El despacho privado del arzobispo que presidía la abadía de Westminster, se encuentra ubicado en la segunda planta del propio templo, a la izquierda del balcón del coro. Se trata de una enorme habitación inundada por libros eclesiásticos y pinturas sobre la evolución de la religiosidad al pasar de los siglos. Decorado con un suelo de parqué y muy pocos muebles, y que era el lugar en donde Amelie Williams había estado hacía más de diez años.
Esa noche, mientras Thomas Davis, corregía el elogio fúnebre en honor a la reina y su hijo, no paraba de pensar en las palabras de su antiguo alumno Henry Schulz «Esa mujer podría destruir lo que usted y yo hemos conseguido», se preguntaba cómo una maestra universitaria autora de un vídeo viral se había convertido en una mujer tan peligrosa que había puesto a temblar a quien para Davis era considerado el hombre que dirigía el mundo. Antes de terminar su elogio, unos golpes llamaron a la puerta de su despacho:
—¿Diga?—. Preguntó dirigiéndose hacia la puerta con cierta, extrañeza, puesto que sabía que el personal de seguridad tenía prohibido interrumpirle.
Sin embargo, tras un largo silencio, no oyó una respuesta a su pregunta, por el contrario, volvió a escuchar pequeños golpes llamando a su puerta.
—¿Diga?—. Volvió a repetir mientras caminaba cauteloso hacia la puerta—. pero ¿qué hora es?» Aunque se había molestado por no tener una respuesta por parte de quién creía su personal, cogió su teléfono, e intentó comunicarse con recepción.
—Siento interrumpirlo arzobispo —anunció con una voz calmada y femenina desde el otro lado de la puerta— Pero nadie va a responderle el teléfono, verá he llegado hasta aquí porque necesito que me comunique con una persona a quién en estos momentos solo tiene comunicación directa con usted. Henry Schulz.
«Son muy pocas las personas quienes lo conocen.» Los pasos de Schulz por el mundo se había hecho cada vez más frecuentes en los últimos años. Su designación como director de un grupo de conglomerados multinacionales había hecho eco en las revistas de negocios a nivel mundial, sin embargo al liderar el grupo denominado La Sociedad Regente las revistas dejaron de hablar sobre él, y se convirtió en el blanco de los colectivos amantes de las conspiraciones. Irónicamente, aquellas voces que muchas de las personas prefieren no oír, tenían más razón que cualquier periodista que informase acerca de los movimientos de Henry Schulz.
—Lo conozco—respondió el arzobispo, con voz nerviosa—. Hace mucho que no sé nada de él, pero lo conozco...
—Si lo conoce, podría ayudarme a ubicarlo, ¿sería tan amable de abrirme la puerta por favor?
Mientras escuchaba aquella extraña petición, Thomas Davis, supo que no podía llamar a la policía, habría mucho que explicar y tenía apenas unos segundos para pensar la decisión que debía tomar.
—Permítame un momento. —Dijo, intentando ganar unos segundos de tiempo mientras llamaba a la policía desde su celular—. ¿Podría decirme cuál es el motivo por el cual piensa que puedo comunicarme directamente con él?
La perilla del lado del despacho comenzó a girar, del otro lado se oía el ruido de unas llaves. Davis, colgó la llamada y se paró delante de su escritorio.
—Perdón por entrar así, pero consideré que pensaba en cooperar conmigo, puesto que Henry ya le ha hablado de mí.
Davis reconoció el rostro al instante, esa mujer a quien conoció hacia diez años, fue Schulz quien los presentó, indudablemente era ella, la mujer más buscada en todo el reino, sus ojos verdes eran inconfundibles.
—Arzobispo, he acudido debido a que se está cometiendo un error, se está realizando una cacería de brujas en mi contra, por ello recurro a usted por un favor muy urgente.
Davis arqueó las cejas, desconcertado por lo que acababa de oír.
—Sí, claro, le atenderé gustosamente.
Amelie Williams, se dirigió hacia el escritorio del arzobispo, colocó una pequeña insignia y dirigió sus manos de manera delicada hacia el discurso de honras de la reina y el príncipe.
Mientras el arzobispo llamaba a Schulz un escalofrío recorrió su cuerpo y, sin saber por qué, sintió miedo.
«Arzobispo, buenas noches» Respondía Henry Schulz desde el otro lado de la línea. Al terminar la llamada, Amelie le pidió las llaves de su despacho al arzobispo, quién preso del miedo se las entregó sin mellar palabra, tras ello desapareció salió de la habitación llevándose también el celular del arzobispo y los discursos fúnebres, no sin antes agradecerle por los servicios prestados. Al despedirse cerró la puerta con llave.
Creyente devoto, Thomas Davis creyó evadir la muerte al ser solo un nexo entre el hombre más poderoso del mundo y la mujer más buscada del Inglaterra. El arzobispo había aprendido a hallar la paz en las voces tranquilizadoras que le llegaban de su propia alma. Pero al ver sobre su escritorio una insignia con la forma de un jabalí blanco. Las voces de su alma no cesaron de colmarlo de preguntas.