Su pecho se levantaba imponente mientras veía desde su carruaje, lo que ahora era su más grande orgullo: La ciudad de Tebas.
Ares estaba tan complacido que incluso podría bailar, a pesar de que no se le daba tan bien. Así que se limitó a cruzarse de brazos. Una sonrisa altanera enmarcó su rostro, se limpio el polvo de sus manos y se dijo para sí mismo:
—Si quieres que algo salga bien, hazlo tu.
No había sentido tanta satisfacción desde que los Espartanos levantaron una estatua en su nombre, nombrandolo su Dios ejemplar.
No veía la hora de volver a su hogar, darse un baño de agua caliente, deleitarse con la jugosa ambrosía para finalizar durmiendo entre sus sabanas de seda o entre los pechos de alguna de sus amantes.
¡Ah, si! Pues qué placer ser un dios olímpico.
Y todo habría salido de acuerdo a sus planes de no ser por Hermes, que descendía desde los cielos con las noticias matutinas.
Estaba por sentarse a su lado, cuando vió barro y sangre en el asiento del carruaje del guerrero.
—¡Santo cielos, Ares! Esto es repugnante—dijo, con una cara de asco que, a decir verdad, era divertida— ¿Que diría tu madre?.
—Que te falta virilidad, claro.— procedió con tranguilidad— ¿Cuáles son las "buenas nuevas", pichón?.
—¿Cuántas veces te he dicho? ¡Que no me digas pichón!—
Hermes era de esas personas que se enrojecían cuando se enfadaban, era fascinante. Y Ares tenía un talento descomunal por fastidiarle. Quizá era el único Dios que le agradaba, por supuesto eso nunca saldría de la boca de él.
Sus alas se extendían desde su espalda hasta sus brazos y pequeñas alitas yacían en sus talones. Incluso su figura era cómica, andrógina y parecía pequeño al lado de Ares, quién era varonil, con un torso bestial y unos músculos que hasta el mismo Heracles envidiaría.
Observó a su amigo acomodarse su túnica con desdén, y soltó una leve risita burlona casi inaudible.
—En fin, me alegra encontrarte, Ares. Debo decir que luces mejor desde la última vez que nos vimos—
La última vez...
La última vez Ares peleaba con los Troyanos y se encontraba empapado de sangre humana. A su tío Hades, le pareció una imagen exquisita por lo que se convirtió en su sobrino favorito. Sin embargo, Hermes detestaba la violencia y todo indicio de ella. No fue grato ese encuentro.
—Lo mismo digo, estabas tan asustado que me avergoncé por un segundo de nuestra amistad, Hermes—
—Siempre tan dulce— ambos rieron pero por alguna razón algo no se sentía bien. El silencio se volvió sepulcral, hasta que esté lo rompió de golpe, sin tacto— Solicitaron una asamblea y necesitan tu presencia. Dijeron que es crucial que se mantenga en secreto, ya sabes, no quieren otro escándalo.
Cuando la Mesa de los Olimpicos se reunía, es porque un problema grande estaba por desatarse en el Olimpo.
Ares lo sabía muy bien ya que, apesar de ser de la 2da generación de dioses, había presenciado sus disputas y lo cruel que podía ser Zeus, su padre.
Recordó con gracia lo ocurrido con Prometeo y cómo su hígado fue condenado a ser devorado diariamente por un águila.
Lo recuerda bien, pues él fue el de la idea.
—Con que "Los 5 fantásticos" quieren verme, eh. ¿Y a que se deberá tan grata sorpresa?—
—No lo sé, amigo. Quizás quieren felicitarte por lo de Tebas, ya sabes, darte unas palmaditas en la espalda—
Se escuchó una carcajada por toda la ciudad, tan fuerte que los soldados tebanos miraron con terror a Ares. El nunca reía, a menos que sea por placer arrebatando vidas en alguna batalla.
—¿Tú crees? Vamos Hermes, ¿Que probabilidades hay de que hayan comunicado una asamblea solo para felicitarme? Ese es el trabajo de Apolo. Sin embargo, tengo la esperanza de que alguna nueva guerra se avecina—
A decir verdad, él no le temía a nada ni a nadie. Zeus, le tenía mucha rabia ya que, a diferencia de sus demás hijos, Ares no le temía, no lo respetaba y mucho menos lo admiraba.
Si algún día se desataba alguna revolución, Ares sería la cabecilla.
Probablemente Ares era para Zeus, lo que Zeus era para Cronos, su abuelo quien yacían sus restos en el Tártaro.
Y asi, sin más, estrechó la mano de Hermes quien lo miró y no supo si éste era un mensaje de: "Está todo bien, te veo en el Olimpo" o " Espérame en la barca de Caronte". Se estremeció de solo pensarlo.
A Caronte no le gustaba Ares, ya que gracias a él el Inframundo estaba sobrepoblado y, ¿A qué barquero le gusta ir y venir sin oportunidad de un descanso?. Su trabajo se había vuelto tedioso y con gusto lo recibiría.
Sacudió su cabeza apartando cualquier pensamiento inoportuno.
—Nos vemos—
Rápidamente voló con toda prisa como si de una maratón tratara, y solo dejó una nube de polvo atrás.
Ares sabía una cosa.
Estaba completamente y absolutamente jodido.
El viaje fue prometedor. Mientras sus hipógrifos levantaban su carruaje de oro por los cielos, rayos y relámpagos sonaron a su alrededor. Los campesinos se ocultaban en sus casas, los animales se salían de control y en los templos; sus sacerdotes oraban.
Si, Zeus estaba enojado.
Pero, ¿Por qué?. Intentó rebuscar en su memoria alguna pista. Nada.
Bueno, quizá el problema no es con él.
—Quiza por fin Hera, abrió los ojos y dejé a ese infeliz—pensó, aunque lo veía poco probable.
Entonces las nubes negras desaparecieron y la tormenta cesó, ya no estaba en la tierra de los mortales. Las puertas se abrieron, y las Musas con su canto, le dieron la bienvenida al gran Olimpo.
No sé inmutó en saludarlas, quería evitarlas a toda costa. Sin embargo ellas, ni lentas ni perezosas, fueron corriendo a su encuentro. Le sonrieron coquetas, cual ninfas.
—¡Guapo! Te extrañamos. ¿Cómo van las cosas allí abajo?— habló Calíope, gozando de una plena belleza.
—Oscuro y lúgubre—
Clío lo admiraba mientras lo ayudaba a sacarse la armadura. Era torpe y un tanto lenta. A los demás dioses les parecía adorable, pero Ares detestaba a la gente inútil. Así que de muy mala gana aceptó la ayuda de la musa enamorada.