SARAH
Me senté en el borde de la cama de Matthew, temblando mientras el peso de la noche comenzaba a caer sobre mis hombros. Mientras miraba como Matthew se movía en su cama quitándose del todo su pantalón y se subía su bóxer.
Mis lágrimas caían por montones, empapando la enorme camisa negra que me había puesto apresuradamente, una de Matthew estaba tirada descuidadamente en el suelo. Me sentía sofocada, mis pensamientos eran un torbellino de vergüenza, arrepentimiento y confusión.
Tomé mi teléfono con manos temblorosas y llamé a Lucas. Sonó dos veces antes de que su cálida voz se escuchara del otro lado.
—¿Sarah? —Lucas sonaba sorprendido—. ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
—¿Puedes… puedes recogerme aquí en la casa de Matthews? —Mi voz se quebró—. Por favor, Lucas. Te necesito.
—Estaré allí en cinco minutos —dijo vacilante—. ¿Estás herida?
—No —susurré, lágrimas frescas corrían por mi rostro —Solo… apúrate.
No quería quedarme allí, así que fui a la sala de estar y esperé al otro lado de la puerta.
Lucas llegó en un tiempo récord. Yo ya estaba afuera cuando él dijo que estaba a un minuto de distancia. Agarrando mi bolso y evitando el contacto visual, me deslicé en el asiento trasero, mi cara escondida entre mis manos.
—Sarah, ¿qué pasó? —preguntó Lucas suavemente mientras comenzaba a conducir.
No respondí. El nudo en mi garganta me impedía hablar. Sentí sus miradas preocupadas porque Verónica también venía con él, pero mantuve mi mirada firmemente en mi regazo.
—Siento mucho haber arruinado tu noche —le dije a Verónica, tocándole el brazo.
—Tu seguridad es más importante, así que no te preocupes por el resto.
Cuando llegamos a la casa de Verónica, Lucas la dejó con un rápido adiós y un suave beso en los labios.
—Vendrás conmigo a mi casa —dijo con firmeza mientras nos alejábamos.
—Lucas, yo…
—Sin discusiones —me interrumpió— No te vas a ir sola a casa así.
Cuando llegamos, dudé en la puerta. Me sentí avergonzada y no estaba segura de poder enfrentar a nadie, ni siquiera a la madre de Lucas.
—Vamos —dijo Lucas con suavidad, tocándome la espalda para guiarme hacia adentro—. Necesitas a alguien con quien hablar, y mi madre te escuchará. Es muy buena en este tipo de cosas.
Wendy me saludó con una sonrisa, sus ojos llenos de comprensión. Lucas me hizo un gesto tranquilizador con la cabeza y salió de la habitación para darnos privacidad.
Wendy se sentó frente a mí, con las manos cruzadas sobre la mesa.
—Sarah, cariño, Lucas me dijo que tuviste una noche difícil. ¿Quieres contarme qué pasó?
Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. Le conté todo a Wendy; sobre el beso, la fiesta, la bebida de Matthew, la pelea y los momentos dolorosos y confusos que siguieron. Mantuve mi mirada en la mesa, incapaz de mirar a Wendy a los ojos.
Cuando finalmente terminé, Wendy se estiró por encima de la mesa y tocó suavemente mis manos.
—Sarah, lamento mucho que te haya pasado esto —dijo, intentando reconfortarme—. No tienes la culpa de nada de esto.
—Pero podría haberlo detenido —susurré, con lágrimas en mis ojos—. Debería haberlo alejado más fuerte, o haberme ido antes, o… —Wendy negó con la cabeza.
—No te hagas esto. A veces, no sabemos cómo reaccionar cuando nos toman por sorpresa. Eso no te hace responsable de lo que pasó. —Mis hombros se sacudieron mientras lloraba.
—Siento que todo es culpa mía. Como si lo hubiera arruinado todo.
—No arruinaste nada, Sarah —dijo Wendy con firmeza—. Todos cometemos errores, especialmente cuando estamos enamorados, pero debes ser amable contigo misma. Culparte no cambiará lo que pasó; solo hará que te resulte más difícil sanar.
Wendy me entregó una taza de té, y el calor se filtró en mis manos como un pequeño consuelo. Mientras Wendy hablaba suavemente sobre el perdón a uno mismo y seguir adelante, sentí que una pequeña pizca de paz empezaba a echar raíces.
Cuando terminé el té, Wendy me llevó a una habitación de invitados. Me arropó en la cama y me dio unas palmaditas suaves en la cabeza, como lo haría mi madre.
—Descansa ahora, cariño —dijo Wendy suavemente—. Estás a salvo aquí.
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La luz del sol que se filtraba a través de las cortinas me despertó a la mañana siguiente. Me dolía la cabeza, un dolor familiar después de noches como esas. Me quedé quieta un momento, reuniendo fuerzas para enfrentar el día.
Cuando finalmente llegué a la cocina, el olor a panqueques me saludó. Lucas y Wendy ya estaban allí, riéndose de algo.
—¡Ahí está! —dijo Lucas alegremente cuando me vio—. Pensamos que tendríamos que despertarte con el olor a tocino. —Logré esbozar una pequeña sonrisa.
—Gracias por dejar que me quedara a pasar la noche.
—Siempre que lo necesites nuestra casa tendrá las puertas abiertas para ti y tu familia. —dijo Wendy, colocando un plato de panqueques frente a mí—. Come, querida. Te sentirás mejor.
Durante el desayuno, Lucas se propuso hacerme reír. Se burló de mi discurso, llamándome “la mejor estudiante de la clase” y pretendió darme consejos sobre cómo ganarme al público de Nueva York.
—Vas a ser la próxima Taylor Swift —sonrió Lucas—. O alguien aún más famosa.
—¿Taylor Swift? —dije, finalmente riéndome. —No lo creo.
—Bien —dijo Lucas dramáticamente—. Entonces serás la próxima Sarah la super estrella.
Cuando terminó el desayuno, mi ánimo se había elevado, aunque solo fuera un poco.
Era hora de volver a casa, así que abracé a Wendy y le agradecí de nuevo por sus palabras y por poder escucharme. Le pedí si este podía ser su pequeño secreto y ella estuvo de acuerdo.
Lucas me acompañó de regreso a su casa, con el sol del final de la mañana calentando nuestros rostros.
—Gracias, Lucas —dije cuando llegamos a mi porche—. Por todo. No sé qué haría sin ti.
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Editado: 07.01.2025