La Paz de un Villancico

29. PAZ EN UN VILLANCICO

SARAH

Los días después de la partida de Matthew se sintieron extrañamente pacíficos. Sin la intensidad de tenerlo entrenando constantemente, la casa se llenó de una tranquilidad que me permitía concentrarme en las cosas simples. Louis y yo desarrollamos nuevas rutinas. Largas mañanas construyendo castillos con bloques, noches leyendo los mismos cuentos una y otra vez.

Mikhail había comenzado a visitarnos regularmente, trayendo café especial y jugando con Louis. Era extraño cómo la vida había entretejido nuestras historias de maneras que nunca habríamos imaginado.

—¿Estás nerviosa por las Olimpiadas? —me preguntó Mikhail una tarde mientras Louis dormía la siesta y me ayudaba a llegar hasta el mueble de la sala.

—Emocionada. He esperado toda la vida para ver a Matthew cumplir su sueño.—dije cuando me bajó sobre el sofá.

—¿Y tú? ¿Cuándo vas a cumplir el tuyo? —Su pregunta me tomó por sorpresa.

—¿Mi sueño? —pregunté recostandome en el mueble.

—Si, Juilliard. Tu música y todo lo que dejaste atrás. —Sonreí, tocando inconscientemente las teclas del piano que estaba junto a nosotros.

—Mi sueño cambió, o mejor dicho, se transformó. Ahora mi sueño es poder ver crecer a Louis y prontamente ver a Matthew ganar esa medalla. Encuentro esos pequeños momentos de música en medio de todo esto.

Mikhail me miró y apretó sus labios y era una expresión que no pude descifrar.

—Sarah, ¿qué pasaría si tuvieras una segunda oportunidad?

—¿Qué quieres decir?

—Tú ya diste por hecho el destino de tu enfermedad, pero te has planteado ¿Qué pasaría si las cosas fueran diferentes de lo que esperamos?

No entendí su pregunta en ese momento. Solo veía a un amigo haciendo preguntas filosóficas en una tarde tranquila. Posiblemente para levantar mis animos, y si era eso, lo agradecia.

La semana de las Olimpiadas llegó como una tormenta de emociones. Matthew me llamaba todos los días, contándome sobre los entrenamientos, la villa olímpica, la energía increíble de estar compitiendo al más alto nivel, las tonterías de su compañero de cuarto.

—¿Cómo te sientes? —le preguntaba siempre.

—Como si hubiera nacido para esto, pero te extraño como loco.—me respondió.

—Solo unos días más —le decía, aunque por dentro sentía una urgencia extraña, como si el tiempo se estuviera agotando más rápido de lo que cualquiera de nosotros se esperaba.

Y justo al colgar una llamada con Matt, llegó la invitación que cambiaría todo.

La directora de la escuela primaria local me llamó un martes por la tarde.

—Sarah, sé que no has estado enseñando formalmente, pero todos en la comunidad saben sobre tu talento. Estamos organizando nuestro festival navideño el viernes, y me preguntaba si podrías acompañar a los niños en el piano para algunos villancicos.

Mi primer instinto fue decir que no. Mi energía era impredecible, mis manos a veces temblaban, y no sabía si podría mantenerme estable durante toda una presentación.

Pero entonces pensé en Louis, sentado en primera fila, viendo a su mamá hacer lo que amaba. Pensé en Matthew, compitiendo en las Olimpiadas ese mismo día, cumpliendo su sueño mientras yo cumplía el mío de una manera diferente, pero igualmente hermosa. Podría ver al terminar la presentación de Matt en las Olimpiadas, por lo que no dudé en responder.

—Sí, me encantaría. —Nos despedimos y llamé a mi madre quien no estuvo de acuerdo con que yo participará en el festival.

—Entiendo lo que deseas Sarah, pero tu salud es mucho más importante en este momento. Por favor, no seas imprudente.

—Dejala que haga lo que ella quiera hacer. —dijo mi padre desde el pasillo de mi habitación. Mi madre suspiró liberando el aire de sus pulmones pesadamente.

—Habrá mucho frío, muchas personas, posiblemente, niños tosiendo. No quiero que te expongas. —Ella tenía razón.

—Y lo entiendo mamá, pero quiero crear una bonita memoria para mi hijo y para todos en la comunidad. Cuando ya me muera, que al menos que me recuerden como la chica que tocaba villancicos. —dije y ver su expresión me dolió. Ella solo salió de la habitación, sin decir una sola palabra.

—Quiero siempre mantenerme imparcial cuando se trata de ustedes, pero creo que te has pasado con tu madre. Ella ya es muy complaciente contigo, pero ella sabe que eso no es bueno para tu salud.

—Lo entiendo, pero, por favor, déjenme hacerlo. Quiero hacerlo. Ayúdame a sentirme útil una última vez. —Él salió de nuevo y me dejó sola con un Louis dormido a mi lado.

Mi madre no volvió a mi habitación el resto de la noche. Junté todas las fuerzas en mi para poder llegar a la sala sin ayuda.

—Mamá. —la llamé cuando la vi de espaldas a la cocina.

—Dime —dijo sin girarse.

—Se que estas molesta, y lo siento por haber dicho lo que dije, o al menos como la dije, pero entiendeme. Quiero hacer algo más fuera de esta casa. Yo sé mi condición, pero deseo con todo mi corazón ver a los niños felices cantando y a Louis viendo a su madre tocando el piano junto con ellos. Estaré la mayor parte del tiempo sentada.

—Tengo entendido que es el mismo día de la presentación de Matthew. Según el cambio de horario será literalmente a la misma hora. Te lo vas a perder.

—Mientras él cumple su sueño, yo cumplo el mío.

—Está bien, —suspiró—. Si no puedes contra los testarudos, únete.

El viernes llegó y yo estaba muriéndome de la ansiedad. Sarcásticamente hablando.

El auditorio de la escuela estaba decorado con luces navideñas y guirnaldas de papel hechas a mano por los estudiantes. Había llegado temprano para revisar si el piano estaba afinado y repasar las canciones con los niños. Louis estaba en primera fila con mis padres, usando un suéter navideño y sosteniendo un pequeño bastón de caramelo y un gorrito de duende.

Los niños, de edades entre cinco y ocho años, estaban vestidos como ángeles, pastores y renos. Su energía hiperactiva era contagiosa, me sentí completamente viva alrededor de ellos.




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