Muthaes I. Los viajeros de Electi.

El planeta Electi

Ese último comentario que hizo la asistente les hacía creer más en esas teorías de conspiración en donde se aseguraba que Romanoff o algunos de sus rebeldes se ocultaban en Electi, pero no podían hablar más al respecto. Caminaron por el interior esférico de la nave hasta llegar a una cámara con cápsulas cristalinas a modo de sarcófago y llenas de líquido color ámbar.

―Nuestro vientre materno artificial ―comentó Karsten revisando una de las cápsulas―. Sólo espero que al nacer de nuevo no llegue un médico a darme una nalgada.

―¡Genial! ―exclamó Héctor con sarcasmo―. Primero una lesbiana y ahora un comediante. Ahí está el juguetero ―señaló a Sarik―, ya sólo nos falta saber qué monerías tiene la fea ―terminó señalando a Nina.

―¿Quieres averiguarlo mientras convierto tus nueces en bolas de nieve? ―amenazó Fernanda.

―¡Basta, señores! ―el general Gates entraba a la sala con un gesto ceñudo―. Si hay algo que no tolero es la falta de disciplina, así que será mejor que mantengan esas lenguas dentro de sus bocas.

―Él empezó ―Karsten señaló a Héctor, haciendo un puchero como el de un niño acusando a un agresor.

―Aunque tienes razón ―Gates resopló mirando a Héctor―, tenemos un estúpido comediante. Mira muchacho ―Gates se dirigió ahora a Karsten―, no me importa cuántas bromitas hagas al día siempre y cuando nos ayudes a crear portales que conecten a Electi con Ío.

Tres asistentes entraron a la sala, explicando la función de aquellas cápsulas. No sólo los mantendrían en hibernación durante el viaje, sino que los ayudaría a ejercitar sus cuerpos para evitar que la falta de gravedad debilite sus huesos y músculos. Una vez terminada la explicación, a cada uno se le entregó un traje térmico.

―Esto no deja nada a la imaginación ―dijo Karsten al ver sus genitales sobresaliendo en el traje―. Si creen que por aquí las cosas son muy pequeñas, no piensen mal de mí, es el efecto del frío.

―Buen truco para que volteen a verte ―gruñó Jonathan.

―¡No voy a voltear a ver tu entrepierna para corroborarlo! ―gruñó Nina, riendo.

―¡Oh, pero miren! ―Karsten señaló a Jonathan―, él tiene más frío que yo.

Hasta el mismo general Gates soltó la carcajada. Jonathan, enfurruñado, cubrió su entrepierna.

Los pasajeros entraron en las cápsulas, en donde quedaron flotando en el líquido color ámbar. Una compuerta se cerró por encima y lo último que escucharon fue el sonido de algún gas que entraba por un ducto. En segundos, se quedaron profundamente dormidos. Las cápsulas terminaban de ser llenadas con líquido cuando entró el capitán con el resto de su tripulación.

―¿Quiénes son los que debemos mantener de nuestro lado? ―preguntó un asistente. Otro de los asistentes comenzó a señalar las cápsulas donde se encontraban Nina, Sarik y Karsten―, esos tres. ―Después señaló a Fernanda―. En cuanto a ella, las probabilidades siguen siendo las mismas, 50% de que salve la vida de todos nosotros, 50% de que cause una catástrofe.

―Yo también tendría cuidado con ella ―un asistente miró la cápsula donde estaba Jerónimo―, muchos querrán meterla en su cama, y, si ella no accede, temo que se decepcionen y ella recurra a acciones desesperadas con tal de quedarse. Nayelli ―miró a la asistente que los dejó entrar en la cabina para ver Júpiter―, ¿estás segura de que este no logrará ayudar a Donald con sus propósitos? ―señaló a Jonathan.

―No ―dijo la asistente―, de hecho, tiene un 85% de probabilidades de ser atrapado en sus mentiras, no durará mucho en Electi. El que me sigue preocupando es este ―ahora señaló a Héctor―. Ha asesinado a una mujer, y veo muchas probabilidades en él de darle a Gates el ejército que tanto busca. Su instinto asesino ha despertado y no temerá quitar más vidas, te lo aseguro, abuelo, cada vez que lo veo, las probabilidades de que asesine a personas inocentes va en aumento.

―No podemos hacer nada de momento o Donald podría sospechar. Ahora lo importante es llegar al fin a Electi. Hemos esperado este momento por 10 años, debemos ser muy cuidadosos, si Donald nos descubre sabes perfectamente que podemos perder a Joe.

―Su momento llegará, Naye ―habló el capitán―, por ahora la prioridad es llegar a Electi.

Mientras hablaba, el capitán observaba fijamente la cápsula donde se encontraba la consejera Almond. No había expresión alguna en su rostro, pero no quitó su vista de ella hasta que la asistente lo tomó por el brazo.

―Vamos, Joe. Lo mejor será continuar monitoreando la nave, debemos preparar nuestro escondite para cuando despertemos a la verdadera tripulación.

Dejaron la sala y se dirigieron a la cabina, en donde permanecerían algunos meses en el viaje. Cuando llegaban al fin a su destino, despertaron a la verdadera tripulación que se encontraba en cápsulas ocultas en la sala de máquinas y también a la consejera Almond, quien se encargó de borrar todo recuerdo de haber sido secuestrados.

El sonido de un silbato obligó a los pasajeros a abrir los ojos. Las cápsulas estaban abiertas y el líquido había sido completamente drenado de ellas. Un tanto torpes, se fueron incorporando.

―Nunca en mi vida me he emborrachado ―se quejó Karsten―, pero por lo que me dicen, esto debe ser parecido a una resaca.




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