MATTHEW
Los siguientes días fueron un torbellino de entrenamiento intensivo, llamadas con mi entrenador, y preparación mental para lo que serían las competencias más importantes de mi vida. Pero por las noches, cuando regresaba a casa, todo se centraba en Sarah y Louis.
Sarah había comenzado a enseñar piano desde casa. Al principio pensé que era demasiado para ella, pero la vi florecer de una manera que no había visto en meses. Sus estudiantes, niños pequeños con dedos torpes y melodías desafinadas, parecían darle una energía que ningún tratamiento médico había logrado.
Fui con ella a su última visita médica, aun seguiamos en espera de un donante. Su salud iba en declive, aunque ella no se quejara o dijera nada.
—Mira, Louis —le decía mientras una niña de seis años luchaba con "Estrellita dónde estás"—. Así se toca el piano.
Louis, sentado en su sillita especial junto al banco del piano, observaba con fascinación absoluta. A veces intentaba alcanzar las teclas, creando sus propias composiciones caóticas que Sarah siempre elogiaba como "música experimental muy avanzada".
Una tarde, mientras observaba una de sus clases desde la puerta, me di cuenta de que Sarah estaba viviendo a través de estos niños. Cada nota que ellos tocaban era una nota que ella ya no podía interpretar con la fuerza de antes. Cada canción que aprendían era una pequeña victoria que ella celebraba como propia.
Después de que el último estudiante se fue, me acerqué al piano donde Sarah seguía sentada, tocando suavemente una melodía que reconocí de inmediato.
—La canción de cuna que le cantabas a Louis cuando era mas pequeñito —dije, sentándome a su lado en el banco.
—Todavía se la canto —susurró, sin dejar de tocar.
La observé de perfil, memorizando la concentración en su rostro, la forma en que sus dedos encontraban las teclas por instinto puro. Era hermosa, incluso con la palidez que el tratamiento había dejado en su piel, incluso con la fragilidad que ahora enmarcaba sus gestos.
—Sarah —dije de repente.
—¿Mmm? —respondió, sin dejar de tocar.
—Cuando regrese de las Olimpiadas, quiero que nos casemos.
Sus manos se detuvieron sobre las teclas. El silencio llenó la habitación por completo.
Se giró hacia mí, con los ojos brillando de lágrimas que no habían comenzado a caer.
—Matthew...
—No —la interrumpí, tomando sus manos—. No me digas que no porque estás enferma. No me digas que no porque no sabes qué va a pasar. Cásate conmigo porque me amas. Cásate conmigo porque quieres que Louis tenga una familia completa. Cásate conmigo porque después de todos estos años de estar perdidos, finalmente nos encontramos.
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
Saqué la cajita de cuerina roja que había guardado en mi pantalón y la abrí entre nosotros. Un anillo que elegí esa misma mañana con ayuda de mi madre y Hailey.
—¿Me estás pidiendo matrimonio junto al piano donde le enseño a niños de cinco años a tocar "Twinkle, Twinkle, Little Star"?
—Te estoy pidiendo matrimonio junto al piano donde mi hijo aprendió a amar la música porque su madre se la enseñó. Te estoy pidiendo matrimonio en el lugar donde tú encontraste una nueva forma de compartir tu don con el mundo.
Se lanzó hacia mí, besándome con una intensidad que me recordó a la chica de dieciocho años que se había enamorado de mí sin reservas.
—Sí —susurró contra mis labios—. Sí, sí, mil veces sí.
Esa noche, después de que Sarah y yo les contáramos a nuestras familias sobre nuestro compromiso, hubo lágrimas de alegría, abrazos interminables, y planes ansiados para una boda que todos sabíamos tendría que ser pronto.
Louis no entendía completamente qué significaba que mamá y papá se iban a casar, pero captó la idea ya que toda la noche la pasó corriendo por la casa gritando
—¡Boda! ¡Boda! —palabras que hacían sonreír a Sarah.
Cerca de las ocho de la noche, mi madre se acercó a mí con esa sonrisa que reconocía desde la infancia.
—Matthew, tu padre y yo vamos a llevar a Louis a dormir a nuestra casa esta noche —dijo, guiñándome un ojo—. Y Hailey y Paul van a venir con nosotros para tener una noche con nuestro nieto.
Sarah, que estaba limpiando la carita de Louis, se acercó al escuchar el plan.
—¿Mamá? —preguntó, con una expresión confundida.
Hailey se acercó a su hija.
—Cariño, acabas de comprometerte. Necesitan tiempo para ustedes solos. Para celebrar, para hablar... para estar juntos.
Las mejillas de Sarah se enrojecieron inmediatamente, entendiendo perfectamente lo que su madre estaba insinuando.
—Mamá... —susurró, mortificada. Me sentía exactamente igual. No es lo que esperas escuchar de tu madre y la mujer que fue tu tía y ahora futura suegra.
—Solo que… por favor, con calma, hija —añadió Hailey suavemente, acariciando la mejilla sonrojada de Sarah—. Y con protección. Tu cuerpo está más frágil ahora.
Si pensé que Sarah no podía ponerse más roja, estaba equivocado. Su rostro se volvió del color de un tomate maduro. Yo no creo estar diferente, ya que de igual manera mis mejillas ardían.
—¡Mamá! —protestó, pero había diversión en su manera de decirlo.
Louis corrió hacia nosotros, cargando su mochila de dinosaurios.
—¿Me voy con los abuelos?
—Sí, mi amor —le dijo Sarah—. Vas a dormir en casa de los abuelos de papá esta noche.
Nuestro hijo le dio un sonoro beso en la mejilla a mi prometida y salió junto con los abuelos. Paul fue el último en salir y su mirada de ojos achicados, que parecían perforar mi alma, dijo más que mil palabras para mi.
Media hora después, la casa estaba vacía. Solo Sarah y yo, el silencio cómodo del hogar, y la realidad de que éramos una pareja comprometida.
Sarah estaba de pie junto a la ventana de la sala, viendo el auto de mis padres desaparecer en la distancia. La luz suave de la lámpara creaba halos dorados en su cabello, y por un momento, simplemente la observé.
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Editado: 15.12.2025