La ultima vez que lloré.

Capítulo XVIII: Solo uno más

 

Ahora comienza mi tortura, mi corazón ya desde ahora se acelera, pero mantengo la calma y me tomo unas pastillas para el dolor de cabeza, con la esperanza de poder dormir esta noche más que ayer por el efecto de las pastillas. 

Solemne y fluido doy mi discurso, no fue muy largo y todos me aplaudieron por ello. 

— ¿Me lo presentas? — me preguntó Serenity de la nada. 

— ¿A quién? 

— Al difunto; sabes, no entendí casi nada del discurso, pero me han dado unas ganas terribles de encontrar en donde estaba el ataúd con el muerto; Me parecía que estabas dando un discurso fúnebre. 

— Lo tomare en cuenta para la próxima vez. 

— ¿Llevarás un muerto? — me dijo sarcástica. 

— Tantas dudas que pueda mejorar mi actitud en un discurso. 

— Mmmm... no es precisamente eso, pero sí. 

— El próximo discurso lo darás tú. 

— Lo siento, no hablo italiano, ni francés. 

— Solo conseguimos un traductor y no habrá problema. 

En un momento en que me aparté de ella salí a fuera, aunque por la lluvia no pude salir del edificio, de pronto sentí su presencia, calmada y en silencio vino a mí y se recostó de la pared al lado mío; tenía las zapatillas en la mano y no emitió ni una sola palabra. 

Ella, siempre ella, la misma mujer que se encargaba de darme paz era quien provocaba en mí una guerra, ella me atormentaba y ocupaba mi realidad y mis pensamientos. 

De alguna extraña manera aquel era un silencio cómodo que transcurría despacio mientras que la lluvia caía y nosotros solo la mirábamos. 

— ¿No piensas disfrutar de la fiesta? — le dije. 

— No tiene mucho sentido que me quede allí si no estás tú. 

— Solo estoy cansado; vuelve y no te preocupes por mí. 

Ella no tiene idea de que mi dolor de cabeza y mi cansancio son su culpa, no tiene ni idea de lo que pase anoche... 

— Si estás cansado lo mejor será que volvamos al hotel — me dice. 

Entonces nos fuimos, estuve acostado en silencio hasta que ella se quedó dormida. Me levanté de nuevo, vagaba por la habitación y los espacios de mi mente, a pesar de tener sueño no logro dormir. 

Esta noche no hay ningún rayo de luna que ilumine nuestro cuarto, todo se encuentra bajo el oscuro manto de una noche de tormenta (aunque de vez en cuando la luz de algún relámpago ilumina el lugar) sólo el ruido de un aguacero nos acompaña. Por el balcón apenas se distinguen los espectros de la noche. 

Me acerqué a la cama dónde está ella acurrucada entre las sábanas y me acosté a su lado. 

— ¿Te he dicho alguna vez qué me gusta la lluvia?; me tranquiliza que este lloviendo, aún no estoy seguro a qué se debe...  

Me mantuve un momento en silencio y luego volví a hablarle. 

— ¿Qué clase de luz eres niña? — le dije — no lo entiendo, no te entiendo; eres tan madura y, sin embargo, tan inocente e infantil, eres necia, testaruda, incomprensible, encantadora, loca y no tienes la más mínima idea de lo que siento por ti... 

Aunque ella esta dormida me pone nervioso admitirlo frente a ella; y a su vez siento que me he quitado un peso de encima y la constante opresión que siento en mi pecho al estar junto a ella disminuyó. 

— Te amo, y creo que te amo más de lo que soy capaz de aguantar, más de lo que debería o tengo permitido. Pero tengo demasiadas heridas, y eso sería una carga que no quiero darte — le dije y acaricie suavemente su pelo y su rostro.  

No sé cuánto tiempo transcurrió después de eso hasta que me quedé dormido. Solo sé que volví a despertar con ella enredada en mis brazos y quise qué simplemente nos quedáramos así. 

Ella despierta unos minutos después y se sienta en la cama y se me queda mirando. 

— ¿Te retiraste el maquillaje anoche? — le pregunte. 

— No. Creo que no ¿parezco la mujer mapache? 

— Sí. Después de una muy fea pelea con alguna zarigüeya. 

— ¿Qué hora es? 

— 6:30 — le dije mirando mi reloj. 

— Por fin me estoy adaptando un poco a este horario, los días se me pusieron un poco locos con eso del Jet... 

— Jet lag. 

— Sí, eso...; ¿tenemos que ir a alguna parte? 

— No, pero cuando quieras iremos a dar una vuelta por la ciudad. 

— Me quiero quedar en la cama un poco más... — me dijo. 

Ambos nos quedamos una hora más, aunque apenas me atreví a mirarla a la cara durante ese tiempo. 

Hablamos con mi madre por teléfono un rato, Audrey le ha estado haciendo rabietas, Serenity no quieren que la consientan tanto, pero de algún modo sabe que no le va a valer eso con mis padres. 




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