Rayan Harrington
Su pregunta sobre una novia me sorprendió no lo voy a negar, sin embargo al verle dicho todo eso me preocupa porque no quiero herirla, pero no podía mentir en eso. Porque es verdad que quiero conocer primero a la persona con quien compartiré todas las cosas buenas y malas de mi vida.
No me quedaría con la duda si ella ha tenido a alguien con quien compartir sus cosas, porque muy dentro de mí me sentía celoso la verdad me molestaba mucho saber que ha estado con otro hombre y yo solo soy su amigo.
Bueno, sin embargo que tonto si yo mismo le dijo que solo seriamos amigos o vamos Harrington como se te ocurre decir eso al frente de la mujer que vez más que una amiga. Cuando llegó a la casa debo golpearme la cabeza con algo por semejante cagada.
—Bueno al igual que tu sigo esperando encontrar a alguien bueno que no me haga daño o juegue con mis sentimientos, así que como imaginaras no he tenido novio nunca—dijo mirando por la ventana, su respuesta hizo que una voz dentro de mi gritara de emoción, pero eso quiere decir una cosa y aunque lo estuve negando desde hace un año, por miedo a salir herido.
Ahora nada puede hacer que niegue, me gusta Zeynep Keller y siempre me ha gustado, haré lo imposible por retractar mis palabras que solo seremos amigos. Porque ella es la mujer que he esperado para ser mi futura novia.
Al terminar los batidos nos fuimos sin antes pagar la cuenta, en el auto se hizo un silencio más pesado de lo que esperaba. Las palabras de Zeynep resonaban en mi cabeza como un eco imposible de ignorar. “No he tenido novio nunca”. Esa frase, tan sencilla, había desatado una tormenta en mi interior.
Por un lado, sentía un alivio egoísta, una satisfacción absurda al saber que nadie más había ocupado ese lugar en su vida. Por otro, me sentía como el mayor idiota del planeta por haberle dicho, con mi propia voz, que solo seríamos amigos. ¿En qué demonios estaba pensando?
Miré de reojo hacia ella. Seguía con la mirada perdida en la ventana, el reflejo de las luces de la ciudad danzando en sus ojos oscuros. Había algo en su calma, en la forma en que sus manos descansaban sobre su regazo, que me hacía querer detener el auto y confesarle todo. Sin embargo, no lo hice. En lugar de eso, me limité a apretar el volante con más fuerza, como si así pudiera controlar la maraña de emociones que me consumía.
—Zeynep… —empecé, sin tener idea de cómo seguir. Mi voz sonó más insegura de lo que quería, y ella giró la cabeza hacia mí, con esa expresión curiosa que siempre me desarmaba.
—¿Qué pasa? —preguntó, ladeando la cabeza. Su voz era suave, pero había un dejo de preocupación, como si temiera que estuviera a punto de soltar algo que lo cambiaría todo.
Tragué saliva, buscando las palabras correctas, pero mi mente estaba en blanco. Vamos, Harrington, no seas cobarde. Sin embargo, en lugar de confesar, opté por lo seguro, como siempre.
—Nada, solo… me alegra que seas tan sincera. No todos lo son —dije, intentando sonar casual, aunque mi tono era un desastre.
Ella sonrió, una de esas sonrisas pequeñas que me hacían perder el hilo de mis pensamientos.
—Supongo que no tiene sentido mentir sobre eso —respondió, encogiéndose de hombros—. Además, mi vida amorosa no es precisamente una novela emocionante. Más bien es voleibol, batido y tratar de no tropezarme con mis propios pies.
Solté una risa nerviosa.
Cuando llegué frente a su casa, el aire se sentía denso, como si ambos supiéramos que algo estaba a punto de cambiar, pero ninguno se atrevía a dar el primer paso. Zeynep desabrochó su cinturón y se giró hacia mí, con esa mirada que siempre parecía atravesarme.
—Gracias por traerme —dijo, con una suavidad que me hizo querer quedarme ahí para siempre—. Y por escucharme. Sé que a veces hablo demasiado.
—No, para nada —respondí rápido, quizás demasiado—. Me gusta escucharte. Siempre.
Ella parpadeó, como si mis palabras la hubieran sorprendido. Por un segundo, pensé que diría algo más, algo que me diera una pista de lo que sentía. Pero solo asintió y abrió la puerta del auto.
—Buenas noches, Rayan —dijo, antes de salir y cerrar la puerta tras ella.
—Buenas noches —murmuré, aunque ya no me escuchaba.