Obligada A Vivir Con El Padre De Mi Hija

Capítulo 09

Vesa

Estoy nadando en la piscina con tranquilidad, dejando que el agua fresca acaricie mi piel y despeje mi mente después de un mes complicado. Durante todo este tiempo, he descubierto que pasarlo al aire libre, nadando, leyendo o escuchando música suave, me mantiene en calma. La serenidad del agua me envuelve, cada brazada disuelve un poco más la tensión que llevo dentro.

El sol acaricia mi rostro mientras floto, disfrutando de ese instante solo para mí. Entonces, la voz de una de las empleadas de la casa rompe el silencio. Me doy vuelta al instante.

Ella sostiene una bandeja con frutas picadas, jugo de manzana y unas galletas de avena, caminando hacia la silla donde reposan mis cosas. Sonrío al verla y salgo de la piscina para acercarme.

—Muchas gracias —le digo con suavidad, aún con gotas de agua resbalando por mi cuerpo.

—Disfrute su merienda, señorita. Si necesitas algo, no dude en avisarme —ella responde con una sonrisa corta y cortés.

Le agradezco nuevamente y la observo marcharse mientras me siento para empezar a disfrutar de la merienda en completo silencio. La fruta fresca y el jugo me llenan de energía y la paz del momento me envuelve.

Pocos minutos después, cuando casi termino, uno de los escoltas de Maksin se acerca a mí. Elevo la mirada hacia él y quedo en silencio.

Su expresión es seria y firme mientras me observa.

—Señorita Vesa, mi jefe necesita verla en su despacho, me ha mandado avisar —comunica.

Lo miro con rostro solemne, tratando de adivinar qué desea Maksin.

—¿Qué quiere decirme? —preguntó con cautela.

El hombre baja un poco la mirada.

—No puedo decirle, es el señor quien quiere hablar con usted —responde con voz segura.

Respiro profundo.

—Primero necesito terminar mi merienda, luego puedo ir —le respondo.

Asiente con la cabeza.

—Está bien, le diré eso al señor —se gira y vuelve a regresar por su camino.

Pasados varios minutos me levanto, sin importarme que aún esté en mi traje de paño y con el cabello húmedo, y me dirijo hacia la oficina de Maksin.

Llego a la puerta y toco. Uno de sus hombres, vestido con la habitual ropa negra de los rusos que lo custodian, me abre.

Entro y la sala me impacta: una decena de hombres, todos con la misma mirada inexpresiva, vigilando silenciosamente.

Delante suyo, Maksin está sentado en su sillón detrás de su escritorio. Al verme entrar, sus ojos se posan en mí y su expresión se endurece de inmediato. Yo me detengo frente a él, cruzo los brazos y lo observo con el rostro serio.

—¿Qué quieres? —le preguntó con firmeza.

Se levanta y sus ojos me recorren de arriba abajo, con intensidad. Rodea el escritorio pausadamente y se planta delante de mí.

—No era prudente que llegarás así —dice, señalando mi mini bikini y sujetador.

Mantengo el rostro solemne.

—Puedo vestirme como desee —le contesto molesta.

Maksin me observa fijamente, endurecido, y traga grueso.

—Te he llamado para presentarte a los cinco hombres nuevos que te cuidarán desde hoy —explica—. Los anteriores no sirvieron y por eso ya no están.

Me giro para mirar a los hombres que permanecen en silencio, distantes pero atentos. Sus rostros inexpresivos no revelan ni un destello de emoción.

Vuelvo a mirar a Maksin y asiento.

—Está bien. ¿Puedo irme ya? —Pregunto.

Él niega con la cabeza.

Se vuelve hacia sus hombres.

—Salgan y esperen afuera —les ordena con autoridad.

Los hombres se retiran sin protestar.

Quedo a solas con Maksin, quien ya me mira fijamente, esa mezcla entre dureza y suavidad.

—¿Cómo te has sentido está mañana? —pregunta mirándome.

—Muy bien —respondo con voz suave.

Baja la mirada a mi vientre y me observa.

—Ha crecido —sus ojos azules suben a los míos.

—Si —curvo los labios y con delicadeza deslizo la mano por mi vientre.

—¿Puedo tocar? —levanta una ceja.

—Está bien —le doy acceso.

Maksin da un paso hacia mí, vuelve a mirar mi vientre, estira el brazo y pega la palma de su mano contra mi piel.

—No se sienten sus movimientos —sus ojos me observan.

—Es más como cosquillas suaves, pero todavía le falta crecer, cuando esté más grande podrás sentirlo —le explico.

—Comprendo —acaricia mi vientre mientras nos miramos.

—Hay que ser pacientes.

Maksin aleja la mano.

—Mañana sabremos el sexo ¿Cual prefieres?

Lo miro fijo.

—Lo que sea —respondo—. Siempre he querido un niño, pero ahora que lo estoy viviendo, lo aceptaré sea niño o niña —comento—. No me hace falta preguntarte, siempre me decías que querías un pequeño ruso —sonrío divertida y ruedo los ojos.




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