Los girasoles también lloran

Capítulo catorce. Kiareth.

 

 

KIARETH

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.

—Mario Benedetti.

 

La puerta se cierra sin necesidad de un empujón, acompañado por un peculiar rechinido que no me gusta para nada; por supuesto, aun si quisiese cortar con ese sonido, no puedo jalarla de golpe por culpa de esos resortes especializados en prevenir jalones sorpresivos porque provocarían un fuerte sonido entre esta y el marco.

Tenso los dedos cuando empleo fuerza y eso hace evidente cuán pesada es para mí. De todos modos, me relajo cuando estoy completamente segura de que no hay espacio para que alguien asome los ojos.

Me río un poco por ese pensamiento de paranoia. Supongo que también siento nervios de que ese cara-de-rata venga por Janeth a este mismísimo lugar a llevársela arrastrada por los pelos. El solo pensamiento hace que la sangre me hierva.

—¿Quieres un dulce o algo? —pregunto al cabo de unos segundos, con la boca seca y los nudillos blancos de lo tanto que aprieto los dedos.

Camino detrás de Janeth que se va hasta el último lavabo de los disponibles; es como si estuviese escapando de cualquier posibilidad de que alguien llegue, la vea y la reconozca o algo por el estilo así. En él se lava el rostro, restriega las pestañas, nariz y la boca. La escucho toser y me le acerco, despacio; pero mantengo su espacio personal intacto para que no se sienta invadida.

—Janeth —insisto, en voz baja, un susurro suave que llama su atención.

—Yo sí quiero ir a denunciarlo, Kia. He querido hacerlo desde hace mucho —afirma con voz temblorosa, quebrándose de nuevo en lágrimas, sollozos bajos; ¡Dios santo! Tantas cosas que me hacen querer abrazarla como lo hice anoche pese a que no debí ni de acercármele como ya lo he hecho. Aun con eso, ya no me atrevo a hacerlo; es más, solo me mantengo quieta mientras ella se humedece el rostro una y otra vez, mientras golpea la cerámica del lavabo con uno de sus puños.

La detengo en un arranque de frustración.

 Su gruñido instantáneo es mera rabia contenida para consigo misma.

—No ganas nada con lastimarte —rechisto.

—Quiero ir a la comisaría; eso quiero hacer aquí y ahora que estoy afuera —me ignora y retira su mano, despacio—, o a donde tenga que hacerlo para denunciar todo lo que me ha hecho, que lo encierren y no lo dejen salir nunca, se aleje de mí. Quiero tener pruebas para lograrlo, Kiareth, quiero poder… poder sentirme libre. ¡Dios! ¡Quiero mi vida de vuelta!

—Janeth…

—No dejo de pensar que ese tipo vendrá a por mí en cualquier momento —solloza con fuerza y se arrastra un poco más lejos de mí para sentirse libre, no aprisionada con la cercanía de otro cuerpo. Respeto eso así que retrocedo también—, no dejo de pensar que él ya sabe dónde estoy y que solo espera el momento más adecuado a su parecer para llevarme, volver por mí y destruirme como lo ha hecho en todo este tiempo que llevamos juntos. ¿Y si él quiere matarme? ¿Qué tal si está muy furioso por haberme ido así? No puedo apartar esos pensamientos, y encima siento que venir a este hospital ha sido exponerme mucho más… ¡santo cielo! Siento que haber venido le va a facilitar más las cosas por si acaso él está afuera, buscándome en su auto o si por su cuenta ha elegido buscar sus pastillas justo aquí o lo que sea. ¿Hay más hospitales aquí acaso? No estoy segura… no creo tampoco que él esté dispuesto a viajar cuarenta minutos solo para ir a otra provincia.

—Janeth, espera… respira…

Pero no escucha.

—¿Qué tal si es tan sádico como para venir y matarme aquí mismo? ¿Qué tal si ya no le importa nada con respecto a mí o a él? ¿Y si no conocí por completo como es? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo de hacer? Estoy harta de imaginarme tantas cosas, a ese hombre aquí, ¡aquí! Me duele la cabeza, me siento con ganas de encerrarme todo el santo día y no salir hasta que él… ¿soy mala persona por esperar y querer que él muera? ¿Soy mala persona por esperar algo así para él nada más porque yo quiero poder salir a la heladería y no preocuparme por que alguien me esté mirando y le avise dónde estoy o que incluso sea él mismo quien me tiene ya flechada? ¿Yo… soy mala persona?

Janeth se hace arrancada la mascarilla para sollozar con más libertad. Brinco asustada, sin saber cómo relajarla; es demasiado notable que unas simples palabras no van a ayudar a bajarle esa ansiedad, es obvio que no… no es fácil.

¿Cómo va a ser fácil?

Mi querida amiga hiperventila, me mira como si yo pudiese darle las respuestas más valiosas a ese mundo del que su cabeza forma parte; pero nada más puedo romperme para ella, por ella, por su estado. En verdad, quiero mantenerme fuerte con tal de ser un buen apoyo en este instante; pero verla así, saber lo que la aqueja y no poder hacer nada es como un fuerte puñetazo en el estómago que… que nadie controla; pero se siente.



#6936 en Novela romántica
#890 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, lgbt, lgbtdrama

Editado: 08.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.