Legado

Encuentro

Al terminar de observar el video, los integrantes en la reunión de Colonia se notaban despreocupados, uno a uno fueron apartándose del grupo y comenzaron a realizar breves llamadas a sus equipos de seguridad, no sentían necesidad de entrometerse en un asunto que no los involucraba directamente. Henry Schulz observó por una de las ventanas del Meridien Dom Hotel y divisó hacia la enorme catedral. Situada en el centro de la ciudad de Colonia, la catedral posee 144.50 metros de largo, 84 metros de ancho y una superficie de ventana de 10.000 metros cuadrados, posee un estilo neogótico y está revestido de ladrillo oscuro con cuatro enormes torres, además de ser un monumento de renombre del catolicismo alemán. La primera piedra se colocó el 15 de agosto de 1248 pero tuvieron que pasar 632 años para finalizar su construcción, cuenta con 12 campanas distribuidas a lo largo de las torres de la catedral. Sin embargo se considera que el tesoro más famoso de la catedral es el relicario de los tres reyes magos, tradicionalmente se cree que alberga los restos de los reyes que fueron guiados por la estrella de Belén hacia el pesebre en donde nació Cristo, sus cuerpos fueron adquiridos en la conquista de Milán en 1164. El relicario, tiene la forma de un gran en forma de iglesia basilical, fabricado de bronce y plata, dorado y ornamentado con detalles arquitectónicos, escultura figurativa, esmaltes y piedras preciosas. El relicario se abrió en 1864 y se encontró que contenía huesos y prendas de vestir.

Aquella noche, Henry hizo lo mismo que sus colegas, pero a diferencia de ellos no se comunicó con los miembros de su equipo, sino con el arzobispo de Canterbury en Londres, luego de insistir por unos momentos, el arzobispo accedió a recibirlo en su despacho privado, ubicado en la Abadía de Westminster, tras pactar la cita, no esperó ni un momento, y se acercó a sus compañeros indicando que ya tenía todo solucionado, y el mismo partiría a Londres a verificar la identidad de esa mujer. En condiciones normales habría enviado a uno de sus agentes, sin embargo, en esta ocasión, no quería que nadie supiese lo que esa noche iba a ocurrir. Salió presuroso del hotel solo acompañado de su teléfono celular. Había salido en dirección a la calle, donde su chófer le estaba esperando para llevarlo al aeropuerto.

En su avión privado de camino a Londres, Schulz observaba por la ventanilla de su avión intentando  mantener la calma. «El mundo no está preparado para esto», pensó, aún sorprendido al pensar que hacía tan solo unos meses atrás tuvo cara a cara a la mujer que ahora hacía podría hacer destruir un imperio.

Henry Schulz había sido elegido entre sus colegas como el líder de la Sociedad Regente, había pasado los últimos once años escribiendo los capítulos de la historia a lo largo del mundo, firmando contratos, pactando victorias, y extendiendo el mensaje de la Sociedad. 

Lo habían llamado muchas formas: el dueño del mundo, el hombre que maneja los hilos, el verdadero gobernante... pero no era nada de eso. Schulz simplemente proporcionaba la oportunidad de llevar a cabo, sin consecuencias, las ambiciones y deseos de su grupo y los hombres influyentes que quisieran ayudarlos a conseguirlo, a cambio de minucias de poder; Schulz tenía claro que el arma que más poderosa que puede tener una persona contra un gobernante, no es un instrumento de fuego, o una bomba atómica, simplemente es el dinero, la diferencia entre si un país es prospero o no, depende de la carencia o la abundancia de la cantidad de efectivo que circule.

El avión sobrevolaba el mar revuelto e intentó alejar sus pensamientos, y dejar de recordar el error que había cometido hacia unos meses.

Las decisiones que Schulz había tomado en nombre de la Sociedad Regente, jamás habían sido cuestionadas, cada gobernante del mundo conocía al pequeño grupo de personas que presidian un gran conjunto de empresas en cada país del mundo, por más alejado, o pequeño que este fuese. Los mandatarios sabían que cuestionar cualquier decisión era condenar a la ruina económica a su nación, los miembros retirarían sus negocios y el país estaría sumido en una ruina económica total, por ello, aunque muchas naciones se consideraban anticapitalistas, nunca dejaban que todas las empresas se fueran, por lo que acataban, vociferaban o actuaban, tal como lo dictaban los miembros de la sociedad. 

Sin embargo, mientras observaba las lejanas luces de la costa inglesa, Schulz se sentía inusualmente intranquilo.

Años atrás, en ese mismo avión, había conocido a alguien que ahora amenazaban con echar por la borda todo lo que había construido. «¿Como pude haberme equivocado de esa manera?». Por aquel entonces el líder de la sociedad no podía saberlo, pero su error había provocado una serie de desafíos imprevistos y lo obligaría a recurrir a algunos de sus mejores agentes y ordenarles que hicieran «lo que fuera necesario» para evitar que la sociedad se vea perjudicada.

—Amelie no es consciente de la guerra que ha iniciado —murmuró para si mismo.

Cuando el avión comenzó a sobrevolar los cielos de Londres, su teléfono empezó a vibrar. Excitado, Schulz respondió.

—Arzobispo, buenas noches

—He hallado la ubicación exacta de Amelie Williams —anunció su interlocutor—. Antes de ordenar algo, coméntame ¿Porque es tan importante que tú la veas y no sea yo quien la detenga?.

Schulz dudaba que su respuesta satisfaga la pregunta del arzobispo. Asi que solo evitó responderla con otra pregunta.

—¿Donde se encuentra?

—Aun no me has respondido.

—Las preguntas se responderán en su momento arzobispo.

La desesperación de todo ello impacientaron a Schulz quien estaba acostumbrado a tener todo milimétricamente calculado.

— Se encuentra aquí, en la abadía... Para ser exactos, ella y yo estamos a dos pasos de distancia.

 




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