Obligada A Vivir Con El Padre De Mi Hija

Capítulo 01

Vesa

Estoy dentro de la camioneta, el frío del asiento de cuero me atraviesa la piel como una corriente eléctrica que no me deja en paz. Afuera, el mundo se ha vuelto un caos de motores rugiendo y botas golpeando el asfalto. Veo por la ventana cómo los hombres de Giselle se bajan, armados hasta los dientes, con la determinación grabada en sus rostros. A unos metros, los hombres de Maksin hacen lo mismo, también preparados para la batalla. En medio de todo, mi corazón late tan fuerte que parece que alguien quisiera arrancarlo.

De una de las camionetas de Maksin, baja Erel, con el ceño fruncido y la voz llena de autoridad. Se planta frente a las camionetas de la seguridad de Giselle, quien está sentada a mi lado, y grita con fuerza, como si su voz pudiera cortar el aire tenso.

—Dentro de cinco minutos ordenaré a mis hombres que disparen —cada palabra retumba en mis oídos, como una sentencia que lleva mi nombre—. Baja de la camioneta antes y entrégame a Vesa Carter.

Miro a Giselle con ojos desesperados.

—Déjame ir... por favor, no quiero morir. Estoy embarazada —mi voz se quiebra mientras le imploro.

Ella me devuelve una mirada fría, como una daga que hiere más que cualquier bala.

—No me importa. Si vamos a morir, seremos las dos —dice sin titubear.

Las lágrimas empiezan a arrugar mis mejillas, el miedo aprieta mi garganta y mis dedos se aferran al asiento con tanta fuerza que siento que podrá partirse.

—No... no, no me dejes... por favor —mi voz apenas es un susurro, rota por el llanto.

Giselle saca el celular y marca un número con los dedos temblorosos. La escucho hablar con voz urgente, pero firmemente:

—Ricco, necesito ayuda. Maksin quiere secuestrarme.

Después de un breve silencio, la respuesta en el teléfono es dura y fría como el acero:

—No puedo meterme en ese problema. Tú lo buscaste, con tus amantes y tus negocios rotos.

Giselle respira profundo, suplicante esta vez, esperando quizá un milagro:

—No me dejes sola, tío.

Ricco responde con una voz que no admite réplica:

—Si voy será peor, Giselle. Hablaré con Maksin.

Mientras la conversación continúa, algo dentro de mí se rompe, una fuerza nueva me empuja a actuar y aprovechar que Giselle está distraída, al igual que su hombres dentro de la camioneta, al pendiente de cualquier movimiento proveniente de los rusos. Con un movimiento rápido, casi impulsivo, saco el seguro de la puerta y jalo la manija con cuidado. La puerta se abre con un pequeño chirrido apenas audible. Sin mirar atrás, empujo la puerta y me lanzo al asfalto frío y rugoso. El aire me golpea el rostro y siento cómo mi cuerpo se despierta de golpe.

—¡Vesa, regresa aquí! —Giselle grita, la voz cargada de ira y miedo.

Pero no puedo detenerme. Los hombres de Maksin levantan sus armas, apuntando hacia mí, llenándome de terror, pero también dándome una oportunidad.

—¡Termina con ella! —ordena Giselle.

Uno de los hombres que me custodia baja de la camioneta y da un paso hacia mí, intentando agarrarme. Mi instinto de supervivencia se activa con fuerza; sin voltear, me levanto de un salto y empiezo a correr en zigzag con todo lo que tengo hacia el bosque.

—¡Ve por ella! —escucho la voz de Erel, dura y ordenando.

Mis pulmones arden, el miedo me rellena cada célula, pero mis pasos no cesan. Me adentro cada vez más entre los árboles, protegiéndome en la espesura que parece querer esconderme, envolverme en su silencio. A mis espaldas, los ruidos de las botas que me persiguen se hacen más fuertes. Dos hombres avanzan con rapidez, decididos a atraparme.

El frío del bosque se mezcla con el calor de mi cuerpo acelerado. Siento el sudor resbalar por mi frente, mis piernas empiezan a doler, pero la única cosa clara en mi mente es sobrevivir. No puedo permitir que me regresen a ellos, no con este bebé dentro de mí.

—No puedo dejar que me atrapen... —me repito, jadeando, con la voz rota y firme en mi interior—. Por ti... por este niño.

Cada rama me golpea el rostro y el cuerpo, pero sigo adelante, esquivando raíces y arbustos, escuchando cada sonido, calculando cada movimiento. El bosque parece infinito, un laberinto que ofrece la única esperanza que todavía me queda.

Empiezo a ver un claro, una pequeña luz que se cuela entre los árboles. Quizás ahí pueda esconderme, al menos por un momento.

Detrás de mí, los pasos siguen, pero sé que aún puedo ser más rápida, más silenciosa. Entonces, escucho un disparo en mi dirección, que por suerte pasó lejos de mi. Es el hombre de Giselle siguiendo su orden.

—¡Ahh! —grito y caigo al tropezar, sintiendo un dolor intenso en mi pierna. Sin aire y el corazón desbocado, miró mi pierna, es imposible no ver que me he lastimado, la sangre no tarda en resbalar por mi pierna.

Cierro los ojos un instante para calmar el temblor en mis manos y prometerme que no me rendiré Nunca.

Con dolor me levanto, al escuchar los pasos más cerca de mi, luego otro disparo, pero no me detengo trato de caminar rápido, yendo en otra dirección.




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