La melodía de un nuevo amor.

Capítulo 65

Cuando regresamos de Falkland, aún no podía creer lo que había pasado. El anillo brillaba en mi dedo como un pequeño recordatorio de que, por fin, la vida me sonreía. No había ostentación ni lujo en aquella promesa, solo amor sincero, y eso era lo que más valía.

Fuimos a recoger a las niñas a casa de la hermana de James; en cuanto nos vio, corrieron a abrazarme. En el camino a casa, Lidia y Jannet querían que les contara cómo nos lo pasamos. En cuanto abrimos la puerta de mi casa, las niñas se sentaron en el sofá y James, sonriendo, se arrodilló frente a ellas y, con ese tono tranquilo que tanto las tranquilizaba, les dijo:

—Vuestra mamá y yo tenemos algo importante que contaros.

Jannet lo miró curiosa.

—¿Qué pasa, James? ¿Te vas a quedar a vivir siempre con nosotras?

James soltó una pequeña risa y asintió.

—Eso espero, pequeña. Me he atrevido a pedirle a vuestra mamá que se case conmigo.

Lidia se llevó las manos a la boca y empezó a dar saltitos de alegría, mientras Jannet lo miraba incrédula antes de lanzarse a mis brazos.

—¿De verdad, mamá? ¿Te vas a casar con James? —preguntó con los ojos llenos de ilusión.

—Sí, cariño. Me ha pedido matrimonio —le respondí con la voz temblorosa de emoción.

Las niñas se abrazaron a mí con tanta fuerza que sentí cómo se me llenaban los ojos de lágrimas. Durante años, soñé con una vida tranquila, con un amor sin gritos ni miedos. Y allí estaba, rodeada de mis hijas y de un hombre que me había devuelto la paz.

Esa noche llamé a mi madre, y cuando le di la noticia, guardó silencio unos segundos antes de responderme:

—Te lo mereces, hija. Te mereces esto y mucho más.

También hablé con Angelita, con Alicia, con Carmen, con Marta… Todas lloraron y se alegraron por mí. Incluso Jesús me hizo una videollamada.

—Por fin —dijo sonriendo—. Sabía que este momento iba a llegar, Nuria. Te lo mereces todo.

—Gracias, Jesús. Si no fuera por tu apoyo en su momento, no sé si habría llegado hasta aquí.

—Prométeme que serás feliz —añadió él—, y que este escocés sepa lo afortunado que es.

—Te lo prometo.

Hasta la familia de James estaba feliz. Su hermana me abrazó al verme y me dijo que siempre supo que yo sería “la elegida”. Me hizo sonreír escuchar eso. Por primera vez, me sentía parte de una familia que no juzgaba, que no exigía, que simplemente me quería tal como era.

Pero la felicidad, a veces, viene con sombras.

Un par de días después, mientras preparaba la cena, Jannet entró en la cocina con el teléfono en la mano.

—Mamá, he hablado con papá —me dijo con tono serio.

Me giré, algo sorprendida.

—¿Ah, sí? ¿Qué tal está?

—Le conté que te vas a casar con James. Le dije que estoy muy contenta porque James te quiere mucho y jamás te va a engañar.

Me quedé helada.

—¿Y qué te dijo él?

Jannet bajó la mirada.

—Se enfadó, mamá. Dijo que cuando sea mayor me contará “la verdad”. Pero yo ya sé la verdad.

Respiré hondo.

—¿Y qué le dijiste, cariño?

—Le dije que si va a seguir hablando mal de ti, que no me llame más. Que estoy cansada de escucharlo decir mentiras.

Me quedé en silencio, sin poder evitar que una lágrima cayera por mi mejilla. A veces olvidaba lo mucho que mis hijas habían visto, lo mucho que habían entendido sin que yo dijera una palabra.

La abracé con fuerza.

—Has hecho bien, mi vida. No tienes por qué escuchar cosas feas. Tu padre… tiene sus problemas.

—Ya lo sé, mamá. Pero James es mejor. Él nos cuida, te hace reír… y nunca grita.

Sus palabras fueron como una caricia. En ese instante supe que había tomado la decisión correcta, no solo por mí, sino también por ellas.

Cuando James regresó del trabajo, Jannet se lo contó todo. Él la escuchó atentamente y luego se arrodilló frente a ella.

—Tú no te preocupes por nada, ¿vale? Tu mamá y yo os queremos mucho. Y lo único que importa es que estemos juntos.

Jannet asintió, y luego lo abrazó. Verlos así, tan unidos, me llenó el alma.

Más tarde, cuando las niñas ya dormían, me senté junto a James en el sofá. Él me tomó la mano y me miró con esa mezcla de ternura y firmeza que me hacía sentir a salvo.

—Jannet ya me ha contado lo de su padre —susurró—. No puedo imaginar lo que habéis pasado antes de venir aquí. Pero te prometo que nunca tendrás que volver a pasar por algo así.

—Lo sé, James. —Apoyé mi cabeza en su hombro—. Solo quiero paz. Y contigo la tengo.

Nos quedamos un rato en silencio, viendo el fuego bailar en la chimenea. En mi mente, pensé en todo lo que había cambiado mi vida desde que llegué a Escocia. Lo que había sido una huida se había convertido en un nuevo comienzo.

Esa noche, mientras James me abrazaba por detrás y apoyaba su mentón en mi hombro, cerré los ojos y pensé en mi prima.

“¿Ves? Lo conseguí”, susurré en mi mente. “Soy feliz”.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.