David estaba sentado en su rincón habitual del comedor, absorto en su libro de código penal. El comedor estaba lleno de estudiantes charlando y disfrutando de su tiempo libre, pero David prefería la compañía silenciosa de sus estudios.
Layla, por su parte, acababa de pedir su menú y se sentó en una mesa cercana. Mientras esperaba su comida, hablaba animadamente por teléfono con su madre, riendo y compartiendo anécdotas del día. La conversación se tornó aún más animada cuando una amiga se unió a ella, y ambas comenzaron a charlar en voz alta, riendo y gesticulando con entusiasmo.
Molesto por el ruido, David levantó la vista de su libro y, con el ceño fruncido, se giró hacia ellas. "¿Podrían bajar la voz? Estoy tratando de estudiar", dijo con tono cortante, mirando de reojo a Layla. "Tenía que ser una musulmana...", murmuró entre dientes, sin ocultar su desdén.
Layla, sorprendida y ofendida, respondió con firmeza: "¿Perdón? No sabía que el comedor era una biblioteca. Si quieres silencio, ve a otro lugar". La tensión en el aire era palpable, como una cuerda a punto de romperse.
David, enfadado, se levantó de su asiento, su rostro enrojecido por la ira. "No volveré a este comedor si hay musulmanes cerca de mí", dijo en voz alta antes de marcharse, dejando su comida a medio terminar. El comedor quedó en silencio por un momento, todos los ojos puestos en David mientras se alejaban.
Layla, aún sin entender del todo lo que había pasado, se quedó mirando la mesa vacía de David. La rabia y el dolor se mezclaban en su corazón, alimentando un resentimiento que no sabía cómo manejar.
La gente en el comedor murmuraba entre ellos, algunos lanzando miradas de reprobación hacia Layla, mientras otros apenas disimulaban su incomodidad ante la situación. Layla respiró hondo, intentando calmarse, pero las palabras de David resonaban en su mente como un eco insistente.
"¿Cómo puede alguien ser tan prejuicioso?", pensó. La ira bullía dentro de ella, pero decidió no dejarse vencer por el enojo. En lugar de eso, se volvió hacia su amiga y, con voz temblorosa pero firme, dijo: "No voy a permitir que alguien como él me haga sentir inferior. Voy a seguir siendo yo misma".
Su amiga, tocándole el brazo en un gesto de apoyo, asintió. "No le des el gusto de arruinar tu día, Layla. Eres más fuerte que eso".
Layla se quedó unos momentos más en el comedor, tratando de recuperar su compostura. Sabía que el incidente no se borraría fácilmente de su memoria, pero también sabía que no podía dejar que el odio y la ignorancia de otros definieran quién era ella. Se prometió a sí misma que se enfrentaría a esos prejuicios con dignidad y valentía, y que no permitiría que nadie más la hiciera sentir pequeña.