La oscuridad de la noche y la cantidad de neblina no permite mostrarme hacia donde me estoy dirigiendo; llevo mis manos en mi abdomen, mi embarazo está avanzado y lo único que hago es correr para salvar la vida de mi bebé, siento que doy vueltas en el mismo sitio, mi respiración está acelerada, mis piernas tiemblan y mis manos sudan.
Estoy huyendo de un hombre, no me muestra la cara, no quiero saber quién es, solo quiero que me deje en paz, que deje de perseguirme.
¿Qué quiere? Me pregunto varias veces. Toco mi vientre, un dolor me desgarra mi interior, me hace gritar y caigo al suelo debilitada, sostengo mi vientre, niego con la cabeza y le digo a mi pequeña que todavía no es hora de salir.
Vuelvo a gritar tapándome la boca con una mano, el dolor es insoportable, me doblo en posición fetal, mi cara está llena de sudor, mis labios tiemblan, mis ojos se achican; siento mi entrepierna mojada, toco alrededor, estoy rodeada de agua, la angustia me atormenta. Mi vientre se contrae recogiendo toda mi barriga.
—No es el tiempo pequeña, ¡todavía no puedes nacer!— musito desesperada. Mirando a todos lados, pero no logro ver nada, ni palpar nada. Mis ojos se humedecen, las lágrimas salen, me aferro a mí misma, mordiendo la tela de mi vestido con cada contracción.
No puedo más, el dolor es más agudo y las contracciones son más ligeras, una parte de mi ser, me hace pujar tan fuerte, que me quedo somnolienta en ese mismo lugar.
El sueño se quiere apoderar de mí. No lo permito. Mis manos tocan mi abdomen: está vacío, la panza ha desaparecido, intento levantarme para buscar a mi hija porque no la escucho llorar.
—¿dónde está?, ¿dónde está? No está mi pequeña flor…— jadeo fuerte gritando en medio del pánico y del horror…
Despierto con mi sudor recorriendo todo mi cuerpo, otra maldita pesadilla que ha vuelto a atormentar mi existencia.
¿Por qué la vida se ha encargado de hacerme sufrir?, ¿qué pecados cometí para merecer este castigo tan grande?
Me acerco a la mesa de noche, saco una pastilla del cajón y sirvo un vaso de agua.
Llevo mucho tiempo recibiendo ayuda psiquiátrica, tengo pesadillas con frecuencia, sueño con mi hija muerta, siempre me tomo el maldito medicamento puntual a la misma hora y no sirve para nada; me siento igual de miserable y vacía como hace ocho años cuando murió mi hija.
Desocupo el frasco del medicamento y lanzo todas esas pastillas al suelo, las piso con mis pies y las pateo en todas las direcciones. —Estúpidas pastillas que no me hacen ningún efecto!— me quejo con rabia.
La frustración me lleva a desarmar todo lo que está en mi habitación, desordeno la cama, tiro la ropa del closet, los cajones los saco de su lugar, por último lanzo un jarrón contra el espejo.
—¡Andreína! ¿Qué estás haciendo? Debes controlarte, te vas a hacer daño a ti misma.— me grita Alicia que entra a mi habitación. Se acerca a mí abrazándome queriendo aplacar mi enojo.
—¡No puedes seguir así! Tienes que rehacer tu vida, ¡ahora debes pensar en ti misma¡— me sigue diciendo, como si fuera tan fácil!
—No puedes pasar los años lamentándote por algo que ya pasó, ¡no me gusta verte sufrir!— Alicia me vuelve abrazar. Mis ojos están en un punto fijo.
—Solo quiero dejar de sentir este dolor que llevo dentro!— exclamo sofocada, dándome golpes en mi pecho y llorando en su regazo...
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Editado: 13.08.2023