La Paz de un Villancico

22. VOLVERÉ

MATTHEW

La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, despertándome con una extraña mezcla de anticipación y temor a ser descubierto. Al ir al baño pude notar mis ojos ligeramente hinchados y no pasarían desapercibidos por Sarah. Sin embargo, cuando ella salió de la habitación, lo notó, más no preguntó nada. Lo que agradecí.

Ese día dejaríamos atrás Nueva York, una ciudad que había guardado innumerables secretos y luchas para ellos. Se sentía como el cierre de un capítulo, no obstante, no estaba seguro de lo que traería el siguiente.

Gabrielle llegó justo después del desayuno, con los brazos llenos de regalos para Louis y su energía pareció levantarle el ánimo a Sarah de inmediato.

Se abrazaron con fuerza, aferrándose la una a la otra como si sus vidas dependieran de ello. Gabrielle era vibrante, divertida y amable, pero había una tensión innegable flotaba en el aire con respecto a mí. Apenas miró en mi dirección, y su mirada era aguda e interrogativa. No la culpé.

Sarah y Gabrielle hablaron en voz baja, sus palabras resonaron entre risas y lágrimas. Traté de darles espacio, pero no pude evitar escuchar fragmentos de su conversación.

—Te voy a extrañar mucho —dijo Gabrielle, sacudiendo su nariz en una servilleta—. Pero iré a visitarlos, te lo prometo. St. Paul no está tan lejos.

—Más te vale —respondió Sarah, ofreciendo una sonrisa llorosa—. Louis querrá ver a su tía Gabrielle, y yo también.

Cuando llegó el momento de que Gabrielle se despidiera, abrazó a Sarah y Louis una vez más, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas. Luego se volvió hacia mí, deteniéndose un momento antes de extender su mano.

—Cuídalos —dijo, con su mirada penetrante—. Se merecen lo mejor.

—Lo haré —prometí, mirándola fijamente a los ojos.

Gabrielle asintió, satisfecha por un momento, y se fue con un último adiós con la mano. La puerta se cerró detrás de Sarah, y tuve que acercarme para abrazarla.

El camión llegó poco después para llevar las cosas de Sarah y Louis a St. Paul. Me encontré en el apartamento ayudando a los transportistas, moviendo todo desde las habitaciones que poco a poco quedaban vacías. No podía dejar de pensar en todo lo que Sarah había pasado aquí.

Llevé la última caja al camión, dejando a Sarah sola por un momento. Cuando regresé, la escuché.

—Gracias por todos los recuerdos que nos diste. —dijo, echando una última mirada alrededor, mientras tomaba la manita de Louis. Luego cerró la puerta detrás de ella.

Se dio la vuelta y me sonrió.

—Es hora de ir a casa. —Le devolví la sonrisa, levanté a Louis en mis brazos y salimos de ese lugar, encaminándonos hacia el aeropuerto.

En el avión, Louis estaba inquieto en los brazos de Sarah. Se retorcía y se agitaba, sus pequeñas manos extendiéndose para alcanzar cualquier cosa que estuviera a su alcance.

—Ven, déjame llevarlo —dije, extendiendo mis brazos.

Sarah dudó un momento antes de entregármelo. Louis se acomodó contra mí casi de inmediato, su pequeño cuerpo se relajó mientras dejaba escapar un suspiro de satisfacción. En cuestión de minutos, estaba profundamente dormido, con la cabeza apoyada en mi hombro.

Miré a Sarah, que nos observaba con una suave sonrisa. Parecía cansada, más que cansada, pero había una paz en su expresión que no había visto en mucho tiempo..

—Tú también deberías descansar —le dije con dulzura. Lo que menos quería era que su salud se viera afectada por todo el esfuerzo en los días anteriores

—Estoy bien —respondió, pero sus ojos delataban su cansancio.

—Sarah —insistí—. Cierra los ojos. Solo por un ratito. —Suspiró, claramente renuente, pero un momento después, apoyó la cabeza en mi otro hombro.

Sentí que su cuerpo se relajaba mientras se quedaba dormida, su respiración era constante y tranquila.

Y allí estaba yo, sentado en un avión con mi hijo dormido en un hombro y la mujer que amaba dormida en el otro. Cada vez que podía tener este tipo de contacto con ellos me sentía completo y pleno. No obstante, con esa plenitud llegaron las dudas.

¿Podría realmente dejar esto atrás? ¿Podría volver a Moscú, a la vida que había construido allí, sabiendo lo que tenía aquí? Cada instinto en mi cuerpo me gritaba que me quedara.

Miré a Louis, sus pequeños dedos agarrando la tela de mi camisa, y luego a Sarah, su rostro tranquilo mientras dormía. Me dolía el corazón, estaba dividido entre lo que quería y lo que sabía que tenía que hacer.

Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el asiento, abrazándolos con fuerza.

Por ahora, este momento era suficiente.

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Dos meses habían pasado en un abrir y cerrar de ojos. Cada día parecía fugaz, como si el tiempo pasara rápidamente, burlándose de mí por querer disfrutar de cada momento a su lado. Mis días se dividían entre la pista de hielo, el entrenamiento para las preliminares y pasar todo el tiempo que podía con Sarah y Louis.

Los momentos con Louis eran pura alegría. Verlo dar pasos tambaleantes, escuchar su risa contagiosa y sentir el peso de su pequeña mano en la mía eran recuerdos que se imprimían en mi alma. Y Sarah seguía luchando, aguantando a pesar de todo, había tenido varias recaídas y de igual manera sonreía ante todo.

A medida que se acercaban las preliminares, la ansiedad estaba cada día más ferviente. Sin embargo, algo dentro de mí me aseguraba que volvería pronto. Solo pedía que la salud de Sarah no fuera la razón.

Logramos organizar con éxito la segunda fiesta de cumpleaños de Louis, y fue un momento muy divertido, verlo sumergirse en la tarta y absorber toda la atención. Ese niño me ha robado el alma desde el primer día.

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La tarde antes de que me fuera, encontré a Sarah sentada en el columpio del porche, envuelta en una manta. El aire era frío, un leve indicio de primavera luchaba por abrirse paso entre los restos del invierno. Levantó la mirada cuando me oyó salir, su expresión era ilegible.




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