Palacio De Buckingham, Londres.
11:15 p.m.
A medida que los veloces pasos del médico se acercaban a los aposentos de la reina. Danika Damond contemplaba sobre el colchón la frágil y tranquila figura de su abuela. Tomó un momento para contemplar la habitación, pareciera ser la primera vez que se encontraba allí, los muebles, las fotografías, incluso el papel tapiz le trajeron recuerdos de su infancia durante esos breves segundos. Y es que, a pesar de ser una mujer muy amorosa con su familia, la reina respetaba las reglas impuestas por sus antepasados siglos atrás en donde se prohibía en ingreso de cualquier familiar salvo el cónyuge a los aposentos reales, dicha regla se mantuvo presente siglo tras siglo, hasta hace una semana en donde la monarca, quizás resignándose a su fatídico final eliminó ese veto a sus familiares directos.
La atemporal habitación del Palacio de Buckingham había sido rediseñada durante siglos sin faltar nunca al propósito original: aislar a los ocupantes del trono inglés. «Mi padre debería estar aquí.» Pensó Danika por un momento, mientras se preguntaba cómo reaccionaría el mundo ante esta noticia. A lo largo de la historia, las personas más peligrosas siempre habían sido los gobernantes que el pueblo no había elegido. La herencia del poder era algo que ocurría generación tras generación, sin darle oportunidad al mundo de que alguno de ellos siquiera rosara la imagen inmaculada de la monarquía. Sabía que su familia no había sido elegida para dirigir. Sino que tuvieron la suerte de pertenecer a la línea sucesoria, y que cuando sus familiares veían sus intereses personales amenazados dejaban de ser la familia predilecta que se mostraba ante cámaras, para convertirse en seres metódicos y calculadores, sobre todo cuando sus territorios y sus riquezas peligraban. «Ninguno de ellos está aquí ahora, quizás estén preparándose para la ceremonia o recibiendo a sus invitados.»
El doctor hizo una reverencia a la princesa al entrar en la habitación, Danika le respondió la cortesía señalándole frágilmente con la mano el cuerpo de su abuela. El medico examinó su muñeca, los segundos se hicieron eternos. Cuando levantó la mirada a la joven, sus reflejaban lastima y condolencias.
—Su majestad —dijo ahogándose en sus palabras—. Mis condolencias.
Danika agachó la cabeza y tomó un hondo respiro, evitando delatar una lágrima que se descubría por el rabillo del ojo.
El galeno dio media vuelta y al salir de la habitación se dirigió ante el guardia del palacio alcanzando susurrarle «London bridge is down». El puente de Londres ha caído.
El guardia asintió sin decir palabra alguna, cerró la puerta de la habitación y ambos partieron juntos a buscar al hijo de la reina.
Danika y su abuela quedaron en soledad en la habitación: una pijama blanca de seda fajín, bordada con hilos dorados eran el ultimo traje de la reina. La joven, reconoció los enjutos rasgos que había visto en distintas fotografías, cuadros y portadas de revista y en ese instante frente al cuerpo de su abuela otra lágrima divisó de sus ojos, sin embargo esta vez la dejó deslizarse hasta dejarla caer sobre la cama. «El mundo jamás te olvidará.»
La reina Olivia no solo era una figura importante en Inglaterra, sino lo era en todo el mundo. Había evolucionado con el paso de los años: no sólo se trataba de la reina de un país, sino también de la gobernante del reino más firme e influyente de los últimos años, defensora de la preservación de los valores católicos conservadores y las políticas tradicionales.
—Su majestad Jacob —anunciaba una voz desde el otro lado de la puerta de la habitación.
—Mi padre no se encuentra aquí— respondió Danika—. Debe estar en la sala de prensa o en la recepción esperando a los invitados.
—No lo hemos hallado en ningún lugar princesa, como si hubiese salido del palacio —la voz del guardia, clara y penetrante, era más fuerte de lo que Danika había esperado en un momento tan frágil para ella—. Por ello me pareció pertinente buscarlo aquí, le ruego si sabe algo háganoslo saber.
Mientras la princesa continuaba perpetua e inamovible frente a su abuela. Un hombre alto y delgado entró en la habitación sin preguntar.
—Debo confesar que cuando me dijeron que mi madre había muerto no podía creerlo —anunció Alfred con un tono de voz cálida y suave—. Esperaba que esto pasara hace mucho tiempo, si tu padre fuese más responsable, ahora mismo estaría en la sala de prensa comunicando la hora de la ceremonia y no haber convocado a una fiesta sabiendo el estado en el que se encontraba tu abuela. Espero que seas distinta a el, y cuando llegue el momento respondas con prudencia a la responsabilidad que tendrá sobre ti cargar el peso de la corona.
—Tío, no creo que sea prudente decir ello ya que la abuela se coronó como reina incluso siendo más joven que yo.
Tras decir ello, unos golpes irrumpieron nuevamente en la puerta de la habitación de la reina.
—Sus majestades —anunciaba el guardia real—. Les suplico nos acompañen por favor, va a ingresar el grupo de médicos a preparar el cuerpo de la difunta reina.
Ambos agacharon la cabeza en señal de respeto por la reina y salieron de la habitación con paso firme hacia los pasadizos.
—¿Tienes alguna idea de cómo tomará el mundo esta noticia? —Preguntó Alfred—. He leído durante muchos años comentarios, artículos e incluso libros de cuáles son las acciones que tomará el mundo ante esta situación. Lo que debemos hacer es continuar demostrando que la corona es fuerte ante este tipo de situaciones. Nos hemos enfrentado a muchas cosas durante décadas y quizás, esta sea la más dura.
— ¿Considera que la Unión europea y las colonias pedirán su independencia? —Danika notó que su tío deseaba la corona bajo una capa de falsa modestia.