6.
Por la noche se quedaría a dormir en el hotel, pues no le apetecía hacer de nuevo todo el mismo recorrido a la inversa. Tampoco se había planteado cuanto rato estaría con Mary. No era cuestión de dinero y tampoco dependía exclusivamente de él, pues no sabía el tiempo que Mary podía ofrecerle, ya que repartía el fin de semana entre sus estudios y esa fuente de ingresos.
A las dos menos veinte el tren iniciaba su andadura hacia Edimburgo. Sentado al lado de la ventana de aquel tren miraba el paisaje que se escurría entre sus ojos a una considerable velocidad. Allí donde el ser humano no daba muestras de presencia, el verde pálido lo dominaba absolutamente todo. En cambio, era el gris el que predominaba en donde daba muestras de su presencia, casitas aisladas, pequeños pueblos o aquella enorme ciudad llamada Glasgow, a la cual estaban a punto de llegar.
El día, de un plomizo habitual por aquellas tierras, invitaba a la reflexión si se estaba en soledad, y precisamente esa era la situación de Calassanç en aquellos instantes, y recordó algo o mejor dicho a una persona que no pasaba día que no se cruzara por su mente.
No sabía nada en absoluto de ella. A los dos meses de publicar su libro y alcanzar la fama, ella marchó sin decirle adiós. Hubiese podido indagar cual fue su destino, pero no quiso hacerlo: si algún día se tenían que cruzar de nuevo sus vidas, ese día ya llegaría.
¿Si se sentía culpable?
Solo en parte.
¿Si lo volvería a repetir?
Posiblemente.
O tal vez no.
Cierto, ella fue su musa e inspiración, pero el libro lo escribió él, únicamente él. Lo presentó medio en broma a una editorial y cuál fue su sorpresa cuando lo aceptaron, pero con una sola condición, ampliar el número de páginas e introducirle más acción, preferiblemente que hubiese sexo de por medio.
Él aceptó, era su gran oportunidad de publicar, el sueño de toda su vida, pero no le informó a ella exactamente lo que pondría.
—Solo unos retoques —le dijo.
Y ella se sintió traicionada por haberla desnudado y haberla follado.
Sin su permiso.
Prácticamente una violación.
Ella se lo dijo en su cara, dio media vuelta y se fue. Calassanç no la buscó para disculparse, sencillamente porque creía que no debía disculparse. Podía hablarse, pero no pedir perdón.
Era solo ficción, no había narrado unos hechos reales, era pura inventiva.
A las cuatro menos cinco minutos entraba el tren en la estación de Edimburgo.