La Paz de un Villancico

11. DIAGNÓSTICO

SARAH

DOS MESES DESPUÉS,

El apartamento estaba lleno de energía, como siempre, lleno de música y risas. El violín de Gabriella resonaba en su habitación, mientras Candice practicaba rutinas de ballet en la sala de estar. Me senté en el pequeño piano en la esquina de mi habitación, perfeccionando mi nueva canción para la presentación final del Programa de Verano. Todas creamos un vínculo estrecho no solo como compañeras de habitación sino como amantes de la música y el arte.

Tarareé suavemente mientras mis dedos se deslizaban sobre las teclas, pero mi cuerpo se sentía más pesado de lo habitual, mi cabeza palpitaba con cada nota alta que intentaba alcanzar. Me sacudí la presión, respiré profundamente y me levanté para tomar agua.

El mundo se nubló.

—¿Sarah? —Escuché la voz distante de Gabriella justo cuando mis rodillas cedieron y la oscuridad me consumió.

Cuando abrí los ojos, estaba en una habitación luminosa y estéril. El leve zumbido de las máquinas y el pitido de un monitor cardíaco llenaban el aire. Gabriella estaba sentada a mi lado, apretando mi mano con fuerza.

—¡Sarah! ¡Estás despierta! —suspiró Gabriella, su rostro reflejaba alivio.

—¿Qué pasó? —pregunté tenía la garganta seca.

—Te desmayaste y llamé al 911.

Antes de que pudiera decir algo, un médico entró en la habitación, mirando algo en su tableta. Era un hombre joven con un comportamiento tranquilo, pero su rostro era serio.

—Señorita Ford, hicimos algunas pruebas después de que la ingresaran. Hay algo que debemos discutir. —Me incorporé con la ayuda de Gabriella, mi corazón palpitaba con fuerza.

—¿Qué... qué es?

—Bueno, —comenzó a decir el doctor—. Sus análisis de sangre mostraron niveles elevados de hCG, lo que indica que se trata de un embarazo.

Las palabras me golpearon como un tren de carga.

—¿Embarazada? —tartamudeé, mi voz apenas era audible.

Gabriella jadeó suavemente a mi lado, su agarre se apretó en mi mano.

—No es posible —dije rápidamente, sacudiendo la cabeza—. Es un error. Debe serlo. Solo fue una vez. —El médico levantó una mano, su voz suave.

—Entiendo que esto puede ser abrumador, pero los resultados son claros. Sin embargo, hay más cosas de las que tenemos que hablar. —Parpadeé y respiré más rápido.

—¿Qué más? —pregunté con nerviosismo.

—Hemos notado que tienes niveles de glóbulos rojos y plaquetas significativamente bajos. ¿Has estado experimentando síntomas como fatiga, mareos, dolores de cabeza o dificultad para respirar? —Pensé en las últimas semanas o tal vez meses.

—Sí... todo eso —admití—. Pero, ¿Es por los síntomas de embarazo verdad?

El médico dudó e intercambió una mirada con Gabriella que me provocó escalofríos.

—No, o podríamos decir que sí —concluyó—. Estos síntomas sugieren anemia grave o algo más serio. ¿Cuándo fue tu último chequeo médico? —Mi voz tembló.

—Hace dos... quizás tres años. Me dijeron que tenía anemia leve en ese momento. —El doctor movió su cabeza en afirmación, con una expresión ilegible.

—Necesitamos hacer más pruebas para determinar la causa, pero mientras tanto, te recomiendo encarecidamente que llames a tus padres para que te ayuden. —Se me encogió el pecho y el pánico empezó a hervir en mi interior.

—¿Qué quiere decir? ¿Es grave? —El doctor dudó de nuevo antes de responder y eso solo hizo que todo mi cuerpo temblara pensando lo peor.

—No lo sabremos hasta que lleguen los resultados de las nuevas pruebas, pero tus síntomas sugieren algo que requiere atención inmediata. —Gabriella se inclinó más cerca para acariciar mi frente. Intentando calmarme

—Vas a estar bien, Sarah. Sea lo que sea, estaremos aquí para ti. —Pero apenas la escuché mis pensamientos se enredaron entre la conmoción del embarazo y el miedo a ser portadora de una enfermedad desconocida.

—No puedo llamar a mis padres —dije finalmente, con la voz quebrada y lágrimas cálidas cayendo por mis mejillas. El doctor frunció el ceño.

—Sarah, esto no es algo que puedes afrontar sola. —Me mordí el labio y sacudí la cabeza.

—Harán preguntas. No estoy lista para decirles... —mi voz se apagó y mi cuerpo siguió temblando.

Gabriella puso una mano reconfortante sobre mi hombro.

—No tienes que explicarles todo ahora mismo. Solo hazles saber que los necesitas aquí.

Cuando el doctor salió de la habitación para programar la siguiente serie de pruebas, me volví hacia Gabriella, con las manos temblorosas.

—¿Qué voy a hacer? Estoy embarazada, Gabby. Y ahora esto... esta otra cosa. No puedo con todo. —Los ojos de Gabriella se suavizaron.

—Un paso a la vez, Sarah. Primero, tenemos que averiguar qué está pasando con tu salud. Luego averiguaremos el resto. No estás sola.

—Pero no quiero decepcionar a mis padres —dije sollozando—. Ellos confían en mí. Y yo... los decepcioné. —Gabriella me abrazó con fuerza.

—Escúchame, Sarah. Eres más fuerte de lo que crees. Pase lo que pase, tus padres te aman. Y nosotros también. Siempre estaremos apoyándote. —Me aferré a ese abrazo que mi amiga me estaba ofreciendo, estaba asustada, nerviosa y tenía mucho miedo de enfrentar a mis padres.

—Solo... solo desearía que esto no estuviera sucediendo. Desearía poder volver en el tiempo de que todo se volviera tan complicado. —Gabriella se apartó y me miró a los ojos, tomando mi rostro entre sus manos, limpiando mis lágrimas.

—La vida no se trata de desear que fuera más sencilla. Se trata de encontrar la fuerza para seguir adelante, pase lo que pase. Y tú tienes esa fuerza, Sarah. Sé que la tienes.

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Esa noche, me senté sola en mi habitación del hospital, Gabby regresó al apartamento para descansar y porque entre la emergencia dejó su teléfono en el apartamento. Mientras estaba con el teléfono en la mano temblaba. El número de mi madre me devolvió la mirada, la pantalla brillante contra la habitación oscura.




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