La tormenta llego de repente, golpeando mi parabrisas de tal manera que las plumillas no se daban abasto y hacia que el conducir aun a baja velocidad se sintiera como si fuera la más grande estupidez que pudiera realizar, más en este tipo de carretera rural donde la demarcación era prácticamente inexistente. Fue justo después de una curva cuando choque de frente con otro vehículo detenido en el camino, el golpe fue demasiado brusco, termine totalmente incrustado en la cola del otro carro, con mi vidrio delantero destrozado y el sunroof (techo corredizo) voló haciendo que la tormenta llegara incluso antes de salir del carro.
Cuando regresé en mí, el carro parecía más una lancha a punto de zozobrar, como pude salí e instintivamente tome mi saco y me abrace a él como si mi vida dependiera de eso, el frio que me rodeó te helaba la sangre, la lluvia no te dejaba respirar o mirar algo más que el piso mientras los rayos más que iluminar el lugar parecía que deseaban tomar mi vida en cualquier momento. Fue con uno de estos destellos que pude observar una construcción cerca de la carretera, a la distancia no pude saber casi nada de ella, pero era claro que en aquella situación aquel lugar era mi mejor opción si quería sobrevivir aquella noche.
La cabaña no estaba muy distante de la carretera, pero la tormenta que se cernía sobre mí y la oscuridad que me rodeaba hacia que el camino pareciera más distante y peligroso de lo que realmente era, o por lo menos eso pensaba mientras me abrazaba con todas mis fuerzas a mi viejo abrigo buscando algo de valor para poder continuar sin emitir algún penoso ruido que además de delatar mi ubicación confirmara lo terriblemente asustado que se encontraba un hombre de cincuenta años.
El pórtico de aquel lugar no logró atenuar ninguno de mis temores, por el contrario, tan solo logro que me sintiera más ansioso, como si alguien me observara desde las sombras, más exactamente como si alguien me abrazara con el mas siniestro propósito. Pero aquel lugar seguía sin brindarme la protección que necesitaba cuando la tormenta seguía intensificando su fuerza. Al tocar la puerta esta se abrió sin oponer ninguna resistencia dejándome observar una pequeña sala que se perdía en las entrañas de la casa sin que mis ojos pudieran observar más que unos pequeños muebles tapizados de flores descoloridas y polvorientas, parecía como si esta casa más que una bienvenida me estuviera dando una aterradora advertencia.
Fueron varios pasos los que llego primero a mi mente en medio de las incesantes ráfagas y truenos de aquella noche, su lento andar me hacía pensar que era un anciano el dueño de esta extraña casa, pero la realidad era totalmente diferente. De la nada, más que surgir de la oscuridad fue como si esta lo vomitara de un solo golpe, en un instante aquel sujeto estaba parado de frente. Mi sonrisa fue recibida por un rostro frio, más que alguien que deteste los visitantes sorpresa su rostro parecía recitar una maldición silente mientras yo trataba de explicar lo sucedido esta noche.
De aquel sujeto solo puedo decir que espantapájaros seria la descripción perfecta para su fisonomía y apariencia descuidada, era como si la intemperie lo siguiese a todos lados, de su figura escuálida se desprendían unos pies que parecían estar compuestos tan solo por un par de palos atados a su cinturón, que en conjunto con su barba desarreglada y un cabello que hacía poco por ocultar una incipiente calva lo hacían lucir perfecto para decorar cualquier casa en Halloween.
Al seguir su camino pude sentir como era engullido por la oscuridad y el eco de los pasos se adentraban en esta casa perdida en las montañas, al final solo el sonido de los pasos me guiaba por las entrañas de este lugar ya que las luces de los relámpagos escasamente podían penetrar este refugio lleno de cortinas polvosas y este desagradable olor a moho que llenaba el lugar y hacia que cada paso se sintiera como si de caminar por el fango se tratase.
Fue el sonido de la tetera caliente la que me devolvió a mis cabales y me hizo saber que me encontraba en medio de una pequeña cocina donde convergían varios pasillos angostos y oscuros como el alma de un muerto. No, en realidad parecían fauces a punto de tragarme entero. Aquel individuo coloco dos terrones de azúcar en cada vaso y procedió a verter el agua.
Mientras bebía mi “té” un sonido desgarrador llego a mi haciendo que nuevamente me abrazara a mi saco y una pequeña oración saliera de mis labios, al levantar la mirada pude ver como aquel individuo se levantaba y tomando su vaso se dejaba engullir por aquellas sombras mientras el eco de sus pasos me indicaba como se alejaba de la cocina hacia un destino incierto.