Nunca olvidaré aquel amanecer.
James me había pedido que preparara una pequeña maleta y que no hiciera preguntas. “Confía en mí”, me dijo con esa sonrisa que desarma. Las niñas se quedaron con su hermana, entusiasmadas porque se iban a quedar con las sobrinas de James, aunque creo que su hermana sabía algo.
El trayecto fue tranquilo. El paisaje escocés se extendía ante mis ojos como un cuadro vivo: colinas verdes, lagos que parecían espejos y ese cielo gris que, lejos de entristecerme, siempre lograba transmitirme calma. James conducía concentrado, pero de vez en cuando me miraba y me sonreía. No dijo ni una palabra sobre el destino, pero su mirada lo decía todo: estaba feliz, y yo también.
Cuando entramos al pueblo y vi el cartel que decía “Welcome to Falkland”, sentí que el corazón se me aceleraba. No lo podía creer.
—James… —susurré emocionada—. ¿Falkland? ¿De verdad?
Él asintió.
—Sé cuánto te gusta Outlander. Pensé que te gustaría conocer el lugar donde empezó todo.
Me quedé sin palabras. Falkland era uno de esos sitios que siempre había soñado visitar, pero nunca imaginé hacerlo de la mano de alguien que me hiciera sentir tan viva. Caminamos por sus calles empedradas, con las casas de piedra adornadas con flores, y el aire fresco que traía ese aroma a lluvia y a historia.
—Aquí rodaron las primeras escenas de Claire y Jamie —me dijo señalando una de las plazas—. No sé mucho de la serie, pero sé que a ti te encanta.
Reí emocionada.
—No sabes cuánto significa esto para mí.
—Lo sé —respondió, apretando suavemente mi mano—. Por eso estás aquí.
Nos sentamos en una pequeña cafetería con vistas al palacio de Falkland. James pidió té y yo un café. No necesitábamos hablar mucho; el silencio entre nosotros era cómodo, de esos que solo existen cuando dos personas se entienden con una mirada.
Mientras caminábamos más tarde por un sendero rodeado de árboles, sentí una mezcla de nostalgia y felicidad. Recordé todo lo que había vivido, lo que había superado, lo que había perdido. Pensé en mi prima, en mi abuela, en todas esas ausencias que me acompañaban. Quizás por eso, cuando James se detuvo y me miró con tanta ternura, mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Nuria —dijo con voz suave—. Hay algo que quiero decirte desde hace tiempo.
Me giré hacia él, con el viento revolviéndome el cabello y el corazón latiendo desbocado.
—¿Qué pasa?
—Cuando fuimos a Eilean Donan te di un anillo… pero no te pedí nada. Solo quise regalarte algo que te recordara que mereces amor, un amor real. Pero hoy… —Hizo una pausa, respiró hondo—. Hoy quiero pedírtelo de verdad.
No supe qué decir. James tomó mis manos y las sostuvo con fuerza.
—No quiero imaginar mi vida sin ti. Eres lo que nunca supe que necesitaba, la calma que llegó después de la tormenta. Quiero pasar el resto de mis días contigo, reír contigo, cuidar de tus hijas como si fueran mías y construir una vida aquí, en este país que ahora también es tu hogar.
Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera evitarlas.
—James… —susurré, con la voz entrecortada—, no sé qué decir.
—Solo dime que sí. Que me dejas caminar a tu lado todos los días que nos queden.
Asentí, temblando de emoción.
—Sí, James. Claro que sí.
Él sonrió y me abrazó con fuerza, hundiendo su rostro en mi cuello. Sentí su respiración, el calor de su cuerpo, el latido de su corazón junto al mío. Todo lo que había dolido en el pasado parecía desvanecerse en ese instante.
Nos quedamos allí, abrazados, mientras el viento agitaba las hojas y el cielo se abría un poco dejando pasar un rayo de sol. En ese momento, supe que la vida, por fin, me estaba dando una segunda oportunidad.
—¿Sabes? —le dije riendo entre lágrimas—. Cuando veía Outlander, soñaba con un escocés que me mirara como Jamie mira a Claire… y mírame ahora.
James rio conmigo, acariciándome el rostro.
—Bueno, no tengo el acento de Sam Heughan… pero prometo amarte como si fuera de ficción.
Reímos juntos, y en ese instante entendí que el amor verdadero no siempre llega con fuegos artificiales, sino con calma, con comprensión, con respeto. Con alguien que no promete el mundo, pero te da su mano y camina contigo.
Al volver al coche, antes de partir, James se detuvo y me miró con seriedad.
—Cuando todo esto empezó, pensé que te perdería por la diferencia de edad. Pero ahora sé que el tiempo no mide el amor. Solo lo hace más valioso.
Lo abracé con fuerza.
—Tenías razón. No importa la edad. Solo importa que llegaste tú.
Y mientras nos alejábamos de Falkland, mirando el pueblo perderse entre los árboles, sentí que algo dentro de mí se había cerrado por fin. El pasado ya no dolía. Había quedado atrás, igual que las calles empedradas que desaparecían tras el cristal del coche.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentía completa.