🎄 Zeynep Keller 🎄
La época de diciembre siempre ha sido de mis favoritas; hoy, 24 de diciembre, la residencia universitaria está casi vacía. La mayoría de mis compañeras ya se fueron a sus pueblos o a Estambul, pero yo me quedé hasta último minuto terminando un trabajo. Ahora, salgo con algunas cajas llenas de adornos navideños que compré, camino hacia la salida.
Mis padres siempre han puesto un pequeño árbol en el salón desde que era niña, porque a mi anne le encanta la idea de las luces y los regalos, aunque sea "sólo una excusa para comer más". Este año les llevó guirnaldas plateadas, bolas rojas brillantes y una estrella que encontré muy preciosa.
Salgo del edificio y el viento me azota la cara. Ajusto mi gorro y empiezo a caminar por el sendero que cruza el campus hacia la parada del autobús. La nieve ya cubre el suelo con una capa fina y las farolas empiezan a encenderse, haciendo que todo brille un poco. Estoy tarareando una canción navideña turca que mezcla "Jingle Bells" con algo más nuestro, cuando de repente...
¡Una sombra sale de un auto estacionado!
Doy un grito ahogado y retrocedo tan rápido que tropiezo con mis propios pies. Las cajas se me escaparon de mis manos y ¡paf! Todo se desparrama por la nieve: las bolas ruedan, la estrella cae de punta y las guirnaldas se enredan en un arbusto cercano.
—¡Nena! ¡Soy yo, tranquila! —dice una voz que conozco demasiado bien, mientras una figura alta se agacha rápido para recoger mis cosas.
Mi corazón late como loco. Rayan Harrington. Claro que es él. ¿Quién más iba a aparecer de la nada en medio del campus vacío?
—¿Rayan? ¡Me has dado un susto de muerte! —protesto, pero ya me estoy riendo porque su expresión de culpa es demasiado graciosa.
—Lo siento, lo siento mucho —dice mientras recoge las bolas con cuidado, como si fueran de cristal fino—. No quería asustarte. Estaba esperando a que salieras... Bueno, más o menos. Vi luz en tu ventana y pensé que eras tú.
Le ayudo a recoger lo que queda. Nuestras manos se rozan cuando alcanzamos la misma guirnalda y me doy cuenta de que hace más frío de lo que pensaba, porque su mano está caliente.
—¿Esperándome? —pregunto, alzando una ceja.
Él se ríe, esa risa baja que siempre me hace sonreír sin querer.
—Sí y pensé que quizás necesitarías ayuda con los adornos que mencionaste en clase. Ankara está bonita con nieve, pero resbaladiza.
Terminamos de recoger todo y me pasó las cajas ya más ordenada. Se queda ahí de pie, con las manos en los bolsillos de su abrigo negro, mirándome como si quisiera decir algo más.
—Oye, Nena... ¿por qué no pasas un momento por mi residencia? Tengo algo para ti. Y además, aprovechamos que tengo el auto para dejarte en la casa de tus padres. Así no tienes que esperar el autobús con todo esto y la nieve.
Parpadeo. Rayan vive en la residencia de chicos, a sólo unos edificios de distancia. Sus padres y Madison están en una ciudad cercana, en Çankaya. Por otro lado, mi anne ya debe estar preparando dolma y börek, y mi baba fingiendo que no le emociona decorar el árbol.
—¿Algo para mí? —pregunto, curiosa a pesar de mí misma.
—Una sorpresa navideña —dice con una sonrisa—. No te arrepentirás.
Miro las cajas en mis manos, la nieve que sigue cayendo suave, y luego a él. El camino a la parada es oscuro y largo. Su oferta suena... tentadora.
—Está bien —digo al fin—. Pero sólo un momento. No quiero llegar tarde a casa.
Mientras caminamos juntos hacia su residencia, con la nieve crujiendo bajo nuestras botas, siento que esta Navidad ya empezó de una forma diferente.
La residencia de chicos está igual de silenciosa que la mía, solo se oye el viento golpeando las ventanas y algún que otro eco lejano de risas de los pocos que se quedaron. Rayan abre la puerta de su habitación con llave y enciende la luz. Es típica de él: ordenada pero con posters de equipos de baloncesto en las paredes, una pelota en la esquina y libros apilados en el escritorio. Huele un poco a su colonia, esa que mezcla madera y algo fresco, y me hace sentir... no sé, cómoda.
—Siéntate donde quieras —dice, señalando la cama o la silla—. Solo un segundo.
Se agacha para abrir el cajón de su mesita de noche y saca una cajita pequeña, envuelta en papel rojo con un lazo dorado torpe.
—Feliz Navidad, Nena. Aunque sea un poco temprano.
Mis manos tiemblan un poquito mientras deshago el lazo. Abro la caja y ahí está: un collar delicado de cadena fina con un dije en forma de sol. No es uno grande y llamativo, sino pequeño y elegante, dorado, con rayos que brillan como si capturaran la luz de verdad.
Es precioso. Me quedo mirándolo, sin palabras.
—¿Un sol? —preguntó al fin, levantando la vista hacia él.
Rayan se encoge de hombros.
—Como te dije alguna vez, eres como el sol tan lindo y cálido, entonces decidí buscar un collar para que tengas un pedazo de él.
Me río bajito y me ayuda a ponermelo. El sol cae justo sobre mi clavícula, calentito contra la piel fría.
—Gracias, Rayan. Es el regalo más bonito de Navidad.
Él sonríe más amplio, aliviado. Y entonces me acuerdo. ¡Mi regalo! Lo tengo en la mochila, envuelto en papel plateado que compré a juego con los adornos.
—Espera, yo también tengo algo para ti —digo rápido, sacándolo—. No es tan elegante como lo tuyo, pero... ábrelo.
Se lo paso y él lo desenvuelve con cuidado. Dentro hay unas zapatillas de baloncesto nuevas, negras con detalles azules, modernas. Sé que las suyas están destrozadas de tanto jugar con los chicos.
Rayan se queda boquiabierto, las levanta y las mira de todos lados.
—¿En serio? Nena, son las que quería desde hace meses. ¿Cómo supiste?
Me encojo de hombros, fingiendo inocencia.
—Pensé que para el capitán del equipo, unas zapatillas decentes son obligatorias.