SARAH
—Puedes ir a refrescarte. Vamos a ver que preparamos en la cocina. —dijo Alena tocándome la mejilla. Asentí y casi corrí a mi habitación.
La casa se sentía más fría que en otros años.
Me senté en mi cama y encendí la luz de la pequeña lámpara, que proyectaba una suave luz amarilla. Miré fijamente la pantalla brillante de mi teléfono, pero los eventos de la noche, la dulce victoria de Matthew, la llegada repentina de su novia, su abrazo y su cálido beso en mi mejilla. Seguían reproduciéndose una y otra vez en mi cabeza. El silencio de la habitación solo amplificó mis pensamientos, haciendo eco del vacío que sentía por dentro.
Salté del susto cuando escuché el suave golpe en mi puerta.
—¿Cariño? —Era la voz de mi madre—. ¿Podemos hablar?
No necesité que me lo pidieran dos veces. Abrí la puerta y mi madre entró. Su rostro era suave pero preocupado. Ella me miró mientras yo intentaba secar unas lágrimas que no me daba cuenta que caían por mi mejilla.
—¿Cómo estás, cariño? —preguntó mi madre, sentándose a mi lado.
—Estoy bien. Sólo cansada. —Dejó escapar un suspiro, pasando una mano por mi cabello.
—Te conozco, Sarah. No estás sólo “cansada”. ¿Qué pasó en la pista? ¿Qué está pasando contigo y Matthew?
Sentí un nudo en la garganta. No podía ocultarlo más.
—No sé, mamá, siento que lo he perdido, pero nunca lo tuve, ¿verdad? —El ceño de mi madre se frunció con preocupación.
—¿Qué quieres decir? Has sido su amiga desde siempre, y siempre estás ahí para él. Él sabe cuánto te preocupas por él, Sarah. ¿Por qué crees que lo has perdido?
—Es complicado —susurré, con mi voz temblorosa—. Ahora tiene novia. Yo sólo soy una amiga. La que lo anima, la que lo apoya cuando lo necesita.
Mi mamá se tomó un momento y luego colocó suavemente su mano sobre la mía.
—Y ya no quieres eso, ¿verdad? Quieres más, ¿no?
No respondí de inmediato. Las palabras se quedaron alojadas en mi pecho como una piedra. Asentí lentamente.
—Sí, quiero ser la persona a la que él abrace cuando esté feliz. A la que recurra cuando todo se vuelva difícil, pero no soy esa persona para él. Nunca lo seré. —Mi mamá me estudió con una mezcla de amor y preocupación.
—No quiero verte lastimada, cariño. Quiero que seas feliz, pero no puedes guardarlo para ti. Si lo amas, debes decírselo. Te lo debes a ti misma. Si eso no termina como lo esperas, debes seguir adelante, eventualmente encontrarás a alguien más a quien amar. Alguien que pueda amarte de la manera en que mereces ser amada. Aún eres muy joven. Tienes un mundo con muchas cosas que hacer, ver y recorrer. —Me dolió el corazón de tan solo pensarlo.
—No puedo, mamá. No lo he hecho porque temo que este sentimiento en mi corazón destruya nuestra amistad. Además, siempre se ha tratado de los Juegos Olímpicos, de sus sueños. Y yo siempre he estado aquí, como Sarah. Su amiga. Y estoy bien con ser solo eso para él. —Mi madre me dio una suave sonrisa y me apretó la mano.
—Lo sé, pero cariño, no puedes seguir haciéndote esto a ti misma. Te mereces más. Tal vez Matthew también, pero tienes que seguir adelante si él no te ve cómo quieres que te vea.
Me quedé en silencio durante un largo momento, las palabras pesaban sobre mi pecho. Ya amaba a una persona; Matthew. Y no importaba cuánto intentara negarlo.
Mi madre suspiró, su voz ahora es más tranquila.
—Sé que es difícil. Pero a veces, debemos dejar ir algo que no podemos cambiar para hacer lugar a algo mejor. No te aísles del mundo, por él. El consejo viene de una persona que, durante años, pensó que nadie la amaría jamás. Y mírame. Encontré una familia, al amor de mi vida y a ti. A veces las cosas no funcionan como queremos, pero es lo que necesitamos en ese momento para prepararnos y valorar las nuevas oportunidades que podemos tener.
Levanté la cabeza y la miré, tratando de sonreír.
—Prometo que lo intentaré, mamá, pero no creo que pueda dejar de amarlo nunca. Incluso si renaciera cien veces, todavía lo amaría. Es simplemente quien soy.
Ella me miró por un momento, su expresión se suavizó.
—Lo sé, cariño. Lo sé. Pero tienes que intentar estar abierta a otras posibilidades.
Me besó la frente y se puso de pie.
—Te dejaré sola por ahora, pero recuerda, estoy aquí si me necesitas. Siempre, Sarah.
Cuando ella salió de la habitación, me dejé caer de nuevo en la cama y me quedé mirando el techo. Mi mente se llenó de pensamientos sobre Matthew. La forma en que me rodeaba con sus brazos y cómo me miraba después de su actuación. ¿Habría alguna posibilidad de que él pudiera sentir lo mismo alguna vez?
Un suave maullido rompió mi trance.
Me di vuelta y vi a mi gata, Luli, sentada en el borde de su cama, mirándome fijamente. Luli siempre había sido un consuelo, su suave y oscuro pelaje y sus grandes y sabios ojos me ofrecían un apoyo silencioso y constante, pero esa noche, algo se sentía diferente. La mirada de Luli parecía casi saber lo que me estaba pasando.
—Sabes, Luli —dije suavemente, acariciando su pelaje. —Ni siquiera sé cómo dejar de amar a alguien. No creo que pueda. No creo que lo pueda hacer nunca. No cuando es Matthew.
Luli maulló de nuevo, esta vez más fuerte, casi como una respuesta. Sonreí levemente, mi corazón se alivió un poco ante el sonido.
—¿Intentas decirme que tampoco sabes cómo?
Ella maulló de nuevo, saltando sobre mi regazo y acurrucándose. Mientras la acunaba suavemente, podía sentir el peso de mis propias emociones. No pude evitar preguntarme si seré la loca que entiende y se comunica con los gatos.
Después de una hora, decidí ponerme mi pijama de Navidad. Era nuestra tradición reunirnos cada 3 de diciembre y poner el árbol de Navidad en la casa donde celebraremos ese año y como mencioné antes; este año, es en mi casa. También bebemos chocolate caliente y decoramos un adorno con un deseo o manifestación para el próximo año.
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Editado: 11.12.2024