Legado

Westminster

El arzobispo de Canterbury es el cargo con el que se le conoce al líder de la iglesia anglicana, el cual le permite ser la voz de más de 85 millones de fieles alrededor del mundo, el lugar desde donde dirige a sus seguidores se encuentra ubicada en la calle Deans, exactamente al lado del palacio de Westminster. La abadía data desde el año 1045 y cuenta con un estilo gótico, además de cuatro imponentes pilares en su fachada.

Dentro de sus paredes, el templo alberga a los cuerpos de monarcas de Inglaterra, Irlanda y Escocia. En el llamado El Rincón de los poetas están enterrados algunos de los principales literatos ingleses, también se han enterrado a científicos, exploradores, políticos, militares, pintores, músicos e incluso actores de renombre internacional.

Durante más de tres décadas, el arzobispo de Canterbury ha sido el monseñor Thomas Davis, un hombre maduro de ojos azules y conocedor de la palabra de Dios, quien a pesar de ver deteriorada su salud, seguía siendo un miembro activo de la iglesia anglicana en el mundo.

Tras terminar la misa dominical, el arzobispo se encerró en su despacho y comenzó a orar como cada noche, agradeciendo el haber superado la enfermedad y rogando se le permita seguir divulgando un mensaje de paz durante los tiempos que de vivían.

Faltaba poco para navidad. Y ésa solía ser una de sus épocas favoritas del año, pero, desde que se enteró del estado de salud de la reina, no había sentido más que una profunda intranquilidad.

«Dios, te suplico que puedas conceder salud y sabiduría a la reina, para que pueda seguir trayendo orden y paz a esta nación.»

Al terminar sus oraciones, el arzobispo sacó unos documentos de uno de los cajones de su escritorio, y comenzó a revisarlos.

El salón consistía en una única estancia repleta de altas librerías con los estantes enormes. Tras pasar unas horas en silencio, logró terminar de revisar sus papeles. Dirigió su vista hacia el reloj y se percató de que eran la 1:37 de la madrugada.

Mientras ordenaba sus cosas para poder dirigirse a su hogar, vio cómo su teléfono tenía una luz tintineante, señal de que había perdido una llamada. Tras desbloquearlo, observó que era el número del primer ministro. Sin pensarlo, el arzobispo devolvió la llamada.

— ¿Hola?

— Primer Ministro, buenas noches. ¿A que debo su repentina llamada?

— Disculpe la hora, arzobispo, espero no haberle despertado. Pero es mi deber ser el primero quien le comunique está noticia. —El político aguardo un momento en el teléfono a la espera de una respuesta que no llegó—. El puente de Londres ha caído.

Davis no estaba preparado para la noticia, conocía el protocolo a seguir tras recibir el código. Tomó un hondo respiró mientras cerraba los ojos para sumergirse en un profundo silenció.

— Esperaba que usted pudiese brindar unas palabras en honor de la reina en una ceremonia mañana.

— Por supuesto —Susurró con lastima—. Espero que Dios pueda guiar al nuevo rey y que su misericordia le brinde sabiduría para gobernar.

— Espero lo mismo su eminencia, no lo interrumpo más, lo dejo continuar descansando.

— Las obras de Dios no permiten descanso, primer ministro. Hasta luego.

Tras colgar el teléfono comenzó a recitar un versículo para si mismo «Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás.»

A Davis, las palabras del nuevo testamento siempre le resultaron reconfortantes, le suponían un recordatorio divino sobre cómo Dios en forma humana se dirigió a lo mortales para llevarlos a su reino. Aquellas palabras que recitó hacia un momento sintió que hubiesen sido escritas para poder brindarle un momento de ataraxia tras la noticia. Sin embargo la sensación solo le duró unos segundos, ahora, tras la llamada del primer ministro, la intranquilidad lo consumió, el solo hecho de pensar en el impacto que tendría la muerte de la reina de Inglaterra sobre todo el mundo no lo dejaba pensar con claridad.  Tenía la sensación de que esos últimos días había estado orando en vano, ya que sus pedidos se habían convertido en una colección de contradicciones. Salió a pasear por los vestíbulos de la abadía para intentar poner orden en sus pensamientos.

Sentado frente al púlpito el arzobispo había aceptado al fin la dolorosa verdad: una de sus más fieles amigas, una defensora de la tradición y la fe anglicana, había dejado este mundo. 

«No puedo dejar de pensar en cuantas cosas pasarán tras el ascenso del príncipe Jacob como rey de Inglaterra —pensó Davis, recordando las páginas de algunas revistas cuyos ejemplares se agotaban tras los excesos de fiestas y alcohol organizados por Jacob—. Su ascenso no afectará solo al Reino Unido, sino a todo el mundo.»

Asi mismo, pensar en la imagen de la princesa Danika como futura reina, tampoco le traía consuelo, a pesar de ser una mujer joven, e inteligente su posición en contra de las tradiciones de la corona y de la iglesia, no habían hecho sino aumentar la cantidad de desertores anglicanos.

Y estaba seguro de que la reina no había dado la aprobación para ninguno de ellos le sucediera directamente en el trono, pero las leyes de la corona debían respetarse y en poco tiempo el príncipe Jacob tomaría el control del reino. Tras reflexionar un momento cruzó sus manos y comenzó a orar en silencio, volviendo a pedir sabiduría y salud al futuro rey de Inglaterra. Tras pasar un momento una llamada le interrumpió, Davis no dejaba que nadie le interrumpiera sus oraciones, sin embargo al ver la llamada pertenecía a un teléfono privado, decidió contestar.

—Monseñor Davis— había comenzado a decir Henry Schulz —. Estoy al tanto de que ya se encuentra al día con las últimas noticias sobre su majestad. Espero que tome esta noticia con prudencia ya que no pasará mucho tiempo antes de que la mujer empiece a tomar cartas en el asunto. Ella representa la perdición de lo que tanto usted como yo hemos construido por años.




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