Muthaes I. Los viajeros de Electi.

Experimentos fallidos

Ninguno tenía idea de qué pudo haber pasado con Gates como para que Fernanda tomara una acción tan desesperada como aceptar ser una especie de esclava sexual con Jerónimo, pero lo que sí corroboraron fue que el laboratorio que compartía con Nina había tenido una explosión, y en los videos no había evidencia de quién pudo haberlo perpetrado, aunque había un par de amantes de Jerónimo que, entre bromas, se jactaban de haber logrado que Fernanda al fin fuera expulsada de regreso a Ío.

Gates por su parte estaba tan irritado con la huida de Fernanda que vigilaba a sus amigos en todo momento, por lo que el tema del escape fue algo que tuvo que quedar en el olvido temporalmente.

Optaron por dedicarse a analizar los documentos que lograron filtrar de los archivos privado del general Gates, y, mientras más hurgaban en ellos, menos entendían qué era lo que pasaba.

Antoine estaba completamente convencido de que el ejército que Gates había buscado crear era completamente hecho de clones de su propio hijo, sin embargo, las fotografías que había en los documentos mostraban algo distinto.

En las evidencias de lo que se marcaba como “experimentos fallidos”, había grandes cantidades de fotografía de cadáveres de niños, todos ellos varones, pero muy distintos uno del otro. No solo evidenciaba que no se trataba de clones de una misma persona, sino que la mayoría de ellos mostraban rasgos raciales de la antigua tierra, tal como eran las personas antes del mestizaje creado en Ío.

Sarik vio a un niño de piel muy morena y pelo completamente rizado. Observó sus propios rizos en un espejo, era definitivo que él tenía algún antepasado de las antiguas razas africanas, y su corazón se llenó de rabia al recordar a Fernanda, alguien con quien compartía ese gen.

―Estos definitivamente no son clones de su hijo ―comentó Karsten observando la fotografía de Gates con su familia―. En las fotografías de estos documentos no hay un solo niño que se parezca al hijo de Gates.

―Y no sólo son muy distintos ―comentó Nina―, sino que no se parecen a nadie de las generaciones mestizas de Ío. Parece que fueran clones de razas de la antigua tierra.

Nina y Karsten observaron fotos del soldado J.O.E. Gates sólo se tenía un par de fotografías de él, una a sus diez años y otra de un diario, tomada unos años después de su fuga. Él también era la viva fisonomía de una raza más puras de la antigua tierra, tenía la piel pálida, ojos almendrados y cabellera negra y lacia, como solían ser las razas orientales.

Decidieron que no había nada más que hacer, las respuestas estaban seguramente en el verdadero Mayab, y con Gates vigilando día y noche, no podían optar por fugarse, así que decidieron concentrarse en sus proyectos, esperando el momento oportuno para irse.

Pero Sarik no tenía nada qué hacer con su proyecto, pues los robots del laboratorio se habían encargado de construir todos los juguetes que él había prometido. La inactividad le deprimía, así que dedicó su tiempo a espiar todo lo que pudiese de aquella ciudad.

Y justo esa noche encontró algo que llamó su atención. Eran las 10 cuando vio a Jonathan salir misteriosamente de su laboratorio, acompañado de una mujer con el rostro cubierto por un velo. Sarik enfocó una cámara para ver más de cerca y su corazón dio un vuelco, aún con el velo era inconfundible, se trataba de Fernanda.

Sarik se levantó de un salto y corrió fuera de su casa. Estaba oscuro y apenas pudo ver las siluetas de Jonathan y Fernanda caminando en la penumbra, yendo sigilosos hacia la casa de él. Sarik se asomó por la ventana y vio a Fernanda con un semblante que jamás vio en ella, se le notaba rara, como si hubiera sido drogada, sentada en un sofá con la cabeza agachada, mientras Jonathan se acercaba a ella con una sonrisa de lujuria. Sarik respingó al ver que él la besaba de una forma grotesca, mientras con su mano la jalaba fuertemente por el cabello. Sarik estuvo a punto de irrumpir al escuchar a Fernanda quejarse, pero en ese momento alguien llegó por la puerta delantera, tocando. Jonathan ordenó a Fernanda encerrarse en la recámara y él fue a abrir. Sarik escuchó la voz de Ágata, discutiendo con Jonathan, y al escuchar que se irían a casa de ella, se atrevió a entrar por la ventana, yendo con Fernanda.

―¿Qué es lo que te pasa? ―preguntó enérgico, pero en susurros. Fernanda levantó la mirada, observándolo como si no comprendiera―. ¿Por qué estás aquí?

―Porque él me lo ordenó ―dijo Fernanda simplemente.

―¿Qué? ―Sarik no podía creer lo que escuchaba―. No sé qué demonios te pasa, pero será mejor sacarte de aquí. ―Sarik tomó la mano de Fernanda y ella reaccionó.

―¡No me hagas daño! ―el quejido de Fernanda no sonaba muy desgarrador a pesar de haber gritado, ni sus gestos iban acorde a lo que acababa de decir.

―¿De qué hablas? ―Sarik la miró, frunciendo el entrecejo.

―¡Me duele! ¡Me duele! ―gemía ella. Sarik se hizo hacia atrás, confundido. Él no hacía otra cosa que tomarle de la mano.

―¿Qué es esto? ―Sarik se acercó de nuevo a ella y tocó su cabello.

―¡No! ―Fernanda de nuevo gritaba, pero sin una expresión que denotara dolor―, ¡no me lastimes!, ¡haré lo que me pidas!

―¿Será posible…? ―Sarik tomó de su mochila el dispositivo de detección de calor y lo apuntó hacia Fernanda, quien volvió a quejarse sólo porque él le apuntó.




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