Más Allá de la Amistad

Capítulo 5 Entrenamiento de Voleibol

Zeynep Keller

El sol de la mañana se colaba por las cortinas de mi habitación, pintando rayas doradas sobre el suelo. Me detuve frente al espejo, ajustándome la coleta alta mientras intentaba concentrarme en la rutina del día. La bolsa de entrenamiento estaba lista en un rincón, con mis zapatillas de voleibol asomando por un lado, pero mi mente seguía atrapada en la noche anterior.

Las palabras de Rayan, su risa despreocupada, la forma en que sus ojos se detenían en los míos un segundo más de lo necesario.Todo eso seguía dando vueltas en mi cabeza, como una canción que no puedes dejar de tararear.

—¿Por qué tiene que ser tan complicado? —murmuré, mirando mi reflejo. Mis mejillas se sonrojaron solo de pensar en él, y eso me frustró aún más. No quería ser esa chica que analiza cada gesto, cada palabra, buscando significados ocultos. Pero con Rayan, era imposible no hacerlo.

Me colgué la mochila al hombro y salí de mi habitación, decidida a dejar de lado esos pensamientos al menos por unas horas. Cuando llegue a la cocina para comer mi desayuno el olor a menemen (huevos revueltos con tomate y pimientos) me genero una alegría, extrañaba los desayunos con mis padres lo bueno de los fines de semana es que los estudiantes lo podemos pasar en nuestras casas si nos apetece.

—Günaydın anne ve baba—dije en turco ellos me brindaron unas sonrisas cuando me vieron sentarme a la mesa.

Buenos días mamá y papá

—Günaydın, küçüğüm—respondió mi papá mientras mi mamá me dio un beso en la mejilla, en su camino dejó una tetera con çay (té turco).

Buenos días mi pequeña

Mi madre se llama Ayşe Çelik es una bella turca de cabello rojizo como el mío, mientras mi papá es un alemán que vino a Turquía por estudios universitarios, tienes unos ojos verdes y cabello castaño oscuro, su nombre Mehmet Keller; le gusta mucho leer el periódico local sobre noticias de Ankara durante el desayuno.

Zeynep, naber?—preguntó Ayşe, frunciendo el ceño mientras servía más menemen en el plato de su hija—. Estás muy callada hoy. Bir şey mi var?

¿Zeynep, qué pasa? ¿Pasa algo?

Zeynep levantó la vista, forzando una sonrisa. —Yok, Anne, sadece yorgunum—respondió, tomando un sorbo de té. El sabor amargo la reconfortó, pero no podía quitarse a Rayan de la cabeza: su risa en el partido de baloncesto, la forma en que la miró en la pizzeria.

No, mamá, sólo estoy cansada

Mehmet bajó el periódico —ODTÜ seni çok mu yoruyor?—dijo, con un tono que mezclaba preocupación y orgullo—. Hadi, anlat bakalım.

¿Te está agotando ODTÜ? Vamos, cuéntanos

Zeynep dudó, cortando un trozo de queso blanco. No quería mencionar a Rayan, no todavía. —İyi, baba (Bien, papá) —dijo, evasiva—. Es solo que hay muchas cosas en la cabeza. Exámenes, trabajos, ya sabes.

Mehmet soltó una risita, doblando el periódico—. Pero, Zeynep, si hay algo importante, bize söyle, tamam mı?. Somos tus padres, her zaman yanındayız.

dínoslo, ¿de acuerdo? siempre estamos contigo

Zeynep asintió, mordiendo un simit. El crujido del pan llenó el silencio, y por un momento, deseó poder contarles todo: sobre Rayan, sobre las mariposas en su estómago, sobre el miedo a arruinar su amistad. Pero en lugar de eso, sonrió débilmente y dijo: —Tamam, baba. Teşekkür ederim.

De acuerdo, papá. Gracias

Ayşe suspiró, sirviéndose más té. —Hadi, yiyin, soğumasın—dijo, señalando el menemen.

Vamos, coman, que no se enfríe

Cuando terminé el desayuno salí del barrio Çankaya para tomar el autobús y llegar al campus, el aire fresco de la mañana me ayudó a despejarme.

Mientras el autobús andaba, me repetía a mí misma que hoy sería un día normal: entrenar, reírme con mis compañeras de equipo, quizás tomar un batido con ellas después. Sin embargo, una parte de mí sabía que, en el fondo, estaba buscando excusas para no enfrentar lo que realmente me preocupaba.

Cuando llegué al gimnasio, el sonido de las pelotas rebotando contra el suelo y las risas de mis compañeras me recibieron como un abrazo familiar. Me encantaba el voleibol.

Era mi escape, mi manera de soltar todo lo que llevaba dentro. Pero incluso mientras calentaba, no podía evitar que mi mente divaga hacia Rayan. ¿Por qué su voz sonaba tan suave cuando me dijo que siempre estaría ahí para mí? Si solo éramos amigos, ¿por qué sentía que había algo más?

—¡Zeynep! —La voz de Madison, me sacó de mis pensamientos. Estaba parada frente a mí, con una ceja arqueada y una pelota bajo el brazo—. Llevas cinco minutos mirando al vacío. ¿Todo bien?

—Eh, sí, sí, estoy bien —respondí, forzando una sonrisa. Madison no parecía muy convencida, pero no insistió. En cambio, me lanzó la pelota con un gesto juguetón.

—Vamos, hoy la capitana está de mal humor. Tenemos que pulir el saque. No dejes que tu cabeza esté en las nubes.

Asentí y me obligué a concentrarme. Durante el entrenamiento, logré sumergirme en el ritmo del juego: el golpe seco de la pelota contra mis manos, el sudor en mi frente, las indicaciones del entrenador resonando en el gimnasio. Por un momento, todo lo demás desapareció.

Pero cuando terminamos y me senté en el banquillo, con una botella de agua en la mano, los pensamientos volvieron a traicionarme.

Madison se dejó caer a mi lado, limpiándose el rostro con una toalla. —¿Quisieras contarme lo que te pasa? —preguntó, con ese tono que mezclaba preocupación.

Solté un suspiro. Sabía que no podía ocultar nada, mi mamá siempre dice que soy un libro abierto—Es… Rayan —admití, mirando la botella en mis manos como si fuera lo más interesante del mundo.

—¿Rayan? ¿mi hermano? —Madison abrió los ojos por sorpresa y un brillo travieso apareció en su rostro—. Oh, no, no, no. ¿Qué pasó ahora?




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