Recogí la toalla del suelo y mi vestido mojado, los colgué en la secadora, me preparé un café y me siento en el alféizar de la ventana. Ya está empezando a amanecer, pero no quiero dormir en absoluto, tal vez debería tomar la computadora portátil y trabajar un poco.
Ya. Cambio de planes. Nadie va a trabajar.
Un somnoliento Robin Hood entra en la cocina. Me quita la taza, toma un sorbo de café y luego me rodea con sus brazos y mira por la ventana. ¡Y todo esto con su única mano sana! Un verdadero bandido manco.
— ¿Qué haces levantada? — frota contra mí su mejilla con una buena barba de tres días. — ¿Y para qué te vestiste?.
— Nos van a ver los vecinos, — le digo a Robin Hood, él me levanta con su mano sana y me sienta en la encimera.
— Déjalos que disfruten. — Que miren, me muerde el lóbulo de la oreja, y yo me inclino a su encuentro, maravillándome interiormente de cómo había vivido antes sin saber que podía derretirme y volverme blanda y flexible así.
Volvemos a escaparnos de la realidad por un tiempo indefinido. Es como si a nuestro alrededor se creara un campo invisible donde el tiempo fluye de manera lenta, sin apuros.
Después de ducharse, Robin Hood se va a dormir otra vez y me arrastra con él, me acuesta de espaldas a él.
— No puedo dormir sin ti, — miente descaradamente, pero me resulta agradable, — llevo ya una semana sin dormir.
— ¿Cuántos años tienes? — le pregunto a este mentiroso.
— Veinticinco, — responde Robin Hood sorprendido, — ¿por qué lo preguntas?
— ¡Llevas 25 años sin dormir! ¡Pobrecito!
Se ríe y entierra su cara en mi pelo.
— ¿Dijiste que te pusiste en contacto con alguien que podía ayudar? — Le pregunto con cautela para que no piense que estoy curioseando.
— No tenía ni idea... Es un guardia de seguridad, un tipo simpático, un tipo correcto, trabaja en nuestra oficina, — Robin Hood acaricia mis dedos, los entrelaza con los suyos y dice. — Mi amigo y yo empezamos un negocio hace dos años, necesitábamos dinero y techo, alguien que nos asegurara protección para trabajar. Encontré dinero a buen porciento de interés, y mi amigo, una compañía que por una buena parte de las ganancias nos protegía para que pudiéramos desarrollarnos. Ya sabes: aduana, almacenes, oficina, conversión clandestina de dinero en efectivo... y nos metimos completamente en su red.
En la red del de la cara de caballo, supongo yo. Por supuesto que lo entiendo. Construir todo desde cero es bastante caro, es más fácil unirse a una estructura que ya funciona.
— Nos salió todo bien. Y él nos dijo: "Devuélvanme mi dinero, yo les daré dinero mío para que trabajen". Y el suyo es un dos por ciento más caro y recoje el noventa por ciento de la ganancia como pago por la protección.
— ¿Cogieron mucho dinero? — pregunté, apretando nuestros dedos entrelazados contra mis labios.
— Un millón.
— No es poco. Un millón de dólares, por supuesto, estábamos hablando de dólares, nadie lo va a regalar, un dos por ciento extra al mes son veinte mil dólares, un cuarto de ese millón al año, sin hacer nada, Claro que no teníamos deseos ni necesidad de regalárselo a nadie. Bueno, el noventa por ciento de las ganancias es un robo.
— ¿Qué le dijiste?
— Lo mandé a la mierda, — la voz que viene de atrás se vuelve sospechosamente ronroneante.
— ¿Y decidió matarte?
— No, por supuesto que no, — Robin Hood sonríe en mi cabello, —decidió quitarnos nuestro negocio y hacerse cargo de él. Para ese entonces, ya podíamos separarnos, pero no tuvimos tiempo. ¿Has oído hablar de las incursiones corporativas? Se trata de eso. Los papeles que pusiste en mi celda son mis documentos de propiedad. ¿Y tú qué pensaste?
— Pensé que era al contrario — confieso con sinceridad—, que eras tú el incursante.
Froto mi cara contra su barbilla sin afeitar, su mano se tensa, gira mi cara hacia sí. Captura mis labios con un beso duro e impaciente.
La conversación ha terminado, aparecen cosas mucho más importantes.
***
Ya sé que se irá mañana. De repente lo entiendo, por alguna señal que solo yo conozco. Es demasiado tierno, tan tierno que se me saltan las lágrimas y hasta quiero sacudirlo. O gritar.
Pero callo, apretando los dientes, y dejo que me bese. Y él me ama por la noche de una manera diferente, no como las noches y los días anteriores. Y sé que se está despidiendo.
Anoche le llegó un mensaje al teléfono, él hizo una llamada, luego intercambió mensajes de texto con alguien, y yo simplemente lo abrazaba.
— ¿Te vas hoy? Pregunto como si no le diera mucha importancia.
— Sí... Muy temprano, me recogerán en un auto.
— Tú... ¿Estás seguro de él?
¿Me amas?
Pausa. Piensa por un segundo.
— Creo que sí. Estoy seguro.
Siento como si hubieran vertido sobre mí un cubo de agua helada, y solo entonces me doy cuenta de que hice una pregunta completamente diferente. Y la respuesta fue diferente.