La Paz de un Villancico

EPÍLOGO

CINCO AÑOS DESPUÉS

MATTHEW

Noche Buena, St. Paul, Minnesota

Las luces del árbol de Navidad parpadeaban suavemente en la sala, creando sombras que bailaban en las paredes que Louis tenía abarrotadas con sus dibujos de muñecos de nieve torcidos y renos con demasiadas patas.

Vivíamos en un townhouse muy cerca del centro de la ciudad.

Louis, ahora de siete años, estaba acurrucado contra mí en el sofá, sosteniendo la vieja caja que guarda los cds con la música que había grabado Sarah desde niña. La melodía delicada llenaba el silencio cómodo entre nosotros, pero no era la melodía lo que había capturado su atención.

Era la voz de su madre.

La grabación había sido hecha cuando Sarah tenía ocho años, su voz clara y dulce cantando villancicos navideños para un recital escolar. Sus padres la habían guardado todos estos años, y ahora era uno de los tesoros más preciados de Louis.

"Silent night, holy night, all is calm, all is bright..."

—Papá —dijo Louis, con esa seriedad que a veces mostraba y que me recordaba tanto a ella—. ¿Esa era mamá cuando era pequeña como yo?

Sonreí, acariciando sus rizos castaños que habían heredado exactamente el color y la textura del cabello de Sarah.

—Sí. Tenía casi tu edad cuando grabó eso.

—Cantaba muy bonito —murmuró, presionando la caja más cerca de su pecho—. ¿Crees que le guste como canto?

La pregunta me apretó la garganta, como siempre lo hacían sus preguntas sobre Sarah.

—Estoy seguro de que sí. Tu mamá adoraba la música, y tú tienes su mismo don.

Louis se quedó en silencio por un momento, escuchando la grabación que habíamos oído cientos de veces, para estas fechas, pero que nunca perdía su magia.

—La extraño mucho, papá.

Esas palabras, pronunciadas de sus labios eran brutales, me partieron y me sanaron al mismo tiempo.

—Yo también la extraño, Louis. Todos los días.

—¿Está en el cielo ahora?

Miré hacia la ventana, donde los primeros copos de nieve comenzaban a caer, creando un mundo blanco y silencioso afuera.

—Sí, mi niño. Mamá está en el cielo. —Louis asintió.

Me tomé un momento para realmente mirarlo. Tenía las facciones de Sarah, los ojos expresivos, la nariz pequeña, esa sonrisa que iluminaba habitaciones enteras, pero había algo más, algo en su postura, en la forma en que fruncía el ceño cuando se concentraba, que era completamente mío.

Era la perfecta combinación de ambos, un milagro viviente que había heredado lo mejor de Sarah y, esperaba, también algo bueno de mí.

—Papá —dijo de repente—. ¿Por qué estás llorando?

Me di cuenta de que las lágrimas habían comenzado a rodar por mis mejillas sin que me diera cuenta.

—Porque te amo mucho, y porque me recuerdas tanto a mamá que a veces es como tenerla aquí conmigo.

Louis se incorporó y limpió mis lágrimas con sus pequeñas manos, como había visto hacer a Sarah tantas veces.

—No llores, papá. Mamá no quiere que estés triste en Navidad.

Tenía razón, por supuesto. Sarah era una fuerza de alegría incluso en sus momentos más oscuros.

—Tienes razón, campeón. ¿Qué te parece si preparamos chocolate caliente y esperamos a que lleguen nuestras visitas?

Los ojos de Louis se iluminaron.

—¿Van a venir tío Mikhail y tía Alexa?

—Sí, van a venir y dijeron que traen una sorpresa especial.

Alexa y Mikhail se habían casado dos años después del trasplante, en una ceremonia pequeña pero hermosa donde Louis había sido el portador de anillos. Ver a Alexa encontrar el amor verdadero con el hombre que había salvado la vida de Sarah había sido uno de esos giros del destino que te hacen creer en los milagros.

En ese momento, escuchamos el sonido de un auto deteniéndose en el camino de entrada. Louis corrió hacia la ventana, presionando su nariz contra el cristal frío.

—¡Ya llegaron! ¡Ya llegaron! —gritó, pero entonces se detuvo, frunciendo el ceño.

—Papá, hay alguien más en el auto. —Me acerqué a la venta y en ese momento la vi.

Saliendo del asiento trasero del auto de Mikhail, con el cabello más largo y un color más vibrante de lo que recordaba, vestida con un abrigo rojo que la hacía verse radiante contra la nieve.

Sarah. Mi Sarah, estaba aquí.

—¿Papá? —susurró Louis—. ¿Esa es...?

No pude responder porque mi voz había desaparecido completamente.

Sarah comenzó a caminar hacia la puerta, moviéndose con una gracia y vitalidad que me recordó a la mujer de la que me había enamorado tantos años atrás.

La puerta se abrió, y por fin esa voz que había estado escuchando por teléfono y en grabaciones durante semanas llenó mi casa una vez más.

—¿Dónde está el niño más hermoso del mundo?

Ver la cara de Louis cuando la vio fue como presenciar el amanecer después de una larga noche. Por un momento, simplemente se quedó congelado, como si no pudiera procesar lo que estaba viendo. Su boca se abrió ligeramente, sus ojos se llenaron de lágrimas, y pude ver cada emoción cruzando su rostro, especialmente esa alegría pura.

—¿Mami? —susurró, y esa palabra, pronunciada con toda la maravilla del mundo, me rompió y me completó al mismo tiempo.

—Hola, mi bebé —dijo Sarah, arrodillándose con los brazos abiertos.

Louis corrió hacia ella como una flecha, chocando contra su cuerpo con tanta fuerza que ambos casi cayeron. Ella lo abrazó contra sí, y pude ver cómo había crecido en su ausencia, cómo su cuerpo había cambiado, pero también cómo seguía siendo su pequeño.

—No puedo creer que ya estés aquí, te extrañé tanto —le dijo Louis, tocando su cara con sus manos como para asegurarse de que era ella.

—Y yo a ti, mi amor. Mamá regresó a casa y no piensa volver a dejarlos solos por un buen tiempo. —Terminó de hablar y por encima de la cabeza de Louis, sus ojos me buscaron.

Estaba de pie a unos metros de distancia, y la expresión en mi rostro debía ser indescriptible.




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