Muthaes I. Los viajeros de Electi.

La selección

La ética de Nina no le permitía continuar con esa farsa en la que le ayudaron sus amigos. Decidida, fue hacia los elevadores, pensaba subir al último piso, en donde se hospedaban los jueces. Buscaría a la juez Almond para contarle la verdad sobre Fernanda y, por una afortunada coincidencia, la juez estaba esperando bajar junto con un hombre de edad avanzada y la chica pelirroja que solía compartir habitación con ella y Fernanda. Era algo extraño, ya que ella no había quedado entre los finalistas.

―Los candidatos no deben estar en este piso, muchachita ―dijo la juez enérgicamente―, será mejor que…

―Necesito hablar con usted urgentemente ―interrumpió Nina. La juez quiso refutar, pero Nina continuó hablando con rapidez para evitar que la interrumpiera―, es sobre Fernanda, todos los rumores que hay sobre ella son falsos.

―¿De qué habla? ―preguntó el hombre que acompañaba a Almond.

―Esos rumores sobre su promiscuidad son falsos, y tampoco es cierto que ella haga trampa para preservar la temperatura en sus muestras. Creí que debían saberlo antes de tomar una decisión.

La joven pelirroja miraba fijamente a Nina mientras hablaba. Era una mirada un tanto incómoda, por lo que evitaba verla directo a los ojos, pero después recordó que esa chica parecía ser amiga de Fernanda, por lo que, si alguien podría ayudarle, sería ella.

―Conoces a Fernanda, ¿o no? ―dijo Nina mirando al fin a la pelirroja―, quizá tú puedas corroborar lo que estoy diciendo.

―Fernanda odia esos rumores, ¿no es así? ―preguntó la pelirroja―, y se enfada tanto que es capaz de cometer muchas tonterías.

―Tú eres su amiga ―Nina le habló con insistencia―, deberías saberlo.

―Deberías buscar una charla más prolongada con ella ―Almond le dijo a la chica pelirroja, ella asintió y se fue hacia los ascensores.

―Le agradezco mucho ―Nina hizo una ligera reverencia―, lo correcto es juzgarla por sus habilidades y no por lo que dicen de ella.

Nina regresó al elevador. Almond intercambió miradas con el hombre que la acompañaba.

―Esa chica es muy inestable ―dijo Almond―, ella misma puede ser un arma poderosa, el problema es que esa arma se vuelque en nuestra contra.

―Deja que mi nieta hable con ella de nuevo ―dijo aquel hombre―y, dependiendo de lo que encuentre, decidiremos.

―Pero no quiero sacrificar a Nina por Fernanda ―comentó Almond―, Nina nos es vital, y lo sabes.

―Jerónimo está muy interesado en la chica térmica. Como hijo del primer ministro, seguramente podrá persuadir al consejo para que se abra una plaza más.

Eran las cinco de la mañana cuando Nina escuchó el ruido de su puerta abriéndose. Encendió la lámpara de su mesita de noche y notó que la chica pelirroja entraba junto con Fernanda a la habitación.

―¿Decidiste regresar? ―preguntó Nina.

―Me convencieron de hacerlo ―Fernanda señaló a su amiga pelirroja con un gesto de poca confianza.

―Escapar del hotel puede ser tomado como un acto de rebeldía ―dijo su amiga―, sabes perfectamente que al consejo de migración no les gustan los rebeldes.

―No voy a ser seleccionada ―se quejó Fernanda―, y, si acaso me eligen, seguramente será porque quieren abrir algún prostíbulo en Electi.

―Fernanda, sólo dales una oportunidad ―insistía la pelirroja.

―Está bien, ya regresé, ¿o no? Y deja de mirarme de esa forma tan insistente, me estás incomodando.

La pelirroja salió y Fernanda la siguió con la mirada, entre un gesto irónico. Resopló dejando caer su mochila en el suelo.

―No confías mucho en ella, ¿verdad? ―preguntó Nina.

―En realidad no confío en nadie ―Fernanda se sentó en la cama―, pero ella carece de algo que posee el resto de las chicas que he conocido: envidia. Es guapa, y, como tiene la habilidad de la empatía, se ha hecho muy popular entre los chicos. Como yo nunca puedo opacarla, ella jamás me ha envidiado, para alguien como yo, eso es ganancia.

―Siempre pensé que una chica tan atractiva como tú tendría más amigos que cualquiera ―dijo Nina, asombrada.

―Yo no tengo amigos ―Fernanda pateó su mochila―, sólo tengo envidiosas que me odian por mi belleza y cabrones que sólo piensan encoger ―Fernanda suspiró con un gesto de enfado―, pero en cuanto conocen mi personalidad, lo primero que quieren hacer es cambiarme. A nadie le gusta cómo soy.

―¿Y cómo eres? ―preguntó Nina.

―Odiosa ―dijo Fernanda sin pensarlo―. Todo lo cuestiono, nada me convence, nada me satisface, todo lo critico y no tengo filtros en mi boca, lo que pienso, simplemente lo digo, sin importarme si mis palabras hacen daño a alguien.

Fernanda inhaló con fuerza y caminó hacia la ventana, abrió la cortina dejando entrar la luz artificial del domo aumentada por la luz del sol lejano.

―Tú fuiste a decir a los jueces que esos rumores sobre mí son falsos ―Fernanda volteó a ver a Nina―, ¿por qué lo hiciste?

―Porque es lo correcto ―dijo Nina encogiendo los hombros.

―¿Acaso te ganó la culpa? ―refunfuñó Fernanda―. ¿O será que tu aparente honestidad es un truco para ganar la simpatía de los jueces?




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