba cualquier enojo.
Al verme tan tensa, su rostro cambió.
—¿Todo bien?
Negué con la cabeza.
—He tenido una llamada… de David.
—¿Qué ha pasado?
Me quedé unos segundos en silencio antes de responder.
—Le molesta que las niñas te mencionaran. Cree que… —Tomé aire— que quiero reemplazarlo, que les hago llamarte papá.
James dejó las flores sobre la mesa y se acercó despacio.
—Nuria, yo no quiero ocupar el lugar de nadie. Solo quiero estar donde tú y ellas me dejéis estar.
Sus palabras me rompieron por dentro.
—Lo sé —dije casi susurrando—. Pero me duele que él tenga derecho a herirme todavía. Que siga pensando que puede decidir cómo debo vivir.
James me miró con esa calma que tanto me desarmaba.
—¿Sabes? No puedes controlar lo que él diga, pero sí puedes elegir no dejar que te robe más paz.
Me senté en el sofá y él se sentó a mi lado. Las niñas jugaban en su habitación, riendo, ajenas a todo.
—Durante años creí que amor era aguantar —dije, sin mirarlo—. Que había que soportar para que no te dejaran.
—Y ahora sabes que el amor no duele —respondió él con voz baja—. El amor acompaña, no se impone.
Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas.
—Gracias, James.
—¿Por qué? —preguntó sonriendo.
—Por recordarme que merezco estar en paz.
Nos quedamos en silencio. Afuera, el viento soplaba entre los árboles y una fina lluvia golpeaba los cristales. Era una tarde gris típica de Escocia, pero por primera vez, el gris no me pesaba.
James se levantó y fue hacia la ventana.
—¿Sabes? Hay un dicho escocés que dice: “Después de la tormenta, el lago refleja el cielo más claro.” Quizá esta sea tu calma después de la tormenta.
Sonreí.
—Quizá sí.
Él me miró, y en su mirada no había prisa, ni deseo, ni promesas. Solo comprensión. Y eso fue suficiente para entender que algo profundo estaba naciendo entre nosotros, algo distinto, más real.