Legnas Extras

2. Traición

MARATÓN 2 de 4

Dios:

De la costilla de Adán creé a Eva; una mujer sumisa por naturaleza, que lo obedecería en todo sin oponer resistencia, justo lo que él necesitaba para ser feliz y yo para que me dejara en paz. Les di libertad absoluta sobre el Paraíso, salvo por un detalle.

La partida de Lilith del Edén fue un acto de rebeldía, de traición porque a ella también se lo di todo y lo rechazó sin pensar en mí; sin antes proponerse siquiera negociar conmigo otra forma de vida, una en la que no estuviese atada a Adán. Por esa razón decidí que debía poner a prueba la fidelidad Eva y su pareja y les puse una condición…

Podían disfrutar sin restricciones de todo lo que había en el Paraíso… De todo, menos del fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal; ese que estaba justo en el centro del Edén.

Aquí entre nos, era un manzano cualquiera, sin propiedades mágicas que pudieran suponer un peligro real; de haber sido así, jamás lo habría dejado a su alcance; a diferencia del Árbol de la Vida, que, a pesar de la importancia y lo peligroso que podría suponer que alguien se adueñara de su fruto, no me quedó más remedio que dejarlo a su lado, pues fue una consecuencia en la creación del Paraíso.

Al prohibirles tomar su fruto, les di dos opciones, una buena y una mala, para que ellos mismo decidieran; lamentablemente optaron por desobedecerme y fue precisamente ese acto el que engendró el mal en los hombres; no el fruto como todos piensan, pero no nos adelantemos.

Al inicio, Adán y Eva estaban convencidos de su lealtad hacia mí, de que jamás se acercarían a él y yo decidí confiar. Por mucho tiempo fuimos felices, incluso hice todo lo posible por serle fiel a mi promesa a los Arcángeles sobre pasar más tiempo con ellos, pero para Lucifer no era suficiente. Él me quería solamente para él y, aunque en muchas ocasiones me enojaba y así se lo hacía saber, él siempre encontraba la forma de calmar mi mal humor y de hacerme sentir culpable.

Aún me sorprende la facilidad que tenía de voltear las cosas a su favor; quedando siempre como la víctima a los ojos de sus hermanos y, peor, a los míos. Estaba ciega y él sabía cómo mantenerme en ese estado.

Con el tiempo empecé a ocupar a alguno de los ángeles con cosas relacionadas con los hombres. Había poco que hacer, pero no sería así por mucho tiempo porque planeaba llenar el Edén con seres como ellos, sin embargo, esta vez no serían creados por mí; serían sangre de su sangre.

Les di el don de la concepción para que se reprodujeran y poblaran mi mundo de los de su especie.

«¿Cree que funcione?», preguntó Miguel en una ocasión.

Le había contado sobre mi plan para incrementar el número de personas y él no parecía muy convencido.

«Eso lo veremos cuando Eva esté lista».

«¿Lucifer lo sabe?».

«Tu hermano hace días que no me habla, Miguel».

Y, honestamente, eso me dolía.

«Se va a enojar cuando sepa que planeas que se reproduzcan».

«Lucifer se enoja por todo. No sería una novedad».

«Con todo el respeto que usted se merece» dijo con esa voz seria que siempre lo ha caracterizado. «Si con Adán y Eva su tiempo ha sido prácticamente monopolizado, ¿qué sucederá cuando haya más de ellos?»

«¿Tú también vas a recriminarme?»

«No, no sería capaz».

«Bien porque…» Pero no logré terminar, pues toda mi energía se agitó.

Al inicio no entendía qué sucedía, solo sabía que me dolía demasiado. Jamás había sentido nada igual y eso me asustó; a Miguel también que no tenía ni idea de qué hacer para que yo dejara de gritar y, conmigo, el Cielo de temblar. Sucedió bastante rápido, el dolor, con la misma velocidad e intensidad que llegó, desapareció; dejando a su paso una estela de rabia que se hacía más fuerte a medida que iba entendiendo lo que estaba sucediendo.

Me habían traicionado.

Esos que me juraron lealtad hasta la muerte, esos en los que deposité toda mi confianza, quebrantaron la única regla que les puse.

Encolerizada y haciendo caso omiso a las llamadas incesantes de Miguel que no entendía qué sucedía, me dirigí al Edén. En el trayecto me crucé con Gabriel y Rafael, supuse que la conexión que habíamos creado les permitió saber que algo iba mal y ese detalle me alertó.

Si ellos lo sintieron, Lucifer también… ¿Dónde estaba él entonces?

Mi pregunta quedó resuelta al entrar al Edén y ver a Adán y a Eva bajo el follaje del árbol, confundidos, mirándose el uno al otro, mientras la cola de una serpiente se alejaba entre las plantas.

Hagamos una pequeña pausa; nuestra existencia, cada maldito detalle en este mundo, aun cuando lo haya creado yo, tiene consecuencias y puede que esa manzana de la que ellos comieron fuese un fruto como cualquier otro; pero ese acto de rebeldía trajo consigo represalias y lo noté en el mismo momento en que tanto Adán como Eva comenzaron a cubrir la desnudes de sus cuerpos con las hojas a sus alrededores. Así nació la vergüenza y muchos otros sentimientos mundanos, no precisamente buenos.

Ellos cometieron el primer pecado o Pecado Original como se le comenzó a llamar después, me desobedecieron y, con ello, una parte de sus almas se corrompió; dejaron de ser seres puros y eso incrementó mi ira. Sin embargo, esa no fue la única traición ese día, mucho menos la que más me dolió. Conocía lo suficiente el aura de Lucifer como para reconocerla aún escondida bajo la piel de una serpiente venenosa y darme cuenta de que él causó tal desobediencia, fue lo que terminó de cegarme.




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