El arzobispo Thomas Davis aún se encontraba en estado de shock tras haber hablado con Henri Schulz. No obstante, su experiencia en estas situaciones le había enseñado que la calma le inundaba cuando se ponía a orar.
A mitad del rezo, golpearon a la puerta, la voz del otro lado le era familiar. Al abrir observó el rostro de Henry Schulz comenzaron a temblarle las piernas.
Tras saludarlo y ordenarle cerrar la habitación Henry Schulz dejó un folder manila sobre la mesa, y se puso a examinar de manera obsesiva cada espacio de la habitación intentando encontrar micrófonos o cámaras escondidas. Al no hallar nada, narró de donde se habían conocido ellos tres.
— Hace veinte años arzobispo, me encontraba de visita por Londres, había ido a tomar un café a un pequeño lugar cerca de aquí. Entonces fue cuando vi por primera vez a Amelie, era delgada, de ojos azules, una impecable cabellera negra que le llegaba hasta la cintura. La observé por un momento como ella observaba meticulosamente el reloj a cada momento, de pronto dejó a mitad de comer su desayuno y salió caminando presurosa. Al seguirla, vi que ingresó a este recinto a poder escucharlo. Sentí en ese momento que una de sus pasiones era la palabra de Dios, por ello, decidí inmiscuirme en esta religión. Fui su aprendiz, hasta el dia en el que me atreví a hablarle a Amelie, se sentaba en el mismo lugar de siempre, sentada en una de las esquinas. Aquel domingo al terminar la misa, me dirigí hacia ella y comenzamos una conversación. Cuando no había nadie más que nosotros la llevé hacia el altar para que lo conociera a usted. Era una joven tímida, pero derrochaba una gran admiración por usted. Aquel día, al igual que hoy, los tres estuvimos en este edificio.
— Recuerdo a una joven que siempre se quedaba al final – Interrumpió el arzobispo – Esa fue la última vez que la vi.
— Tras terminar de presentarnos los tres, la invite a una cita, la cual rechazó. Me dijo que quería preocuparse por su futuro. Mi padre me ordenó volver a Alemania a continuar mis estudios. Cada cierto tiempo veía su nombre como autora de un artículo en alguna revista de ciencias, o incluso cuando le salvó la vida a la Reina Olivia. Me rompió el corazón al ver que ella había estado involucrada con el príncipe Jacob.
— Me estás diciendo que la buscas por un amor que no pudo ser?
— No – Respondió Frunciendo el ceño— Le pido que pueda abrir el folder que esta en la mesa y pueda leer lo que averigüe de ella.
«Que Dios se apiade de nosotros», pensó Davis.
Esto explica porque ella está detrás de todo —dijo con voz trémula—. Debemos detenerla. Puede que todavía no sea demasiado tarde.
—Siga leyendo, —respondió el Schulz—. Se vuelve todavía más extraño.
De repente, los ojos del religioso se deslizaban de izquierda a derecha cada vez con más rapidez.
Al terminar de leer todo, al arzobispo se le erizó la piel.
—Sé, —continuó diciendo Henri—, que algunos me llaman monstruo. —Hizo una pausa, y Davis tuvo la sensación de que esas palabras iban dirigidas a el—. Pero estos eventos son los que me llaman o mejor dicho, estos eventos que mi grupo controla son los que mantienen al mundo en orden.
—¿Estas consciente de la amenaza que ella representa para nosotros?, —dijo el arzobispo.
Henri suspiró y elevó la mirada topándose con el techo del despacho. Nunca se le había escapado algo de las manos. Pensó en su organización y se preguntó si ellos ya se habrían adelantado en capturar a Amelie.
—Por si resulta de alguna ayuda, ella no está trabajando sola —exclamó el arzobispo—, cuando ella estuvo aquí oí una voz masculina que venía de su auricular. —Se detuvo un momento—. El león y el dragón van tras de ti, ya encontraron tu ubicación.
—¡¿El león y el dragón?! —Se quedó mirando al arzobispo, estupefacto.
—¿Eso le dice algo?
Henri asintió, incrédulo. Su corazón latía con fuerza. Sabía que dentro de La Sociedad Regente todos eran nombrados por códigos. Henri desconocía quien conocía sus movimientos para poder advertir a Williams.
—Mi organización, —dijo—. Es una orden que mantiene al mundo en equilibro y es menester para nosotros que nuestros nombres, pasos e información no sean divulgados fácilmente por ello nos llamamos en códigos.
El arzobispo se encogió de hombros, indiferente.
—El león, — prosiguió—, soy yo, pero el dragón, pertenece a una mujer que dirige un grupo de hackers informáticos denominados Los Pretorianos, ese círculo no puede ser hackeado, sin embargo hay alguien que se ha adelantado a mi y a ellos y es quien está ayudando a Williams con esto.
—E imagino, —dijo el arzobispo—, que si en tu informe no está esa persona, desconoces de quien se trata.
—Así es, —respondió Henri—.
Sin avisar, una mujer de ojos rasgados y rasgos asiáticos ingresó a la reunión que tenían los dos hombres. La mujer poseía un largo cabello castaño y ojos verdes penetrantes, su esbelta figura le hacían notar que era una mujer joven pero el furor de sus ojos hablaban de mucha experiencia detrás de sí.
—El hombre de quien hablan es Julio Navarro.
— ¡Kitsune! ¿Qué haces aquí? – Gritó Henri—.
La mujer miró a los ojos a Henri y no titubeo en responder.
— Mis hombres descubrieron tu pasado con Williams, no puedo creer que hayas sido tan incompetente en no poder controlar esta situación.
Al oír ello, el arzobispo cayó en cuenta de que ella El Dragón, la mujer que dirigía a los pretorianos.
Henri frunció el ceño, si ella sabía ello, entonces conocía del vínculo que guardaba con el arzobispo. Además se preguntó cuánto tiempo habría estado tras la puerta oyendo la conversación.
—¿Alguno de ustedes tiene conocimiento del cómplice de Williams? –dijo mientras tecleaba su celular—.
Ambos hombres guardaron silencio.
La mujer explicó con ayuda de su teléfono que Julio Navarro era un profesor universitario, les mostró su pagina web, se le describía como escritor, conferencista. Les habló de su pasado con Amelie Williams, y detalló que su vinculo de ellos aparatenemente solo era profesional. Además narró como interceptaron sus correos electrónicos y perfiles de redes sociales pero en ninguna se hablaba de algún complot en contra de los reyes.