Muthaes I. Los viajeros de Electi.

Los jugueteros

Era temporada de calor en Ío, el sol lejano llegaba de lleno haciendo que se elevara la temperatura en el invernadero. Sarik Rudisha, un estudiante de ingeniería mecánica ajustaba tornillos a una tabla de acrílico. Sus pies eran remojados por las olas de un lago artificial cuando Nina Marko, su mejor amiga, llegó arrebatando su destornillador.

―¿Otra vez trabajando con juguetes a la vista de todos?

―Sabes que me importa poco lo que la gente piense ―Sarik estiró su mano hacia ella pidiendo su destornillador de regreso―. No me interesa si las masas creen que es un trabajo mediocre, me gusta diseñar juguetes y es a lo que me quiero dedicar.

―A mí también, Sarik ―Nina le devolvió el destornillador y se sentó a su lado―, pero si nos mantenemos firmes en ser jugueteros, jamás tendremos oportunidad de mostrar nuestras habilidades al consejo de migración. En verdad me gustaría que se me considerara como candidata para vivir en Electi.

―Quizá tú tengas una oportunidad, Nina ―Sarik continuó trabajando en su tabla mientras hablaba―, después de todo, desarrollaste la habilidad de manipular la energía eléctrica. Yo sólo sé pegarme a las paredes y a los techos.

―Tal vez a los científicos de Electi les sirva una mosca humana ―se burló Nina. Sarik le dirigió una mirada inquisidora―. ¡Estoy bromeando! No seas pesimista, quizá a ti no te parezca útil, pero, al fin y al cabo es un don, y recuerda que sólo el 10% de los humanos somos muthaes.

―Sí, pero de ese 10%, sólo un 3% ese elegido para ir a vivir a Electi. ―Sarik se puso de pie y dejó caer la tabla. Esta quedó flotando unos centímetros por encima de la arena―. Y ya sé que incluso ese término de juguetero es usado peyorativamente para denigrar a los que usamos nuestro intelecto para fabricar juguetes, pero es algo que me apasiona y es a lo que me quiero dedicar.

―¡Eres un inventor brillante, Sarik! ―se quejó Nina―, ¿por qué quieres desperdiciar todo tu talento en un trabajo tan mal pagado?

―Encontré una frase en un libro de la antigua tierra: “Todo aquel que trabaja en aquello que no ama, así lo haga todo el día, será un desocupado” ―Sarik subió a la tabla de un solo salto y levantó sus brazos para mantener el equilibrio.

―Jaque mate ―exclamó Nina―. ¿Qué hace especial a tu tabla?

―Tiene las mismas características de cualquier tabla de levitación ―dijo Sarik―, pero con unas gracias añadidas. Primero, a diferencia de las normales, esta puede flotar también sobre el agua ―dicho esto, Sarik dio un golpe a la tabla la cual flotó un par de metros hacia el lago―, y, en segunda, hace que el equipo de protección no sea necesario. ―Sarik regresó a la playa, se dejó caer del lado y su golpe se amortiguó como si una almohada invisible lo hubiera detenido―. Tus pies no se separarán de la tabla a menos que la desactives, y mientras tus pies estén en la tabla, tu cuerpo no tocará el suelo.

―¡Eso suena genial! ¿Puedo intentarlo?

Sarik chasqueó los dedos y cayó cómodamente en el suelo. Nina subió a la tabla y comenzó a recorrer el lago y la playa a gran velocidad, hasta que en una vuelta perdió el equilibrio. La tabla se ladeó y Nina dio algunas volteretas flotando a un par de centímetros del suelo, como si una fuerza magnética le hubiera impedido golpearse. Sarik estiró su mano para ayudarla a levantarse.

―¿Lo ves?, ni un solo rasguño.

―¡Es genial! ―exclamó Nina, riendo por el efecto de la adrenalina―, hasta los menos aventureros querrán tener una, así que me retracto, quizá puedas hacer dinero diseñando juguetes como este.

―Lo más interesante es que nadie podrá disfrutarla a mi nivel ―dijo Sarik con una sonrisa burlona―, es lo malo de los pobres tontos que no tienen la habilidad de mantenerse pegado a las paredes.

―¿Qué insinúas? ―gruñó Nina.

―Insinúo que tú, pequeña electricista, jamás podrás hacer esto.

Sarik se fue a toda velocidad hacia el lago. Varios metros adelante se encontraba una de las orillas del invernadero, pero no paró ahí, continuó elevándose en vertical y siguió así hasta quedar por varios metros por encima del suelo, con la tabla pegada al domo. Nina le observaba a lo lejos, con una sonrisa de asombro.

―¡Qué envidia me estás dando en este momento! ―exclamó Nina cuando él regresó―. Debe ser genial poder desafiar la gravedad.

―Tú sabes que los muthaes podemos emular nuestras habilidades en algún aparato. ―Sarik bajó de la tabla de un salto―. Lo que yo hago por instinto, esta tabla lo hace con campos magnéticos. Pero sólo yo puedo ir por las paredes con ella.

―¿Lo ves? ―dijo Nina―, al final tu habilidad te inspiró a diseñar un juguete. Si lo planteas así podrías lograr otros inventos que interesen al consejo.

―Honestamente dudo que les interese mucho, pero no pierdo nada con intentarlo.

―Pues, ya que tenemos esto aquí, vamos a divertirnos.

Usaron la tabla como plataforma móvil para lanzarse hacia el lago en diferentes ángulos y eso atrajo la atención de algunas personas que se acercaron a la playa a observarlos o a videograbarlos.

Por la tarde, Nina y él se fueron hacia su vecindario, un lugar con edificios de departamentos con viviendas sencillas y muy pequeñas. Nina se quedó en el primer piso y, después de despedirse de su amigo, entró a su departamento. Sarik continuó tres pisos más arriba e ingresó a su vivienda, en donde esperaba su madre.




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