JANETH
Azota el frío de la mañana. He dormido muy mal y no quiero levantarme en lo más mínimo, aunque por ese lado creo que se debe a mi falta de energía. Por otro, medito que cada centímetro de mi magullado y herido cuerpo se siente entumecido y maltratado, como si hubiese sido azotado con cinco cinturones a la vez; cosa que se siente extraña porque no hay razón para que eso suceda, lo que me lleva al punto número dos de mis malos pensamientos matutinos: las pesadillas que se vuelven reales en cierto punto. Y es que las cicatrices en mi espalda también arden, como si las hubiesen reabierto para recordar lo que ha sido de mi vida en estos últimos años.
Dentro de lo que recuerdo, la mayoría son con Darío; de nosotros adolescentes, juntos siempre, incluso después del colegio; Darío y yo yendo al colegio juntos, de la mano; Darío y yo empezando una relación después de un beso que terminó raspándome el labio y la lengua por accidente (¿en verdad fue accidente?); Darío mirándome de reojo para que me callase, mirada que me fui aprendiendo y obedeciendo con el tiempo ya que solía repetirla demasiado hasta que logré ser consciente de lo que quería cada vez que apretaba mi mano con más fuerza de la debida. Dos señales, y si después de eso yo no obedecía a lo que justo él quería, entonces él terminaba sin hablarme, solo demostrando su enfado y conmigo sin saber cómo disculparse por razones que desconocía.
—Perdón.
—¿Qué es lo que sientes?
—Estás enfadado conmigo.
—¿No sabes las razones por las que estoy enfadado siquiera? ¿Y te haces llamar mi novia?
Mi incapacidad de negarme a Darío es otra imagen oscura que me hace arrugar el rostro de la incomodidad y vergüenza que me causa; cuando me regañaba por cosas tan mínimas que apenas si recuerdo cada una de manera individual. Solo sé que todas me lastimaban; pero nunca aprendí a defenderme o a decirle algo de vuelta, defenderme, para poder ver si desde un principio la relación no hubiese escalado hasta el punto en el que lo hizo.
Ilusa.
Recuerdo… recuerdo cuando entramos a la universidad; él la dejó a inicios del segundo semestre ese mismo año, diciendo que no era lo suyo y que ya había encontrado algo totalmente mejor. Pero ese semestre, antes de mudarnos, recuerdo su rostro y su boca moviéndose, ordenándome sin más que sí o sí me iría a vivir con él fuese donde fuese y que la beca de la universidad, aquella que me llegaría a mí y no a él, nos bastaría por el momento para que ambos sobrevivamos. Por supuesto, con ajustes en ciertas cosas; pero se pudo.
Admito que no me negué en su momento.
Me había ilusionado, por un lado, ciega a él, ciega a todo lo que implicaba irme a vivir con un hombre manipulador que en todo era inocente; porque me sentía “bien” con él, y eso de irme de casa hasta el otro lado del país por culpa de la universidad es otro golpe duro que casi no pude haber sobrellevado sola. Aunque con Darío…
Todo fue como sentirse sola teniendo a un hombre tan narcisista al lado.
En cuanto pude.
En cuanto pude escapar de… Dios, eso suena genial. Lo es. En cuanto pude escaparme, mi mente se sintió liberada de alguna manera.
—Es complicado —digo al fin mientras Kiareth me aprieta contra su pecho y yo me acurruco entre el hueco de su cuello y mandíbula.
Sus manos me aprietan mejor hacia su cuerpo.
—Complicada tu situación, ¿eh? —responde—, ¿entender que él ha muerto? Eso es diferente, pienso yo. Es un golpe.
Acaricio mi estómago, negando.
—Un golpe… y no de suerte. ¿Cómo podemos afirmar que él en verdad ha muerto?
—¿Sigues con dudas?
—No sé si Joel habría elegido aliarse con su hermano para mentir —niego, despacio— junto a Darío en caso de haber sabido todo lo que él… bueno, fue capaz de hacerme.
Es normal seguir, tener miedos y dudas. Es normal mirar atrás y dudar incluso de las personas que nunca dieron indicios de alguna maldad… ¿verdad? Desconfío en estos momentos hasta de las sombras que tenemos a nuestras espaldas; pero, por alguna razón, con Kiareth me siento en paz, me siento bien.
—Hmn, tienes razón. La verdad el muchacho no me dijo mucho; pero sí me entregó este papel.
El papel…
Ella me extiende el papel doblado.
—¿Lo leíste?
—No. No es para mí.
—¿Puedes leerlo? —pido, todavía bien acomodada en su pecho—. Siento que la cabeza me da vueltas. Es… Es raro todo esto.
—Por supuesto. Déjame ver.
Cierro los ojos y Kiareth comienza a leer.
Janeth…
Primero, no sé qué decirte. Soy sincero. No sé qué decir, qué debo de hacer, qué debo de pensar a estas alturas. Escribir esto, después de lo sucedido, es complicado para mí. Por eso estoy seguro de que “esto”, este papel, será algo superficial para las cosas que debemos decirnos. No es la forma de comunicar cosas, no es la mejor forma (para mí) de decirte todo lo que quiero (queremos *mi familia) decirte, y, aun así, no sabemos qué hacer… cómo comunicarnos contigo, cómo llegar a ti.