Capítulo # 55
En la clínica.
—Ya nos vamos —le dijo Hanna mirándolo.
—Sí, ya nos vamos para la casa —dijo él sonriéndole.
—Tengo hambre —anunció haciendo puchero.
—Yo también.
Hans y Hanna se fueron para la casa; al llegar, se consiguieron a Aisha acomodando la mesa.
—¿Y Taisha? —preguntó Hans, extrañado.
—Mami está dormida, tuvo un pequeño accidente y le enyesaron la pierna derecha —le informó.
—¿Qué? —exclamó asuntándose.
—Pobre mami —dijo Hanna.
Hans fue para la habitación y se encontró a Taisha dormida.
—Mi amor, ¿qué pasó? —le preguntó en susurro y, tocándole la cara, notó el corte—. ¿Qué pasó? No entiendo nada —dijo desesperado.
Hanna entró.
—Está muy tranquila.
—Vamos a salir, para que descanse tu madre —le dijo su padre.
—Sí.
Hans y Hanna bajaron las escaleras y se fueron a comer. Luego de comer, vieron unas películas hasta que se quedaron dormidas Aisha y Hanna. Hans cargó a Hanna y la acostó en la cama; después cargó a Aisha, a pesar de que era una adolescente todavía no pesaba para él, la acostó y se fue para la habitación.
Se metió en el baño y comenzó a bañarse. Después de darse una buena ducha, salió y se colocó el pijama. Con cuidado se acostó al lado de Taisha.
—Buenas noches, amor —dijo él en susurro para no despertarla.
Cerró los ojos y se quedó dormido profundamente, hasta que escuchó el llanto de Taisha.
—¡Me duele!
Hans despertó por completo.
—¿Qué pasó?
—Me duele, mucho —le dijo quejándose.
Hans encendió la luz.
—¿En dónde está la medicina?
—Aquí —le dijo ella, señalándosela que estaba en la mesa de noche.
—Voy a buscar el agua —dijo él, levantándose.
—Ok.
Hans buscó el agua en la cocina. Era extraño que no hubiera en la habitación; su esposa siempre dejaba una jarra por si pasaba algo en la madrugada.
Cuando regresó a la habitación, le dio el vaso y ella se tomó la pastilla.
—Dime. ¿Qué pasó? —le preguntó; quería saber todo lo que había pasado y por qué no le avisaron.
—Estaba sonando el teléfono, dejé un balde mal puesto. No lo vi y me caí, me torcí el pie y me partí la cabeza con el piso —le explicó.
—Te pasan unas cosas y yo nunca estoy aquí —comentó serio.
—No te preocupes, amor, solo voy a estar así por veintiún días.
—Es mucho tiempo, mi amor. Tengo que buscar a alguien que te ayude —le dijo, preocupándose.
—No creo, mi amor, exageras —dijo con una leve sonrisa.
—Claro que no, tengo una mejor idea: me voy a suspender; los dos estamos enfermos —le dijo él.
—Hans, te amo —lo miró feliz.
—Yo también te amo, descansa, que mañana será otro día.
—Ok —dijo ella cerrando los ojos.
Taisha se volvió a acomodar en los brazos de Hans y quedarse dormida; sabía que no sería fácil para su esposo llevar la carga y más cuidando a sus hijas; por suerte, su hija Aisha era muy servicial.
Las horas pasaron. Taisha estaba dormida; Hans se encargó de llamar a la clínica y no podía ir, ya que Taisha había sufrido un pequeño accidente, y Chad se quedó encargado de la clínica.
Maddie iría a ver a Taisha.
—Gracias por la ayuda, Hanna —dijo sonriéndole a su pequeña.
—De nada.
—Nos vemos —dijo Aisha.
—¡Cuidado en el camino! —le gritó. No quería que se fuera sola, pero tenia que confiar en ella.
—Sí, papi —le dijo y se fue.
—Princesa, vamos a hacer lo demás —dijo mirándola.
—Sí.
Hans y Hanna comenzaron con el desayuno; como a la hora, Taisha se despertó.
Taisha sentada en el sofá.
—Mi amor, ¿me puedes dar un poco de agua? —le preguntó mirándolo.
—Claro que sí, mi amor —dijo Hans alejándose.
—Me voy a jugar con Zack —le dijo Hanna.
—Ok, ya te traigo el agua —dijo él; en eso comenzó a sonar el timbre—. Déjame abrir —Cuando abrió eran las chicas.
—Hola —dijo Jasmín.
Taisha estaba asombrada.
—Jasmín.
—Ya me siento mejor, así que vengo de visita —dijo ella alegre.
—Qué bueno, así podemos hablar —dijo sonriendo.
—Sí, tienes razón.
—¿Y los niños? —le preguntó Taisha.
—Con el padre.
—¿Y las niñas? —preguntó su cuñada Maddie.
—Aisha se va para la escuela y Hanna se va a quedar con nosotros —respondió su hermano, quien venía con el agua para su esposa.
—¿Y eso? —le preguntó extrañada.
—Es una historia medio larga —comentó él.
—Cuenta, primo, dilo con confianza —dijo Jasmín sonriendo.
Hans estaba sonriendo.
—Ok.
—Cuenta —dijo Jasmín, risueña.
.
.
En la clínica.
Chad hablando por teléfono.
—Sí, ya lo sé, Débora, nos vemos en la casa, no te preocupes por eso —le dijo cortando.
—¿Problemas con mi cuñada? —lo miró Erick.
—Más o menos, está interesada en una casa y a mí no me gusta del todo —le confesó mirándolo.
—¿Por qué?
—No me gusta el sitio; además, con nuestro departamento me conformo —dijo él.
—Es bueno vivir en una casa, es más cómodo —comentó él.
—Lo sé, sabes que vivimos los tres, por un buen tiempo, hasta que nuestros padres murieron —dijo él nostálgico.
—Lo sé, hermano, es mejor comenzar con algo nuevo —le recomendó.
—No lo sé —dijo serio.
Sophia entró.
—Hola —dijo ella.
—Hola, ¿y Salma? —le preguntó Chad sonriéndole.
—Está en casa de Lorena —le informó.
—¿Y eso? —le preguntó extrañado.
—La quería ver y se la dejé.
—Está hermosa tu hija —comentó él.
—Gracias.
—Mis sobrinos son muy lindos, aunque la única que no sacó nada de ti, tu hija Melody, igualita a su madre —le dijo Chad, burlón.
—Lo sé —dijo serio.
—En cambio, mi hija es mi fotocopia, ja, ja, ja —le dijo, orgulloso.
—En cambio, Julieta se parece a Jasmín y Bruno a Alfred —dijo Sophia.
—Sí es verdad, son gemelos no idénticos —comentó Erick.