La Paz de un Villancico

30. ÚLTIMO CAPÍTULO

MATTHEW

El día de mi competencia llegó, era viernes, 17 de diciembre, y el auditorio estaba lleno de banderas, cámaras, y ese ambiente que solo existe en los Juegos Olímpicos.

Me desperté pensando en Sarah, como había hecho todas las mañanas durante los últimos meses, pero en lugar de preocuparme por su salud o temerle al futuro, la recordé en el piano de su casa, enseñándole a Louis las primeras notas de una canción de cuna.

La recordé, girando en mis brazos después de nuestro primer beso.

La recordé sosteniendo a Louis por primera vez, con lágrimas de alegría y un fuerte cansancio recorriendo su rostro.

Esos eran los recuerdos que había prometido llevar conmigo.

Durante el calentamiento, todos mis saltos se sintieron perfectos. El cuádruple Axel que había estado perfeccionando durante años fluía por sí solo. Los quads en combinación se sentían tan naturales como respirar.

Unas horas antes de mi rutina, me conecté para una videollamada rápida con ellos.

—¡Papá! —gritó Louis cuando mi cara apareció en la pantalla—. ¡mila! —dijo, intentando mostrar su nuevo suéter navideño. —Pude ver a Sarah sonriendo detrás de él.

—Te ves increíble. —me dijo.

—Me siento como si todo en mi vida me hubiera llevado a este momento.

—Eso es porque así es. Te amo, Matthew. Ahora ve y vuela. —dijo lanzando un beso hacia la cámara y Louis moviendo sus manos en señal de adiós.

Colgamos, y me dirigí al área de espera, sin embargo, no me sentía tranquilo. Una opresión en el centro del pecho me tenía incómodo.

Alexa apareció frente a mi en el pasillo.

—Cambia esa cara, hoy tienes que sonreir. Sarah y Louis estarán viendo. Hazlos sentir orgullosos. —me dijo y asentí. Dio varios golpes en mi hombro y siguió su camino. Hacia donde estaban mis padres.

La competencia comenzó cuando los primeros paises se presentaron.

Eran las 7:45 PM hora local cuando mi música comenzó a sonar en el auditorio olímpico. “El Cascanueces, Acto II: Pas de deux. Andante maestoso” La misma pieza que Sarah había estado tocando para sus estudiantes durante semanas, era delicada, intensa, majestuosa como ella.

Cuando las primeras notas llenaron el estadio, sentí como si Sarah estuviera allí conmigo.

Comencé con pasos suaves, construyendo hacia el primer salto. Un triple Axel para calentar, perfecto, aterrizando con la fluidez de años de práctica.

La multitud rugió su aprobación, pero yo estaba en mi propia burbuja, conectado únicamente con la música y con los recuerdos que había prometido llevar conmigo.

Entonces llegó el momento: mi cuádruple Axel.

Me preparé en la esquina del hielo, sintiendo la energía del estadio, pero más que eso, sintiendo algo más profundo. Como si Sarah estuviera susurrándome al oído: "Vuela, Matthew. Vuela por nosotros."

Tomé velocidad, planté el pie de despegue, y me lancé al aire.

Cuatro vueltas y media. El mundo se volvió un borrón mientras giraba, pero en mi mente podía ver claramente el rostro de Louis riéndose, las manos de Sarah en el piano, nuestros sueños entrelazándose en el aire.

Aterricé perfectamente.

El rugido del estadio fue ensordecedor, pero seguí moviéndome, porque la rutina apenas comenzaba.

Quad Lutz combinado con triple toe loop. Perfecto.

Quad Flip. Limpio.

Quad Loop. Sin errores.

Cada salto se sentía como volar realmente, como si hubiera encontrado una forma de gravedad que nadie más conocía.

Pero entonces, en el minuto final de mi rutina, cuando me preparaba para mi última secuencia de saltos, algo extraño sucedió.

Un dolor agudo atravesó mi pecho, tan súbito y violento que casi me hizo tropezar sobre el hielo.

Por un momento, el mundo se tambaleó. La música siguió sonando, pero yo estaba luchando para mantenerme de pie, presionando una mano contra mi pecho donde el dolor pulsaba.

La multitud murmuró con preocupación al verme vacilar, y pude escuchar a los comentaristas tratando de explicar lo que estaba pasando.

Pero entonces, en medio del dolor, vi algo que me dejó sin aliento.

Un destello de luz dorada en el borde de mi visión.

Y allí estaba Sarah.

No como la había visto en los últimos meses, pálida y frágil por el tratamiento. Era Sarah a los dieciocho años, radiante, vestida con el mismo vestido blanco que llevaba el día de nuestro primer beso. Su cabello castaño ondulaba alrededor de sus hombros, adornado con su moño blanco y me sonreía con esa sonrisa que había enamorado mi alma desde la adolescencia.

Movió sus manos, haciendo ver que necesitaba levantarme. Aunque sus labios no se movieron.

Su voz llegó directamente a mis oidos.

—Levántate, Matt y termina nuestro sueño.

El dolor en mi pecho se transformó en algo diferente. No desapareció, pero se volvió parte de mí, como si Sarah hubiera transferido su propia fuerza a mis huesos.

Me enderecé, encontré mi centro, y me lancé hacia la secuencia final.

Triple Axel en combinación con triple Salchow. Perfecto.

Secuencia de pasos que fluía como el agua, cada movimiento conectado con el siguiente en una danza que contaba la historia de nuestro amor.

Y entonces, para el gran final, algo que no había planeado, pero que salió de lo más profundo de mi ser: un cuádruple Salchow seguido inmediatamente de un triple Lutz.

Era técnicamente arriesgado, casi imposible, pero en ese momento sentí que podía volar literalmente.

Aterricé ambos saltos con una precisión que me sorprendió incluso a mí.

Las notas finales del Cascanueces resonaron por el estadio mientras terminé en mi posición final. Mis brazos extendidos hacia el cielo, como si estuviera alcanzando directamente hacia Sarah.

El silencio duró exactamente tres segundos.

Luego, el auditorio explotó.

La multitud se puso de pie como una ola, aplaudiendo y gritando con una intensidad que nunca había experimentado. Flores llovieron sobre el hielo. Banderas de mi país ondeaban. Los comentaristas gritaban palabras como "histórico", "imposible" y "perfecto". Pero yo solo tenía ojos para el marcador.




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