La Paz de un Villancico

24. MISMA ANGUSTIA

SARAH

—¡Detente! —dijo bruscamente, con un nudo en la garganta—. No digas esas cosas. Ni te atrevas a mencionar mis últimos deseos.

—Lo siento. No quería molestarte —respondí con dificultad—. Solo, tengo miedo, Matthew. Es difícil mantener una actitud positiva todo el tiempo. —Hubo un largo silencio. Pude escuchar su respiración al otro lado de la línea, pausada, intentando calmar el temblor invisible que también me sacudía a mí.

—Sé que es difícil, pero tienes que intentarlo —dijo por fin, con calma tratando de trasmitir ese cariño que me desgarró más que cualquier dolor físico.

—Lo haré —susurré, limpiando mis lágrimas con la sabana que me cubria—. Intentaré ser más positiva. Te lo prometo.

—¿Y Sarah?

—¿Sí?

—Te amo. —Cerré los ojos. Me dolía el pecho, pero no era por la enfermedad. Era por lo que provocaban esas dos palabras cuando venían de él. Amor en su forma más pura, más desesperada, más urgente. Amor dicho con miedo, con fe, con esperanza y con una certeza que partía el alma. No sabia en que estaba pensando al intentar alejarlo de mi. Lanzandolo a los brazos de Alexa.

Esa frase, últimamente lo decía con más frecuencia, como si quisiera asegurarse de que me lo llevara bien grabado antes de que…

No pude contenerme. Yo tambien necesitaba liberar ese sentimiento de mi pecho.

—Yo también te amo —susurré, y mi voz se quebró justo antes de que soltara un sollozo, tan bajito que pensé que no lo oiría, pero sí lo escuchó.

El silencio que siguió no fue incómodo y lleno de todo lo que no sabíamos cómo decir, de lo que no cabía en palabras, de lo que solo el corazón podía traducir.

Cuando colgamos, me quedé con el teléfono en la mano, observando la pantalla como si aún pudiera absorber algo más de él. Su amor era un salvavidas, sí, pero también un recordatorio cruel de todo lo que podía perder.

---

Volver a casa después de días en el hospital se sentía como regresar a un lugar distinto, casí ajeno.

Al cruzar la puerta, el corazón se me encogió con violencia. Alena estaba sentada en el sofá, acunando a Louis entre sus brazos. Su cuerpecito estaba acurrucado contra su pecho, su carita dormida sobre su hombro, y aun así, incluso desde la entrada, vi la hinchazón en sus párpados, sus mejillas enrojecidas, sus labios secos de tanto llorar.

—¿Alena? —susurré acercándome a ellos. Ella se giró lentamente. El cansancio en sus ojos me dolió más que la fiebre en mi cuerpo.

—Sarah, ya estás en casa. —dijo intentando cubrir a Louis.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, con la vista fija en mi hijo, como si pudiera adivinar todo lo que había sufrido sin mí.

Alena lo acomodó con delicadeza, acariciando sus rizos como si fueran de cristal.

—Ha estado llorando sin parar, Sarah, te llamaba y buscaba por toda la casa… —tragó saliva—. No ha dormido bien. Escuchar la voz de Matthew por teléfono le calmó un poco, pero no fue suficiente. Solo quería a su mami. —Y esas palabras me rompieron.

Sentí que el suelo desaparecía. Que el peso del universo se me venía encima. Me apoyé en el marco de la puerta porque si daba un paso sin ayuda, me derrumbaría. Mi padre me ayudó a llegar hasta su lado en el mueble.

—¿Puedo sostenerlo? —Ella asintió y me lo pasó con una ternura que me partió en dos. Louis, en cuanto estuvo en mis brazos, suspiró hondo, como si su pequeño cuerpo por fin pudiera descansar. Hundí el rostro en su cuello, lo olí, lo sentí. Me aferré a él con desesperación.

—Lo siento tanto, mi amor —susurré tratando de no derrumbarme con él entre mis brazos—. Perdóname. Siento no haber estado aquí para ti.

Las lágrimas silenciosas me corrían por las mejillas.

Alena acaricio mi espalda, y cuando levanté la vista, ella también lloraba. Mis padres estaban en la puerta. Sus rostros eran máscaras de dolor contenido.

Mi madre se acercó, puso una mano temblorosa en mi brazo, y fue entonces cuando el dique se rompio.

—¿Por qué? —pregunté con el alma, con los pulmones, con el corazón—. ¿Por qué Dios me castiga así? ¿Qué hice tan mal para que sea tan cruel conmigo?

—Sarah… —empezó mi padre, con una voz que no llegaba a mí.

—¿Qué clase de Dios permite que esto pase? —dije temblando de ira y desesperación—. ¿Cómo puede un ser tan pequeño sufrir por mi culpa? ¿Cómo voy a seguir soportando tratamientos horribles, sin garantías de que funcionen? —Louis se movió. Me aferré más a él, como si al soltarlo me fuera a quebrar por completo.

» —¿Por qué siento que cada vez que creo que puedo con esto, pasa algo peor?

Mi madre me abrazó fuerte, pero insuficiente para calmar el dolor e indignación en mi interior.

—No entiendo… —hice una pausa para recuperar el aliento—. ¿Por qué duele tanto? ¿Por qué siento que lo estoy perdiendo todo? Mi vida, mis sueños, mi tiempo con Louis. ¿Por qué quiere Dios que sufra así? —Escuché un sollozo frente a mí y era mi padre, secándose los ojos. Alena lloraba en silencio, de pie, como si mi dolor fuera también suyo.

—No lo sabemos —dijo mi padre con voz temblorosa—. No tenemos todas las respuestas, pero si puedo decirte que nosotros no somos especiales, que como tú y nosotros, hay muchas personas más en el mundo.

Mi mamá tomó mi rostro entre sus manos.

—Pero lo que sí sabemos, hija, es que has sido tan fuerte, tan valiente y está bien no serlo por un momento. Está bien dejar ese dolor salir. —Alena se acercó más.

—Dios, no te está castigando, Sarah. La vida a veces simplemente no es justa o fácil. Yo estoy segura que en un par de ellas recordaremos este momento como un momento de prueba que vivimos y superamos en familia.

Miré a Louis. Su carita apacible me parecía un milagro y lo era para mí.

Odiaba tener estos momentos de debilidad, pero es que mi cuerpo se sentía tan cansado y la fe parece drenarse de mi cuerpo.

Mi padre se arrodilló a mi lado, apretando mis manos con fuerza.

Nos quedamos así un buen rato. No curó el dolor, pero lo hizo un poco más llevadero. Porque ya no era solo mío.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.