Rayan Harrington
—No, claro que no me molesta —respondió Zeynep, ajustando su boina con un gesto tímido. Sus ojos marrones brillaban bajo las luces del estacionamiento y no pude evitar mirarla un segundo de más. Caminamos hacia el auto de Marcus, un viejo sedán azul que chirriaba al abrirse. Zeynep y Sander se sentaron atrás, mientras yo al frente, junto a Marcus.
El aire fresco de la noche los acompañaba. Zeynep sentía su corazón latir más rápido, aunque no sabía por qué. Solo son amigos, pensó, pero la forma en que Rayan la miraba a veces la hacía dudar. Rayan, por su parte, luchaba contra sus propios pensamientos. Para mí, solo es tu amiga, se repetía, aunque la imagen de su abrazo en el gimnasio no lo dejaba en paz.
—¿Desde cuándo juegas voleibol, Zeynep? —preguntó Marcus mientras conducía, con su tono calmado de siempre.
—Desde la secundaria —respondió ella, mirando por la ventana—. Me gusta, aunque no soy de las que se emocionan demasiado en la cancha. Solo disfruto jugar.
—Como Rayan con el baloncesto —bromeó Sander—. Parece que vuela en la cancha, pero fuera es un desastre emocional.
—¡Oye! —protesté, girándose con una sonrisa. Sander siempre sabía cómo sacarlo de sus pensamientos, aunque también lo ponía en evidencia.
Zeynep rió, cubriéndose la boca. —Todos somos un poco desastres fuera de lo que nos gusta, ¿no? —dijo, mirando a Rayan con un brillo cómplice en los ojos. Él sintió un nudo en el estómago. ¿Era sólo amabilidad o algo más?
Llegaron a la pizzería, un lugar acogedor con olor a queso derretido y mesas de madera desgastada. Se sentaron en una esquina, y mientras Marcus y Sander discutían si pedir pizza de pepperoni o con extra queso, Zeynep solo veía por la ventana del restaurante admirando el paisaje mientras yo hojeaba el menú en un silencio cómodo.
—Oye, Zeynep —dije de repente, con la voz más baja de lo normal—. Gracias por venir al partido. En serio, fue especial verte ahí.
Zeynep lo miró, sorprendida por su sinceridad. Sus mejillas se sonrojaron, pero intentó disimularlo. —No fue nada, Rayan. Me divertí mucho. Esa última canasta fue increíble —dijo, recordando lo que Madison había dicho. No quería pensar demasiado en eso.
Rayan se rascó la nuca, nervioso. —Sí, bueno solo hice lo que tenía que hacer —murmuró, aunque ambos sabían que había algo más en esa mirada antes de encestar.
—¡Por la canasta épica de Rayan y por Zeynep, nuestra animadora oficial! —interrumpió Sander, levantando su refresco. Todos rieron y chocaron sus vasos.
La cena pasó entre risas y anécdotas de la universidad. Zeynep se sentía más a gusto, como si por fin encajaba con ellos. Pero cada vez que sus ojos se cruzaban con los míos, sentía un cosquilleo que no podía explicar. Rayan, por su parte, no dejaba de preguntarse si lo que sentía era solo la emoción del momento o algo más.
Al terminar, decidieron acompañar a Zeynep a su dormitorio en el campus. La noche estaba fresca, y las farolas iluminaban el camino. Rayan caminaba a su lado, mientras Marcus y Sander se quedaban atrás, bromeando.
—Oye, Zeynep —dije casi en un susurro—. ¿Vendrás al próximo partido? Sin presión, pero sería genial verte.
Ella lo miró, y por un instante, todo pareció detenerse. —Claro que sí —respondió, con una sonrisa que hizo que el corazón de Rayan diera un vuelco—. No me lo perdería.
Caminaron en silencio, con las risas de sus amigos de fondo. Algo estaba cambiando entre ellos, algo pequeño pero real. Tal vez era solo una amistad creciendo… o tal vez, el comienzo de algo más.