¡por los dioses, Helena!

El Inicio II

 

Abrió las grandes puertas y encontró un panorama complaciente para su corazón guerrero. 
 


 

Zeus discutía con Hestia y Hades, Deméter le gritaba a Poseidón y Hera corría para agarrar de los pelos a ¿Afrodita?. 
 


 

¡Maldición, Afrodita!
 


 

Ares corrió y tomo a Hera de la cintura. Se hizo el silencio.
Afrodita agachaba la cabeza, estaba sonrojada y era notorio que había llorado. 
 


 

—¿Lo viste, Zeus? Apenas la vió, corrió a defenderla. Te lo dije, tienen un amorío—
 


 

Ahí también estaba Hefesto, el esposo de Afrodita. Parecía ebrio y encolerizado.
 


 

—Es sentido común, grandísimo cojo idiota.— respondió Ares, soltando a Hera de su agarre. 
 


 

—¡¿Que me dijiste?!—
 


 

—Grandísimo. Cojo. Idiot- —
 


 

—¡Ya basta!— gritó Hera y todos los dioses hicieron silencio— Ares, cariño, dime qué es un malentendido y que tú no tienes la culpa de nada, que la culpa es de esta promiscua asquerosa.
 


 

Hera acariciaba las mejillas de su hijo, sonriéndole con cariño, ignorando el llanto de Afrodita y los gritos de Hefesto.
 


 

—¿Pero que estás diciendo?— Ares estaba tan confundido y enojado. Apretó su mandíbula y los dioses se vieron obligados a tomar sus armas por si todo se salía de control. Ese era el poder de Ares, desiquilibrar todo a su paso.
 


 

—Dioses, eres una vergüenza, Ares. ¿Cuando vas a aprender a mantener tu paquete dentro de la túnica? Me tienes hastiada de tus niñerías. Deméter y yo, estamos exhaustas, por todos los cielos— dijo Hestia y él no podía creer lo que estaba escuchando.
 


 

—Ya cállate, Hestia—
 


 

—No, Hera. Hestia tiene razón. Mis ninfas le temen tanto que deben esconderse cada vez que cuidan mis campos— 
 


 

Ares miró anonadado a su tía Demeter. Eran sus ninfas las que lo buscaban a él y lo acosaban sin pudor. 
 


 

—Demeter no seas así, es un chico, tiene necesidades. Está en pleno esplendor de su juventud, déjalo ser— 
 


 

Entonces de la punta de los dedos de Deméter salieron raíces filosas y amenazó a Poseidón. Ares desenvainó su espada y como el resto, se puso en guardía.
 


 

—No me hables de necesidades. ¡Tu, desgraciado pervertido!— 
 


 

—Ya te pedí perdón, Deméter. ¿Que más quieres?— 
 


 

Siendo sinceros, Poseidon merecía un castigo tan grande que Prometeo quedaría insignificante a su lado. Y es que poseyó a Deméter en contra de su voluntad. 
Pero ya que era parte de los grandes dioses de la Primera Generación, no se le permitía tal castigo.
Esta era la injusticia divina del Olimpo y por tal, Ares los odiaba. Porque podría ser todo, menos una basura despreciable como su tío o su padre quienes estaban acostumbrados a estos actos. 
 


 

—¡Muerete!— exclamó Deméter con los ojos humedos
 


 

—¡Oh, no! Claro que no, ya tengo muchos muertos allá abajo por culpa de Aresito— Hades se paró de su trono y caminó hacia Ares, con una sonrisa paternal que le regaló un momento de calma— Me voy, campeón, esto no tiene nada que ver conmigo. Eso sí, nada de enviarme a nadie. Si Caronte renuncia, me dejas sin trabajo— Lo abrazó fuerte y le susurró— Te quiero, mocoso. Fuerza.
 


 

Ambos se dieron palmadas y Ares dejó de estar a la defensiva, para abrir paso a la tranquilidad que su tío siempre le regalaba. 
 


 

—Cualquiera diría que es más hijo tuyo que mío, hermano— habló Zeus riéndose todo majestuoso, pavoniando su grandeza.
 


 

Antes de salir, Hades miró a Hera en un tiempo que pareció eterno. Se miraron con devoción, ella estaba agradecida con él por su complicidad con Ares.
 


 

—¿Y por qué rayos no? ¿Verdad?— 
 


 

Hera se sonrojó y evitó a toda costa los ojos de Zeus, este observó a su hermano salir del templo con desconfianza.
Sabía que entre su hermano y su esposa habían secretos que sólo ellos dos sabían y eso le carcomía por dentro. Aunque era el menos indicado para hacer un alboroto por eso. 
 


 

—Creo que todos acabamos de calmarnos, ¿Cierto? ¿Alguien más quiere acotar algo?— preguntó Zeus y el mutismo de todos le dio el pie para empezar de una vez por todas la asamblea— Resulta, Ares, que ocurrió algo bastante curioso—
 


 

—Pues ilumíname— 
 


 

—Hijo mío, Hefesto tiene la leve sospecha de que algo ocurre entre tu y la deidad de la belleza y el amor, Afrodita. ¿Es eso cierto?—
 


 

Hefesto, en su amargura, tomó una botella de ambrosía y la vació en segundos. Tenía el corazón roto.
Afrodita levantó la vista del suelo y lo miró con lástima, luego posó su vista en Ares esperando una respuesta favorable para ambos.
 


 

Ares sabía lo que tenía que hacer. 
 


 

—Debo admitir que me gusta, Zeus. Cómo se que les gusta a todos los que están en este habitáculo. Es la diosa de la belleza ¡Por los dioses!—
 


 

Hefesto golpeó la mesa con sus puños, Poseidón sonrió complacido, Hestia y Deméter estaban anonadadas y Hera suspiró frustrada.
 


 

Ares decía la verdad, le gustaba. Afrodita era preciosa. Su cabello caoba era largo y sedoso, era delgada y delicada. Condescendiente y femenina. Una diosa con todas las letras, justo del tipo de Ares.
Pero estaba casada y ese era un límite inquebrantable para él. 
 


 

Toda su vida sintió cierto interés y era mutuo, ambos lo sabían. Sin embargo, cualquier intención se vio interrumpida cuando la obligaron a casarse con Hefesto, el Dios del fuego.
 



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En el texto hay: fantasia, dioses, romance

Editado: 05.10.2021

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