Katherine
Detengo mis movimientos en la cocina cuando siento algo raro en el ambiente, hay silencio, no se escucha nada y eso es bastante raro y muy pocas veces ocurre, cuando pasa, no sucede nada bueno, salgo de la cocina con el ceño fruncido aun escuchando nada, camino con sigilo hasta llegar a la habitación de las niñas, mis pequeñas de seis años son como dos huracanes, el ruido es algo normal en casa y cuando hay silencio es porque algo traman, con cuidado abro un poco la puerta, ambas están de espaldas a mí sentadas en el suelo y me acerco en silencio sin hacer ruido, veo que tienen mi teléfono y ahora entiendo todo al escucharlas.
—Manda ya el mensaje —dice Elizabeth a su hermana que es quien tiene el teléfono
—No sé cómo hacerlo
—Por Dios Karla fue tu plan —me cruzo de brazos
—No creo que el número del profesor esté aquí
—Solo debemos invitarlo a cenar —carraspeo, el teléfono cae al suelo y ambas se ponen de pie y voltean a verme, alzo una ceja viendo el miedo en sus ojos esperando que hablen, las gemelas frente a mí parecen congeladas en su sitio.
—¿Qué creen que hacen?
—Terminaste con Raúl —asiento ante lo que dice Eli —¿por qué?
—Solo salí con él una vez así que no éramos pareja
—¿Por qué? —cuestiona Karla
—Porque no funcionó
—¿Por qué no? —suspiro ante la pregunta de Eli y me pongo a la altura de ambas, miro sus ojos verdes llenos de curiosidad
—Pequeñas eso es cosa mía
—También nuestra —habla Karla —no tenemos papá, llevamos seis años así y ya queremos uno
—Todos tienen papá —asegura Elizabeth
—Es triste mamá —perfecto, ahora intentan darme lástima
—Ya, pero Raúl no era el indicado y desearía que dejaran de hacerme tener citas con todos los hombres que conocen —sonrío—mis pequeñas
—Quizás si supiéramos quién es nuestro padre —Elizabeth baja la mirada y Karla se encoge de hombros, claro que les he hablado de su padre, les he dicho que él no sabe sobre ellas y que no sé en donde está, pero les he mentido diciéndoles que lo buscaré y le conocerán, la verdad, no quiero eso, ni siquiera quiero pensar en él a pesar de que no todo fue feo.
—Algún día sabrán —suspiro y me miran, ahí va otra mentira —se lo aseguro, pero ahora deben bajar y comer algo, tengo hoy trabajo en la noche —ambas bufan
—Es horrible tu trabajo
—¿Cómo son tus compañeros mamá? —se interesa Elizabeth y ruedo los ojos poniéndome de pie, camino hacia la puerta —¿por qué nunca nos llevas al hospital mamá?
—¿Quizás porque no quiero que hablen con todos los hombres que encuentren dejándome en ridículo cuando les dicen que necesito un novio? —escucho sus risas detrás de mí
—Es que necesitas un novio —bufo, pero luego me echo a reír, mis pequeñas se sientan a la mesa cuando llegamos a la cocina, pero no sirvo, solo me quedo mirando a las niñas de ojos verdes y rubias que parecen muñecas, ellas son perfectas y nunca me arrepentiré de haberlas tenido, fue lo mejor que pude sacar de la relación que tuve con ese hombre, las miro sintiendo pena con un montón de preguntas sin respuestas, quizás si me hubiese quedado, quizás si le hubiese dicho sobre ellas, quizás si ellas hubieran conocido a su padre, niego con la cabeza, quizás yo estuviera muerta de haberme quedado, no estaba lista para vivir en ese mundo con él, no siempre el amor es suficiente y demasiado tarde aprendí eso.
Bajo del auto y saco mi teléfono para llamar a la niñera, camino por el estacionamiento del Hospital mirando este hasta que me detengo de golpe al ver a un hombre frente a mí, intento rodearlo, pero él se cruza en mi camino, con los nervios a mil me doy la vuelta para volver por donde venía, pero hay otro hombre frente a mí, abro la boca para gritar, pero el de atrás cubre mi boca con algo, forcejeo intentando liberarme, mi teléfono cae al suelo, lanzo patadas y golpes, pero pierdo las fuerzas poco a poco y sin quererlo mis ojos se cierran dejándome en completa oscuridad.
La risa de mis pequeñas llena mi cabeza, puedo verlas mientras corren hacia mí riendo diciendo que me aman, abro los ojos de golpe cuando el agua fría impacta en mi rostro y comienzo a chillar viendo el lugar en el que estoy.
—¡Cállate! —miro hacia un costado y veo al hombre que hay aquí —levántate —niego con la cabeza
—No me haga daño por favor
—Ponte de pie
—No tengo dinero, no tengo nada —él se acerca a mí —¡no me toque! —grito, pero el sujeto saca una pistola y me apunta helándome la sangre, ¿qué demonios pasa?
—De pie —gruñe y obedezco rápido, él toma mi brazo con fuerza y comienza a andar, me guía por un camino hasta que empuja una puerta y me hace entrar dándome un empujón, caigo al suelo lastimando mis rodillas.
—Levántate —escucho otra voz y me pongo de pie, mis ojos se abren como platos mirando a un hombre que hay herido sobre una cama y luego miro al que habló que también lleva un arma en su mano.
—¿Qué es esto? —miro hacia todos lados
—Sálvalo —él señala al herido y abro los ojos como platos
—¿Qué?
—¿Está sorda? —se acerca a mí —debes salvarlo, aquí está todo el equipo médico —niego con la cabeza
—No puedo
—La mataré si muere —me apunta con el arma
—No, no —levanto mis manos con miedo —no entiende, no soy cirujana, ni siquiera doctora —me mira confundido —soy enfermera —agrego viendo la incredulidad en los ojos del desconocido
—No es posible, ¿no es usted Katherine Adams? —abro mi boca y ahora entiendo todo
—No, soy Katherine, pero soy Katherine Anderson —él tensa su mandíbula
—Mierda —masculla al saber que cometió un error
—Soy enfermera
—De rodillas —masculla ahora mirando mis ojos
—Por favor no
—Ya que no me sirves —pone su dedo en el gatillo y siento los potentes latidos de mi corazón —tengo que matarte
—No, por favor —él golpea mi rostro con el arma haciéndome caer al suelo arrodillada —soy madre —mis ojos se llenan de lágrimas pensando en mis niñas —tienen seis años, me esperan en casa, soy lo único que tienen, no puede matarme —veo como aprieta su arma y cierro mis ojos, no puede ser el fin, mis pequeñas quedarán sin mí, las tres somos un equipo y prometí nunca dejarlas, las lágrimas corren por mis mejillas.