Él entra, grande, alto, e inmediatamente mi corazón se acelera, porque él está a mi lado. Puedo tocarlo, puedo colgarme de su cuello, incluso como una vieja conocida. Tengo derecho a simplemente abrazarlo, ¿verdad?
Él primero abre los ojos y retrocede como si hubiera visto un fantasma, luego sacude la cabeza, se frota las comisuras de los ojos con los dedos y habla de forma amable, educada y mortalmente distante:
— ¿Usted es Alexandra? Hola, Alexandra, soy Roman.
Lo miro con impotencia y no tengo fuerzas ni para saludarlo. Se da cuenta, se inclina y pregunta con compasión:
— ¿Qué le pasa? ¿Se siente mal?
No, no me siento mal. Simplemente he muerto. Otra vez.
Aun así, me controlo, me alejo del umbral invitándole a entrar.
— No. A usted le pareció. Pase, Ilyusha está allí, está dormido.
Roman entra en la habitación y se detiene mirando a su hijo. Yo miro a Roman.
Ha cambiado, la arruga entre las cejas se ha vuelto más profunda, la cara se ha vuelto más dura. Pero la barba de dos días le hace parecerse a aquel Robin Hood del que una vez me enamoré... Apenas me detengo para no acariciarlo con las yemas de los dedos.
Él mira al niño dormido y luego se inclina con la intensión de tomarlo en sus brazos.
— ¿Y cómo usted lo llevará? — mi voz todavía me traiciona, rompiéndose en el momento más inoportuno. — ¿Tiene silla de seguridad en el auto?
Se endereza y sacude la cabeza confundido.
— No, está en el garaje, la quité antes del viaje. Tal vez... ¿puede venir con nosotros? Puedo llamarle un taxi más tarde — me mira con esperanza, pero ahora soy yo quien niega con la cabeza.
— No puedo dejar a mi hija sola.
— Lo siento, no pensé ... no tengo a quien pedirle, nuestra niñera está en el hospital. Él mañana tiene que ir a la guardería, yo tengo que ir a trabajar...
— ¿Y la madre de Ilya? — no entiendo cómo puedo preguntar y no descargar mi cólera.
— Mi esposa está en el extranjero, — responde muy fríamente, y me dan deseos de reírme. De mí.
¿Qué esperabas? ¿Qué diría con tristeza: "soy viudo"? ¿O "nosotros vivimos solos"? ¿De verdad pensaste así? ¡Tres veces estúpida!
— Usted puede irse, Roman, — casi puedo controlar mi voz, — deje que Ilya duerma, mañana llevaré a mi hija al Jardín de infantes y a él a donde usted diga. Bueno, es cierto que mi auto está en la estación de servicio, pero tomaré un taxi.
— No, le prometí a mi hijo que vendría por él, yo siempre trato de cumplir lo que prometo.
Me alegro de que no escuche la risa salvaje que suena dentro de mí. De todas formas, esto no cambiaría nada. Él se inclina sobre el niño otra vez, y entonces escucho con asombro mi propia voz:
— Si quiere, puede quedarse, acuéstese aquí con Ilyusha, y yo iré a dormir con mi hija.
— No se si eso estaría bien,sin eso ya le debo mucho...
— Yo misma se lo estoy ofreciendo, ¿verdad?
¿Qué estás diciendo, idiota, que se vaya, por qué lo haces? ¿Es que eres masoquista?
Pero él por algo se alegró. Veo lo cansado que está, todo el día conduciendo, claramente no quiere ir a ningún lado.
— Entonces llevaré el auto al supermercado y lo dejaré en el estacionamiento. ¿Es necesario comprar algo?
— No, gracias, hay de todo.
Tenemos todo lo necesario, no nos hace falta nadie más, nos las arreglamos sin ti y lo seguiremos haciendo y tú, vete a vivir con tu mujer, con tu familia...
En cuanto la puerta se cierra tras él, la tensión frenética disminuye. No puedo contenerme y me deslizo por la puerta, mordiéndome los dedos para no gritar y no despertar a los niños. Lo mismo que hace hace siete años, cuando yo, una chica tonta y enamorada, lloraba sentada tras la puerta. Nada ha cambiado.
Quería vestirme y maquillarme para él, me imaginaba lo que me diría y cómo podría responderle de forma acertada e ingeniosa. Y él simplemente no me reconoció.
Él. Simplemente. No. Me. Reconoció...
***
Roman trae dos enormes bolsas del supermercado y las lleva a la cocina ante mi mirada atónita. Me las arreglé para calmarme y lavarme la cara, feliz de que me controlé a tiempo y no me puse maquillaje.
Descarga el contenido de las bolsas en la mesa, me apoyo contra la pared y miro en silencio la creciente montaña de frutas, quesos y carne. Al final no puedo soportar:
— ¿Usted planea comerse todo eso? Porque a mi hija y a mi eso nos alcanza para un mes.
— Eso es bueno, — se endereza, — no tendrá que caminar para hacer las compras durante un mes.
— Yo siempre voy en auto, — me separo de la pared, — probablemente usted tiene mucha hambre, por lo que se ha cargado como si esta fuera su última visita a la tienda.
— Para ser honesto, sí, — Roman se avergüenza, como si lo hubiera pillado haciendo algo obsceno, —no quería parar por el camino y perder el tiempo, así que no tuve tiempo de cenar. Y donde me cambiaron la rueda, ni siquiera había un café, aunque fuera pésimo.