Mas Allá de las Barreras

Capitulo 2: Libertad y Dolor

Layla salía de su clase de historia arqueológica sobre el Medio Oriente, caminando junto a un grupo de amigas. En la universidad, se sentía libre y feliz, como una londinense más, sin el velo en la cabeza que solía llevar en su país. Aquí, lejos de la presión de su familia y su país, podía ser ella misma.

La joven caminaba de forma pausada, participando en las charlas animadas de sus amigas, intentando no pensar en la tragedia que había marcado su vida. Al llegar al comedor, pidió el menú y se dirigió a un rincón apartado. Se sentó sola, sin sus amigas, para poder llorar en silencio la pérdida de su padre.

Layla había nacido en una familia de clase media alta en Teherán. Su padre era un comerciante exitoso, conocido por su integridad y habilidades de negociación, mientras que su madre, una mujer cariñosa y dedicada, cuidaba de ella y sus hermanos. Layla creció en un hogar lleno de amor y disciplina, donde se valoraba la educación y el respeto por los demás. Desde pequeña, Layla mostró un talento natural para la danza y la poesía, y sus padres la alentaban a seguir sus pasiones.

A los 12 años, Layla perdió a su padre, quien fue llamado a alistarse en las fuerzas militares para defender su país y murió en combate. La muerte de su padre dejó a Layla y su familia en una situación vulnerable. Su madre, aunque fuerte y resiliente, tuvo que enfrentar la dura realidad de criar a sus hijos sola. El tío de Layla, hermano de su padre, asumió el rol de protector y proveedor, pero la ausencia de su padre dejó un vacío que nunca pudo ser llenado.

Durante los años que siguieron, Layla se esforzó por mantener viva la memoria de su padre. Participaba en ceremonias conmemorativas y escribía poemas sobre su valentía y sacrificio. Estas actividades le ayudaban a sobrellevar el dolor y a sentir que, de alguna manera, su padre seguía presente en su vida.

La universidad en Londres se convirtió en su refugio, un lugar donde podía explorar su identidad sin las restricciones que sentía en Teherán. En el campus, Layla se involucró en grupos estudiantiles que promovían la paz y la justicia, y trabajaba como voluntaria en organizaciones que apoyaban a refugiados. Estas experiencias ampliaron su perspectiva y le dieron un propósito más allá del dolor.

Sin embargo, cada noche, cuando las luces del campus se apagaban y el bullicio de la ciudad se desvanecía, el recuerdo de su padre volvía con fuerza. Layla se aferraba a las enseñanzas de su madre sobre la resiliencia y la importancia de seguir adelante. Sabía que debía encontrar un equilibrio entre honrar el pasado y construir su futuro.

El viaje de Layla no era solo físico, de Teherán a Londres, sino también emocional. Aprendió a aceptar su dolor y a transformar su tristeza en una fuerza que la impulsaba a luchar por un mundo mejor. Mientras se sentaba en aquel rincón del comedor, sintió una mezcla de tristeza y esperanza, consciente de que su padre estaría orgulloso de la mujer en la que se estaba convirtiendo.




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