SARAH
El día de mi cumpleaños me desperté con el suave sonido de los villancicos que sonaban en la sala de estar.
Mi madre siempre había hecho mucho en combinar el espíritu navideño con mi día especial, decorando la casa con una mezcla de globos de cumpleaños y guirnaldas navideñas. Sin embargo, por mucho que me encantara mi cumpleaños, este año se sentía como un día más.
Me puse un suéter color crema y un pantalón de pijama de cuadros negros y rojos, que combinaban con la fría mañana de Navidad. Mi reflejo en el espejo me devolvió la mirada, traicionando mis pensamientos.
—Este es un día más —me susurré a mí misma—. Eres mayor, más sabia y fuerte. Puedes superar esto y todo lo que este mundo salvaje te pueda dar.
El desayuno fue un evento acogedor. La mesa tenía panqueques, fruta fresca y chocolate caliente. Mis padres cantaron la melodía habitual de cumpleaños y mi madre insistió en que apagara una vela colocada en una pila de panqueques rociados con miel. Me hizo sonreír, pero no llenó el vacío que sentía.
Mi corazón vaciló cuando Matthew y su familia llegaron a mi casa para el desayuno de Navidad. Me dije a mí misma que sería amable, civilizada y serena, pero cuando la puerta se abrió, vi a Shyla de pie, caminando junto a Matthew; mi determinación se quebró un poco. La risa de Shyla resonó mientras saludaba a todos, adaptándose perfectamente a la multitud navideña.
"Hola, Sarah", dijo Matthew, sonriendo levemente mientras pasaba a mi lado para guiar a Shyla al comedor. Su felicidad no la reflejaban sus ojos, pero fue suficiente para dolerme.
Me obligué a devolverle la sonrisa, tragando el nudo que se formaba en mi garganta.
Se sentaron alrededor de la mesa, intercambiando una conversación educada. Matthew parecía distraído, y me di cuenta con el corazón hundido de que se había olvidado de decirme feliz cumpleaños por primera vez desde siempre. Apreté los puños debajo de la mesa, obligándome a no dejar que se notara mi malestar.
«Está bien. Esto es lo que querías, ¿recuerdas? Distancia. Una ruptura limpia». Me dije a mi yo interior.
Después del desayuno, ayudé a limpiar la mesa para escapar de la tensión que sentía. Alena me siguió hasta la cocina.
—Sarah, ¿podemos hablar un momento? —dijo suavemente, y me giré para mirarla.
—Por supuesto, Alena. ¿Qué pasa? —Alena suspiró, secándose las manos con un paño de cocina.
—Quería disculparme por el comportamiento de Matthew. Ha estado... de mal humor últimamente. Desde que ustedes dos se distanciaron, es como si hubiera perdido algo y no supiera cómo encontrarlo de nuevo. —Mi pecho se apretó, pero forcé una sonrisa.
—Está bien, Alena. Creo que es difícil para todos en este momento. Él está descubriendo su camino, y yo también. —Los ojos de Alena se suavizaron.
—Eres una joven muy fuerte, Sarah. Solo debes saber que siempre tendrás un lugar en esta familia, pase lo que pase. —Asentí, con las emociones a flor de piel. Me disculpé poco después, ya que no quería quedarme más tiempo en la cálida pero sofocante atmósfera de Matthew.
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Cinco meses después, mi vida había adquirido un nuevo ritmo. El vínculo inseparable que había entre Matthew y yo se había desvanecido en una forma muy sutil. Nos cruzábamos en la escuela como personas que solían conocerse, intercambiando saludos, pero poco más.
Lucas, junto con otras tres chicas de la orquesta, Verónica, Aubrey y Ava, se habían convertido en una constante en mi vida. Por primera vez, sentí que tenía mi propio círculo. Gente que me valoraba por lo que era, no por lo que yo era para alguien más.
Se acercaban los exámenes finales y en la escuela se sentía la ansiedad por la graduación. Me habían elegido la mejor estudiante, un título que acepté con orgullo y escepticismo. Pasé las noches redactando y reescribiendo mi discurso, decidida a hacerlo perfecto.
Una tarde, mientras estaba sumida en mis notas, mi madre irrumpió en mi habitación, sosteniendo un sobre con manos temblorosas.
—¡Sarah! ¡Está aquí! —exclamó mi madre, con la voz llena de emoción.
Miré hacia arriba, confundida.
—¿Qué está aquí?
—¡La carta de Juilliard! —Mi corazón dio un vuelco. Me puse de pie, con las piernas temblorosas, mientras tomaba el sobre de las manos de mi mamá. Mi papá apareció en la puerta, sus ojos igual de brillantes.
—¡Vamos, ábrelo! —me insistió.
Con dedos temblorosos, abrí el sobre y desdoblé la carta dentro. Mis ojos escanearon las palabras, mi respiración se detuvo mientras leía:
“Nos complace informarle que ha sido aceptado en la Escuela de Música de Juilliard y nos encantaría invitarla a nuestro programa de verano...”
Un jadeo escapó de mis labios y miré a mis padres, mis ojos picaban por las lágrimas que se acumulaban en ellos.
—Entré —susurré—. ¡Entré!
Mis padres se emocionaron y me abrazaron fuerte. Durante nuestra celebración, sonó el timbre. Mi mamá se apresuró a abrir, y momentos después, Alena y Matthew aparecieron en la puerta, cargando algunas cajas.
—¿A qué viene todo este revuelo? —preguntó Alena viéndonos sorprendida.
Mi madre no pudo contener su alegría.
—¡Sarah acaba de ser aceptada en Juilliard! —El rostro de Alena se iluminó.
—¡Es una noticia maravillosa! ¡Felicitaciones, Sarah! —Alena se acercó a abrazarme.
Matthew dio un paso adelante queriendo hacer lo mismo y sus ojos se clavaron en los míos.
—Felicitaciones —dijo suavemente, con voz sincera.
—Gracias —respondí con voz firme a pesar del cumulo de emociones en mi interior.
Matthew dudó un momento antes de abrazarme. Fue el abrazo más largo que habíamos compartido en nuestra vida y sentí un extraño consuelo y tristeza al estar pegada en su pecho. No me soltó de inmediato, se aferró a mí como si estuviera tratando de transmitir algo que las palabras no podían expresar. Los ojos de Matthew se quedaron fijos en los míos cuando finalmente nos separamos, pero no dijo nada más.
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Editado: 07.01.2025