Sólo había un edificio gubernamental en Ío. La construcción estilo barroco resaltaba en el centro de un vasto jardín con flores coloridas, fuentes y esculturas, algo demasiado ostentoso comparado con los grises y monótonos edificios del resto de la ciudad.
Aquello de la inseguridad y el crimen era algo que se mencionaba en los libros de la historia de la tierra y se veía poco en Ío, por lo que la policía sólo atendía irregularidades menores, y, por esa razón, a mucha gente le pareció extraño ver el palacio de gobierno custodiado por un numeroso grupo de guardias armados.
―No sé qué es lo que sucede en estos últimos años ―comentó una mujer que observaba el despliegue policíaco―, pero estoy segura de que el gobierno oculta algo. No hay razón para que haya tantos policías resguardando el palacio de gobierno.
―No deberías ser tan suspicaz ―comentó otra mujer que la acompañaba―. Recuerda que hay algunos fugitivos peligrosos. Yo creo todo esto es por ellos.
―Es que esa es otra de las cosas que me vuelven suspicaz. Nunca en toda la historia de esta luna se ha visto la necesidad de tener un ejército y de repente el gobierno decide crear una armada con soldados genéticamente alterados. No hay razón para que hayan tomado esa decisión tan drástica.
―En eso sí tienes razón. El principal problema es que todos esos soldados se rebelaron en contra de la república y buscaron dar un golpe de estado.
―Peor aún, uno de esos soldados se les escapó. En verdad espero que tengas razón y que este despliegue policíaco sea porque ya atraparon a ese sujeto tan peligroso.
Y esa mujer no era la única preocupada por la situación. Diez años atrás el gobierno había revelado que se utilizarían recursos de la república para crear un ejército de humanos genéticamente alterados. Las protestas no se hicieron esperar, además de que Ío ya estaba en crisis económica, nadie veía razón para crear un ejército. Cinco años después, lo que los protestantes más temían se hizo realidad: el ejército se rebeló en contra de la república. Se rumoraba que sus creadores se previnieron con dispositivos de autodestrucción, con los que mataron a todos, menos a uno, un soldado conocido solamente como el sujeto de pruebas J.O.E., quien se unió a un grupo de anarquistas y a quien llevaban buscando poco más de cinco años.
Al palacio de gobierno llegó una nave que flotaba por los aires y que alunizó cerca de la entrada principal. Otro grupo de policías bajaron escoltando a una niña de diez años. Era una chiquilla de piel exageradamente blanca, con larga cabellera negra y enormes ojos de un azul tan oscuro que de lejos parecían completamente negros. La niña llevaba un vestido azul turquesa con listones y holanes blancos, un atuendo que, en conjunto con su peculiar fisonomía, la hacía ver como una muñeca de porcelana.
―¿Acaso es Nayelli? ―preguntó alguien entre la gente que observaba.
―¿La niña oráculo? ―preguntó otro.
―De los videntes de Ío, ella es la más poderosas. Me pregunto por qué la habrán traído al palacio de gobierno.
La niña caminó por las escaleras hacia la entrada del palacio manteniendo su cabeza agachada. Sus grandes ojos se levantaron sin que ella alzara mucho la cabeza, dirigiendo su mirada hacia una pequeña ventana en un tercer piso y en seguida volvió a mirar al suelo.
Dentro del edificio, un joven de quince años saltó desde un camastro de madera, alejándose de la ventana.
―¿Es mi imaginación o ella sabe que estamos aquí?
―No lo sé, desconozco todas las habilidades que ella tiene ―un hombre de pelo cano le respondió desde el otro lado de la celda que compartía con el adolescente.
―Nos arriesgamos demasiado al venir aquí.
―¿Acaso estás nervioso, Joe? ―preguntó el anciano.
―Maestro, usted sabe lo que pasará conmigo si el general me atrapa con vida.
―Es un riesgo que debemos correr, Joe. Tú lo sabías cuando aceptaste acompañarme.
―No podía dejarlo solo, maestro.
―Te lo agradezco, Joe ―dijo el anciano―, pero no creo que tu protección me sea necesaria. Confío plenamente en que esa niña no nos señalará como culpables y, por el contrario, podremos rescatarla de las garras de la república.
Nayelli llegó hasta una puerta blanca, en donde su escolta la despidió haciendo una caravana. Ella entró en un amplio despacho donde la esperaban cinco personas.
―Pasa, Nayelli ―el presidente Henry Mount señaló con su mano una silla vacía frente a él. Nayelli se dirigió hacia la silla con paso firme, pero sin levantar la mirada―. Supongo que el general Gates ya te ha explicado por qué te hemos traído aquí.
―Ustedes han detenido a dos personas ―dijo Nayelli. Su voz sonaba segura, pero no se atrevía a mirarlos―, y quieren que corrobore que se trata de dos de los criminales más buscados de esta luna: Albert Romanoff y el soldado fugitivo J.O.E.
Todos en Ío sabían del soldado, pero, aunque el nombre de Albert Romanoff era conocido por estar en la lista de los más buscados, nadie sabía exactamente por qué se le buscaba. Él dirigía un grupo clandestino de los muthaes más poderosos de la historia. Nadie lo sabía más que los líderes de Ío, pero, veinte años atrás, ese grupo intentó tomar el control de Electi, y, aunque la mayoría de los insurgentes fueron asesinados, muchos de los más poderosos se les escaparon. Romanoff era considerado el más peligroso de todos no sólo por uno de los líderes de esa rebelión, sino porque tenía la habilidad de modificar la composición molecular de cualquier cosa, incluyendo seres vivos. Con esa habilidad él podía modificar la apariencia de cualquiera, y eso había complicado mucho su captura.