La ultima vez que lloré.

Capítulo I: Un perro viejo

Nuevamente veo el amanecer, es otro día de lluvia; últimamente parece que el cielo tiene depresión, juraría que ha llovido toda la semana, pero no importa prefiero la lluvia y la sensación que trae consigo un día gris de otoño. 

Hoy tengo que pasarme el día en la empresa, no voy a menudo. Pero soy el dueño, así que de vez en cuando tengo que pasar por ella a ver cómo van las cosas. Ya la hubiera dejado deshacerse, pero demasiados dependen de ella como para que por mero capricho mío se deshagan sus vidas. 

Después de terminar mis labores como a media tarde, vuelvo a casa. Lamentablemente tengo que volver a salir, debo admitir que, aunque me gustaría quedarme encerrado en casa, leyendo un libro y escuchando caer la lluvia; debo comprar provisiones (de vez en cuando me parece que mi hermano tiene razón cuando me dice que debería dejar algún trabajador a tiempo completo en la casa, pero es mejor hacer las cosas yo que incomodarme con la presencia de otro). No estuve mucho en la tienda, sólo tome lo que necesito y me voy. 

Cuando iba saliendo de la tienda vi a un perro lanudo con todo el pelo enredado; ocultándose bajo una pequeña cornisa que apenas lo cubría. Estaba flaco, viejo y maltratado. 

Decidí llevarlo a mi casa, así que fui a mi auto, dejé las bolsas y busqué una vieja manta que había en el maletero. Lo cubrí con ella y lo llevé al auto. No esperaba que nadie me viera. Pero, al parecer la muchacha del parque lo hizo, pues fue a mi casa unas horas después con unos champús y unas cuantas cosas para el perro. 

Ella se asustó al verme cubierto de sangre, supongo que pensó lo peor. No dije nada, pero le hice señas para que pasara, ella dudó, pero lo hizo. Al ver al perro soltó un pequeño suspiro de alivio. 

— ¿Le estas cortando el pelo? 

— Sí. He matado algunas garrapatas con la corta-pelo. — Le dije. 

Sé que no tenía que explicarle, pero yo estaba lleno de sangre y siendo ella una persona nueva en un lugar en que dicen que soy un vampiro, creo que sólo lo dije. 

— Gracias — me dijo. 

— ¿Por qué? 

— Por salvarlo. "Él" no puede decir "gracias" — dijo Señalando al perro 

— No es necesario — dije un poco estoico. 

Ella me respondió con una sonrisa. ¿quién responde con una sonrisa cuando la tratan tan fríamente? 

Ella me ayudó con el inquieto y asustado perro. Aunque también se ensucio de sangre. Finalmente se fue a su casa. 

Me resultó difícil recordar su nombre en un principio y como un relámpago llegó a mi mente cuando vi sus ojos "Serenity" 

Ha pasado un mes, volví a encontrarme con ella en el parque. 

— Señor Harrison, ¿cómo esta? 

— Bien, ¿y usted? — respondí por no ser descortés. 

— Yo estoy muy bien gracias. ¿y el perro está mejor? 

— Mucho mejor. Dentro de poco podrá irse. 

— ¿Irse?, no piensa conservarlo. 

— No. — le dije y eso la sorprendió. 

— ¿Puedo saber por qué? 

— No. 

— ¿Piensa dejarlo en la calle de nuevo? 

Esta vez sólo la miré. "Ya le busqué un hogar", le dije. Esa mujer es demasiado curiosa y me hace hablar más de lo que quiero. Así que me alejé y volví a encerrarme nuevamente, con mis libros, aquel perro y un café. 

El perro me saludó emocionado a mi llegada, pero sólo lo aleje de mí. Alejarlo todo es mi defensa. 

El otoño se estaba acabando y el frío del invierno comenzaba a cambiar el panorama con su blanco abrigo. Voy a mi empresa nuevamente sólo para despedir a un grupo de ineptos incompetentes que pretenden causarme problemas a mí y a mi compañía. 

Llegué terriblemente serio, todos los empleados ya me temían, esto era una ventaja pues así evitaba que se me acerquen. Los llamé a mi oficina uno por uno, les dije que tenían que marcharse y dejar sus puestos, hubo quienes rogaron para que los dejara y otros que se enojaron por el despido. Una mujer en particular me amenazó; creyéndose la importante me hizo ademanes y me dijo que en la empresa no había alguien mejor que ella, pero no le preste la más mínima atención. 

— No crea señor Harrison que puede salirse tan fácilmente con la suya, puedo acabar con usted y su compañía si lo deseo. No puede despedirme sin razón, viene aquí cuando le da la gana — dijo y siguió hablando, diciendo un montón de estupideces. 

Yo me puse a revisar unos papeles como si ella no estuviera ahí, pues no me importaba nada de lo que aquella mujer estaba diciendo. 

— Si ya acabo — le dije — retírese de mi oficina y márchese de esta empresa. 

— No se librará de mi tan fácilmente, puedo acusarlo de acoso sexual. 

— ¿Sigue usted ahí? ya le he dicho que se retire — le dije frio. 

Ella se sorprendió un poco por mi reacción. Como no logró provocarme se rasgó la blusa y me volvió a amenazar con denunciarme. Yo solo señalé las cámaras de mi oficina y con eso me liberé de la pesada mujer. 

Hace diez años que funde esta compañía, tengo más de dos mil empleados solo en esta cede y todos se estremecen solo porque despedí a cuatro personas. Aquí hay quienes trabajan desde que se fundó y quienes solo llevan dos meses. Pero, todos piensan lo mismo de mí. Soy para ellos la peor de las pesadillas. Pero saben que estarán bien, solo si cumplen las reglas. 




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