SARAH
Despedirme de Matthew fue como partir mi corazón en dos. Sonreí, fingiendo que todo estaba bien, pero cuando el auto desapareció de mi vista, me destrozó. Lo había despedido, no porque quisiera, sino porque tenía que hacerlo.
Si no lo hacía, siempre me preguntaría si era yo quien lo frenaba.
Estaba de pie junto a la puerta, todavía con Louis en brazos, cuando mis padres se acercaron por detrás. Mi madre me puso la mano suavemente en el hombro y me di cuenta de que había estado conteniendo la respiración.
—Volverá —dijo en voz baja.
—Lo sé —susurré, esperando que fuera cierto.
Los días posteriores a la partida de Matthew fueron más pesados de lo que esperaba.
Intenté mantenerme ocupada con Louis, absorta en los pequeños momentos como seguir disfrutando de su risa, su mirada curiosa y la forma en que se aferraba a mí cuando se cansaba; sin embargo, los momentos de tranquilidad, cuando dormía la siesta o cuando la casa se sentía demasiado silenciosa, eran los más difíciles.
Durante los tres meses que Matthew estuvo aquí, las cosas cambiaron para mí de maneras inesperadas. No eran solo los sentimientos que afloraban cada vez que estaba cerca o cómo mi corazón se aceleraba cuando sonreía. Era cómo me hacía sentir más fuerte, incluso en mis momentos más débiles.
Ahora, sin él, me sentía, frágil. Como si apenas pudiera mantenerme de pie.
Me senté con mis padres después de cenar. Louis ya estaba dormido y la casa estaba en silencio, salvo por el leve tictac del reloj en la sala.
—He estado pensando —comencé, jugueteando con la manga de mi suéter—. En lo que dijo el médico, sobre el grupo de apoyo.
Mi padre intercambió una mirada con mi madre antes de inclinarse hacia delante.
—Es una buena idea, cariño —dijo.
—Es que... —Dudé, tragando el nudo que tenía en mi garganta. Siento que estoy perdiendo la esperanza. Y no quiero. No puedo perderla, no con Louis, pero algunos días... —Mi voz se quebró y contuve las lágrimas.
Mi madre se inclinó sobre la mesa y me tomó la mano. Su mano temblaba y me dolía mucho ver el dolor reflejado en sus ojos. Ninguna madre quisiera ver enfermo a uno de sus hijos y para ella soy su única hija.
—Está bien tener miedo, Sarah. Esto no es fácil, me encantaría poder quitarte de encima todo este sufrimiento, pero no puedo. —Se limpió las lágrimas—. No estás sola, ¿De acuerdo? Estamos aquí, y Louis también. Y si el grupo de apoyo puede ayudarte a sentirte menos sola o desesperanzada, entonces deberías ir.
Asentí, aunque todavía sentía una opresión en el pecho.
—Llamaré mañana a ver cuándo se reúnen. —dije. Mi padre sonrió con ternura.
—Estamos orgullosos de ti, ¿sabes? Por luchar. Por aguantar. —Intenté devolverle la sonrisa, pero me costó.
Por otro lado, desde la primera noche, Matthew cumplió su promesa llamándonos todas los días.
Ver su rostro en la pantalla me dolia de una forma inesperada, no pensé que pedirle que se fuera doliera tanto.
—¡Hola, Louis! —exclamaba, iluminándose el rostro mientras Louis charlaba con entusiasmo. Siempre se tomaba el tiempo para interactuar con Louis, preguntándole que travesura había hecho durante el día y riéndose de sus intentos de pronunciar palabras nuevas.
Y luego, cuando Louis se distraía o se cansaba, Matthew volvía su atención hacia mí.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó una noche, frunciendo el ceño con preocupación.
—Bien —mentí, esbozando una sonrisa—. Ocupada con Louis, ya sabes cómo es. —No parecía convencido, pero no insistió.
—Te extraño —dijo en cambio.
—Yo también te extraño —admití, con el corazón encogido. Con mi mano libre me abrazaba a mí misma pensando en sus brazos a mi alrededor.
Hablamos de su entrenamiento, la pista y sus compañeros. Se esforzaba mucho por ayudarme a sentirme conectada con su mundo, incluso a miles de kilómetros de distancia. Sin embargo, cada vez que terminábamos la llamada, sentía que volvía el vacío.
Unos días después habia comenzado con mi segundo tratamiento de quimioterapia cuando todo comenzó.
Estaba jugando con Louis en la sala, entonces ocurrió.
Empezó como un dolor sordo en el pecho, una pesadez que me dificultaba la respiración. Intenté ignorarlo, concentrándome en Louis mientras caminaba por la habitación, pero la pesadez se intensificó.
—¡Mamá! —grité débilmente, agarrándome al borde del sofá. Se me nubló la vista y me dejé caer de rodillas al suelo.
Louis se acercó a mí, dándome palmaditas en la cara con sus manitas.
—¿Mamá? —dijo con sus ojitos sorprendidos.
Mi madre llegó corriendo de la cocina, pálida al observar la escena.
—¿Sarah? ¿Qué te pasa, hija? —Me ayudó a levantarme del suelo y poder llegar al sofá.
—No... no puedo... —Me costaba pronunciar las palabras. Respiraba entrecortadamente.
Cogió a Louis en un brazo y agarró su teléfono con el otro.
—Hola, mi hija tiene leucemia y tiene dificultad para respirar; está a punto de desmayarse —la oí decir por teléfono.
Estaba a punto de cerrar los ojos cuando vi a mi padre entrar por la puerta, para luego correr hasta mí. Tomó mi mano.
—Ya viene una ambulancia en camino, Sarah. Mantente con nosotros hija, respira. —decía mi madre mientras con su mano apoyaba a Louis a su pecho y lo mecía.
—Vas a estar bien, ¿de acuerdo? Vamos al hospital", dijo mi padre con firmeza.
El trayecto al hospital fue un torbellino de luces intermitentes y voces lejanas. Recuerdo aferrarme a la mano de mi madre, intentando concentrarme en su voz mientras me aseguraba repetidamente que iba a estar bien.
Cuando llegamos, los médicos actuaron con rapidez, haciéndome pruebas y conectándome a monitores.
Las palabras "fatiga" y "dificultad para respirar" sonaban por todas partes, y sentí una punzada de miedo al darme cuenta de lo frágil que se había vuelto mi cuerpo y lo vulnerable que estaba en ese momento.
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Editado: 27.03.2025