Legado

Mal Presentimiento

Edward Dutton era el encargado de los aspectos no religiosos dentro de la catedral de San Pablo: la contratación de personal de apoyo y guías, la compra del vino, el mantenimiento general y la seguridad del edificio fuera de las horas de culto y de visita.

Esa noche, a mitad de un sueño, el sonido del teléfono lo despertó y descolgó soñoliento.

—¿Diga?

—Buenas noches Edward.

Dutton se sentó en la cama. «Pero ¿qué hora es?» Aunque reconocía la voz de su jefa, nunca en aquellos quince años lo había despertado a deshoras. La asistente del arzobispo de Canterbury era una mujer devota que respetaba mucho más sus horas de sueño que su propia religión.

—Siento haberlo despertado—dijo con una voz temerosa y temblorosa, casi en llanto—. Tengo que pedirle un favor. Acabo de recibir una orden directa del arzobispo Thomas Davis. Una persona muy allegada a él se encuentra en Londres esta noche... Y quiere conocer la catedral por dentro…

Mientras escuchaba aquella extraña petición, Edward Dutton estaba cada vez más confundido.

—Discúlpeme. ¿Me está diciendo que esa persona no puede esperar a mañana?

—Me temo que no. Su avión sale muy temprano. Y siempre ha tenido el sueño de ver la catedral.

—Pero si este lugar es mucho más interesante de día. Con los rayos del sol que se filtran por la cúpula, con las obras que se pueden apreciar con la luz, eso es lo que la hace única.

— Edward, estoy de acuerdo, pero si la deja entrar esta noche lo consideraré un favor personal que me hace y por supuesto el arzobispo también estará agradecido con usted. Él podría estar ahí dentro de veinte minutos.

Edward frunció el ceño.

—Sí, claro, le atenderé gustosamente.

La secretaria le dio las gracias y colgó.

Desconcertado, se quedó un momento más en la cama, intentando despejarse. A sus sesenta años, le costaba un poco más que antes despertarse, aunque ciertamente aquella llamada telefónica le había avivado los sentidos. Con todo, el conserje cumplía las órdenes que le daban.

Bajó de la cama y, al poner los pies en el suelo, la madera helada del suelo se le clavó en las plantas desnudas. Un escalofrío recorrió su carne y, sin saber por qué, sintió miedo.




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