Muthaes I. Los viajeros de Electi.

Evaluaciones

Decidieron que era momento de conocer qué más ocultaban aquellos consejeros, y Sarik fue el primero en ocuparse de eso. Saboteó el sistema de vigilancia, haciendo que todo lo que las cámaras grabaran quedara almacenado en un servidor computarizado al que sólo él tenía acceso.

Faltaba ya sólo un día para las evaluaciones cuando Jerónimo volvió a visitar a Fernanda. Una parte de ella quería darle una oportunidad, pero, después de haber descubierto la verdad al final de ese sendero, sentía que no debía confiar, ni en él ni en nadie que viniera de Mayab. Pero esa tarde en específico, Jerónimo hizo algo que tambaleó más que nunca su seguridad, se hincó frente a ella ofreciendo un bello anillo de platino con un corazón formado de zafiros y diamantes.

―Sé que es repentino ―le dijo con voz suave―, pero si me aceptas, te prometo que te daré mucho más de lo que puedas aspirar en este mundo.

―Pero esto… ―pero al fin la cordura pudo más, Fernanda empujó su mano, rechazando el anillo. Estaba a punto de hablar y Jerónimo le interrumpió.

―Perdón, tienes razón, es muy egoísta venir con esto justo cuando estás con el estrés de tu presentación ―Jerónimo no perdió su sonrisa―. Vamos a hacer algo, haz tu presentación, impresiónalos, y la semana entrante, te llevaré a conocer la ciudad de Mayab.

―¿Qué? ―era lo que menos esperaba escuchar.

―Fernanda, hay secretos que no compartiría con nadie, pero contigo… si he de compartir mi vida contigo, será sin secretos. ―Jerónimo puso el anillo en la palma de la mano de Fernanda―. Dos semanas, y si aun así no estás convencida, me lo devolverás.

Jerónimo se fue, Fernanda sólo observó el anillo en su mano, sintiéndose tonta por el simple hecho de que, por un instante, ansió que pasaran esas semanas.

Al día siguiente, los consejeros llegaron en una nave voladora e ingresaron a diferentes laboratorios en donde los científicos hacían sus presentaciones.

La más simple fue la de Sarik, pues él sólo tuvo que entregar el centenar de aerodeslizadores que le solicitaron. Los evaluadores de Karsten se dieron por satisfechos al ver que él había logrado crear portales estables en la atmósfera, y, aunque el profesor Chiari insistía en que sus avances no eran lo suficientemente satisfactorios, el resto dio por cumplido el trabajo trimestral de Karsten.

Con Nina y Fernanda las cosas fueron un poco más difíciles. Entre sus evaluadores estaba el presidente Mount, y el hombre cuestionaba severamente los alcances de ese proyecto. Lo creía muy limitado, y aunque estuvo de acuerdo en que aquel dispositivo era útil para determinar de dónde podían obtener energía eléctrica, discriminó notoriamente la capacidad del aparato de obtener lecturas de energía térmica. Lo comparaba con los detectores de calor que habían sido inventados desde la era de la tierra, y, aunque Fernanda demostraba que su aportación podría tener gran utilidad en la obtención de energía térmica, Mount jamás se mostró de acuerdo, y, para terminar con su autoestima, Ágata intervino con difamaciones. Como supervisora de la ciudad, ella tenía acceso a los sistemas de vigilancia, y alegaba haber visto a Fernanda usar sus horas de trabajo para tener sexo con cuanto hombre se le pusiera en frente. Los consejeros la miraban negando con la cabeza y con gestos de desaprobación.

Abatida, Fernanda comenzó a guardar los documentos de su presentación. Todos salían de su laboratorio y Mount fue el último en quedarse. Tomó a Fernanda fuertemente del brazo y le habló con furia.

―Si no veo algún beneficio en tenerte aquí, no durarás mucho en este planeta.

―El problema es que no estoy dispuesta a dar los beneficios que usted espera de mí ―dijo Fernanda con la voz descompuesta.

―¡Eso lo veremos!

―¡Señor presidente! ―Nina intervino―, está incomodando a mi compañera.

―Mejor no te metas, muchachita ―gruñó Mount―, o irás de regreso junto con ella.

Mount salió del laboratorio y Fernanda continuó guardando sus pertenencias, sin sollozar, pero derramando gruesas lágrimas.

―Fernanda…

―Vamos a casa ―dijo Fernanda enjugando sus lágrimas agresivamente―, tenemos que continuar trabajando.

Nina se sentía impotente, realmente quería decir algo que animara a su amiga, pero ella no quería hablar con nadie. Por primera vez, Fernanda sintió la necesidad de ser ella quien buscara a Jerónimo, pero no por amor, ni siquiera por consuelo, sino porque necesitaba urgentemente sentir la seguridad de que podía contar con alguien que la defendiera en contra de Mount. Buscó entre los videos que Sarik hackeaba y después de una hora al fin lo encontró. Él estaba en casa de Ágata, discutiendo acaloradamente.

―¡No tenías por qué difamarla de ese modo! ―Fernanda sonrió al escucharlo defendiéndola.

―¿Acaso eso no te conviene? ―Ágata rugió―, ahora ella debe estar desesperada, capaz de acostarse contigo por la tonta esperanza de que la ayudes a quedarse.

―Yo no tengo intenciones de acostarme con ella, no seas ridícula. ―La poca esperanza que Fernanda tenía de obtener seguridad de él, comenzó a mermar en cuanto escuchó eso.

―Ya lo creo que no, pobrecito inocente ―Ágata habló con sarcasmo―. Seguramente ya le hablaste de tu padre el ministro, prometiéndole un lugar permanente a cambio de ayudar en algún proyecto de Mayab ―Fernanda quedó boquiabierta.




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